La aventura latinoamericana de Gisèle Freund
Una exposición y un documental ahondan en las partes más desconocidas de la vida y obra de la fotógrafa, cuyos retratos a escritores y artistas a ambos lados del Atlántico marcaron la historia del siglo XX
La tarde del domingo 5 de marzo de 1939, en el 7 de la rue de l’Odéon de París, tuvo lugar un acontecimiento extraordinario. Allí, en la Maison des Amis des Livres, regentada por Adrienne Monnier, la fotógrafa Gisèle Freund (Berlín, 1908-París, 2002) organizaba un pase de diapositivas de los retratos realizados a un buen número de las personalidades más destacadas del círculo literario de la época. La idea resultaba muy novedosa en un tiempo en que era prácticamente imposible hacer impresiones a color en la ciudad del Sen...
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La tarde del domingo 5 de marzo de 1939, en el 7 de la rue de l’Odéon de París, tuvo lugar un acontecimiento extraordinario. Allí, en la Maison des Amis des Livres, regentada por Adrienne Monnier, la fotógrafa Gisèle Freund (Berlín, 1908-París, 2002) organizaba un pase de diapositivas de los retratos realizados a un buen número de las personalidades más destacadas del círculo literario de la época. La idea resultaba muy novedosa en un tiempo en que era prácticamente imposible hacer impresiones a color en la ciudad del Sena. Así, los rostros a color de André Gide, Paul Valéry, Louis Aragon, Paul Éluard, Léon-Paul Fargue, Jules Romains, Andre Malraux, Paul Claudel, Jules Supervielle, Paul Nizan, entre otros muchos, iluminaron la sala, uno tras otro. Los asistentes “estaban encantados con las fotografías de los otros”, recordaba la artista y pionera del color, muchos años después. “Pero cuando veían sus propias caras se encontraban abominables. Los retratos revelaban todos los detalles del rostro con un realismo terrible”. Sartre acabaría comentando: “Parecía que todos veníamos de la guerra”.
Fotogalería: Gisèle Freund, más allá del retrato
El comentario resultaría premonitorio. Seis meses más tarde estallaba la guerra, y en el verano de 1942 la fotógrafa de origen judío ponía rumbo a Buenos Aires, con menos de un dólar en el bolsillo y embarcada en un transatlántico de la compañía Ybarra que parte de Bilbao. Ya en alta mar, en aguas internacionales, una patrulla inglesa abordó el buque en busca de espías nazis. “Era la primera vez que no me buscaban a mí”, recordaba con sorna la artista quien se había establecido en París huyendo de la amenaza de la Gestapo. “De ese viaje azaroso hacía la libertad, uno también se queda con la maravillosa primera fotografía novomúndica en colores”, apunta el crítico de arte y estudioso de las vanguardias Juan Manuel Bonet. “Una pequeña embarcación echando humo, en la pura luz cristalina y la pura maravilla de la bahía de Guanabra, con Río de Janeiro al fondo. Es la luz de un nuevo mundo. La imagen sugiere todo aquello que siente un exiliado al avistar tierra”.
Bonet es el impulsor de Gisèle Freund. En el sur tan distante, la exposición que se inaugura mañana en el Centro José Guerrero de la Diputación de Granada y que “revela una parte poco conocida de la obra de la artista”, en palabras del uruguayo Juan Álvarez Márquez, comisario de la muestra, quien mantuvo una estrecha amistad con la autora desde los años noventa hasta su muerte. “Para ella me convertí en una puerta a América del sur. Sus vivencias allí fueron una parte esencial de su vida. Fue el salvataje de la Europa invadida por los nazis. Un universo cosmopolita compuesto por el grupo de intelectuales que rodeaban a la fundadora de la revista Sur, Victoria Ocampo. La exposición trata de ese patrimonio que estuvo un poco marginado o eclipsado por la mayor notoriedad de los personajes con los que convivió y retrató, en la otra cara de Occidente”.
Sería Roger Callois, el gran divulgador de la literatura latinoamericana en Francia, y amante de la intelectual argentina, quien se encargaría de recibir, al parecer de mala gana, a Freund. Esta se instaló en la casa de Ocampo y, como no podía ser de otra forma, se integró en el núcleo de Sur: Silvana Ocampo, Guillermo Torres, Pedro Henríquez Ureña y Norah Borges, entre otros muchos a quienes uno por uno fue retratando. Pasaron a formar parte de su círculo más cercano. A María Roda Oliver la retrató fumando. Borges y Bioy Casares quedaron unidos en una singular superposición que pasaría a ser una de las fotografías más icónicas de Freund. “Aquel era un rico mundo de confluencias, de un lado y otro del globo”, apunta el comisario. Y es increíble cómo esta mujer constituye una red o abanico donde encontramos a los personajes encumbrados de la literatura y el arte del siglo XX, con quienes se relacionaba y mantenía correspondencia. Mantenía un vínculo ideológico e intelectual que supo plasmar y materializar. Logró una especie de cristalización a través de su fotografía”.
“Los retratos de Freund son inconfundibles” sostiene Bonet. “Esa mirada tan frontal, que introduce de lleno en el foco al interrogado, es muy moderna. Les pide que vayan acicalados y afeitados. No utiliza ningún tipo de retoque ni de efectos especiales, como hacía entonces Annemarie Heinrich, instalada en Buenos Aires. Freund es mucho mas natural, juega con el entorno, con los fondos, normalmente de libros”. Eran tiempos en los que la fotógrafa creía que la personalidad de un sujeto podría quedar resumida en una solo foto (al final de su vida, con escepticismo, llegaría a sentenciar que “la fotografía es la total falsificación de la realidad”).
Inspiración alemana
Admiradora de Nadar, había aprendido la disciplina del retrato mirando la fotografía alemana de su tiempo. En París trabó amistad con Ilse Bing, alumnas las dos de en la academia de Florence Henri. Las manos se convierten en elementos fundamentales de la composición. Pueden revelar tanto como un rostro. “Fui la primera en realizar un análisis sociológico de la imagen”, le recordaba la artista a Álvarez Márquez en una entrevista que se reproduce en el documentado catálogo que acompaña a la exposición, editado por La Fábrica. Son pocos los que reconocen a la socióloga que hay detrás de la fotógrafa, formada por Adorno en la escuela de Fráncfort. Freund terminaría sus estudios de sociología en la Sorbona, con una tesis sobre la fotografía francesa del siglo XIX, reseñada con entusiasmo por su amigo Walter Benjamin y publicada por su amiga Monnier en 1936.
“Fui la primera en realizar un análisis sociológico de la imagen”, dejó dicho Freund, que se formó con Adorno en Fráncfort
Donde mejor se manifiesta es en sus reportajes antropológicos o arqueológicos, realizados en la Patagonia y en México, eclipsados por el poderío de sus retratos. “Contienen un punto devista muy característico; una mirada no sé si decir científica, pero sí sociológica”, destaca el comisario. “Logra que objetos, como las vasijas, nos hablen a través de la forma en la que han sido trabajadas con las manos y con la tierra. Hay toda una traducción de un saber que no es solo el de una fotógrafa. Queda pendiente un trabajo que equipare le parte escrita y reflexiva de la autora con la parte fotográfica”. “Soy socióloga, escritora y fotógrafa”, le recordó, por este orden y con tono tajante, Freund a Teri Wehn-Damisch, cuando en 1983 esta se acercó por primera vez a la artista para proponerle realizar un documental sobre sus retratos.
La cineasta desconocía entonces por completo la extensión de la obra de la autora, quien, decepcionada, la lanzó un desafió: “Traduce mi libro Photography and Society en imágenes”. Un guante recogido entonces por la autora, que dio forma a una primera película que años más tarde serviría de base para el documental Gisèle Freund. Portrait intime d’une photographe (2019), difundido por el canal francoalemán Arte y presentado en la última edición de los Encuentros de Arlés. La película recorre la vida de la artista e incorpora la obra fílmica de Freund realizada con una cámara de vídeo en Buenos Aires, y en el archipiélago de Tierra del Fuego. “A decir verdad me gustaría ser cineasta”, reconocería la versátil autora alemana en una entrevista. En México filmará a Diego Rivera pintando, mientras Frida Kahlo quedó cautivada por su personalidad. “Me escribió muchas cartas de amor que me pidió que destruyera”, confesaba la fotógrafa a su biógrafa Rauda Jamis. Su estancia en México se prolongó dos años, durante los cuales pasó largas temporadas con la mítica pareja. Allí dio forma al libro Méxique précolombien, cuyo prólogo, escrito por Paul Rivet, incluye un encendido elogio de la fotógrafa, una valoración hacía un fotógrafo desacostumbrada en aquella época, relegado a la condición de artesano.
El documental se detiene también en uno de los episodios que más notoriedad concedió a la artista, como lo fue el controvertido reportaje publicado en la revista Life en 1950, a través de la recién creada agencia Magnum, en el cual logra adentrarse en la intimidad de Evita Perón. Una exhibición de sus joyas y trajes de Dior que dañan la imagen de la primera dama, defensora de los pobres, que provocaría un conflicto diplomático entre Washington y Buenos Aires. El incidente influyó también en la decisión de Robert Capa de prescindir de la fotógrafa como miembro de la agencia. Son las últimas imágenes de Freund las que más impactan al espectador, aquellas que muestran los estragos del Alzheimer en una de las mentes más lúcida y fascinantes de la fotografía del siglo XX, testigo de momentos claves en el devenir de la historia. “Yo siempre trabajé con mi Leica, y siempre he pensado que para hacer buenas fotos hay que tener cultura. Es fundamental ser alguien cultivado”, sostenía la artista.
Gisèle Freund. En el sur tan distante. Centro José Guerrero. Granada. Hasta el 21 de noviembre.
Gisèle Freund. En el sur tan distante. La Fábrica. 160 páginas. 35 euros.
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