Tiemblan las piedras

Remigio Mendiburu y Gonzalo Chillida encarnaron un poderoso contrarrelato del arte vasco. Dos exposiciones celebran sus obras respectivas

'Concatenación, 1982-1983', obra de la Colección Mendiburu Inda.JON CAZENAVE (MUSEO BBAA BILBAO)

Si Remigio Mendiburu (1931-1990) viviera y leyera este texto, seguramente lo tiraría a la basura. Para él, los artículos en prensa no servían para nada. “No se pueden ver las obras de los demás desde un punto de vista parcial; la subjetividad la puedes utilizar con las propias obras, pero con las de los demás no, este punto de vista se ha de silenciar”, decía. Podríamos entrar en un mutismo absoluto o contarlo todo e ir a contracorriente, como hacía él con la escultura. Mendiburu tenía una lengua á...

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Si Remigio Mendiburu (1931-1990) viviera y leyera este texto, seguramente lo tiraría a la basura. Para él, los artículos en prensa no servían para nada. “No se pueden ver las obras de los demás desde un punto de vista parcial; la subjetividad la puedes utilizar con las propias obras, pero con las de los demás no, este punto de vista se ha de silenciar”, decía. Podríamos entrar en un mutismo absoluto o contarlo todo e ir a contracorriente, como hacía él con la escultura. Mendiburu tenía una lengua ácida, a veces incluso enfurecida. Una vez soltó que la sociedad vasca estaba en la inopia y que el mundo del arte se ciega en exceso con lo que ocurre fuera. Fue en 1988, aunque eso último parece de anteayer. Hablaba con conocimiento de causa. Por aquel entonces tenía 57 años y una de las carreras artísticas más sólidas del país. También una enfermedad hepática que puso fin a su vida dos años después. En 1966 representaba a España en la Bienal de Venecia mientras se afiliaba al Grupo Gaur, impulsado por Jorge Oteiza. En plena dictadura franquista y ante una situación de aislamiento cultural, nació con la idea de recuperar la relación con la vanguardia internacional y acabó convirtiéndose en punto de referencia a escala internacional de la actividad vasca del momento. A ese movimiento colectivo le puso palabras: “Existe una asociación de energías que crean una armonía”.

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Las citas las recoge el catálogo de la exposición que le dedica ahora el Museo de Bellas Artes de Bilbao bajo el título Materia y memoria, la primera gran revisión de su obra desde hace 40 años. Su comisario, Juan Pablo Huércanos, ha hecho del recorrido un extenso territorio de preguntas, fiel al espíritu del artista de extender los límites desde lo visual hasta la ruptura de fronteras. No es fácil avanzar en la penumbra en múltiples direcciones, pero, como solía decir George Steiner, lo que es digno de ser preguntado es literalmente inagotable. Primer motivo por el que esta exposición es una de las mejores citas culturales actualmente. El segundo tiene que ver con la idea de extrañeza que siempre ha rodeado a su trabajo, muy bien retratada con la selección de obras. Secundado por el pensamiento de Chillida y Oteiza, dos remolinos intelectuales sobre los que parecía girar el alma del arte vasco, su trabajo escapaba tanto del uno como del otro, como una pieza con otro juego de encaje mental.

'Sin título' (1955-1959), obra en tinta sobre cartulina de Gonzalo Chillida.

Se intuye que Mendiburu debió de sufrir por encontrar su lugar, aunque siempre trazó la distancia exacta con sus amigos artistas, siendo capaz de erigir su propia parcela experimental. Hay esculturas con aire de objetos extraídos de algún vestigio inexplicable, en la órbita de las que Duchamp hacía justo en aquellos años cincuenta. Poco después entró en los Taluak, obras en las que la forma final es la consecuencia de lanzar un boque de barro contra una superficie rígida. El impacto del golpe generaba bolsas de aire que perforaban la materia liberándola de su condición compacta. La escultura como cuerpo yacente apareció poco después, junto a unas obras donde la energía hablaba más alto que la forma y la escultura dejaba de ser un objeto posado en el espacio y pasaba a ser un lugar de juego. La política también circu­laba por ahí. En sus manos, el arte era un hecho social cargado de significado supraartístico y político, que no podía disociar de su historia de huida, exilio, penuria y supervivencia que le llevó a errar con su familia por los campos de concentración franceses, habilitados en sus costas para contener a los exiliados tras la progresiva caída de la Segunda República a partir del alzamiento de 1936 y su desintegración en 1939.

Para Mendiburu, el arte era un hecho social cargado de política, asociado a su exilio, penuria y supervivencia

El suyo es un contrarrelato de la escultura dentro del contexto vasco, del mismo modo que lo fue Gonzalo Chillida desde el ámbito de la pintura y el dibujo. También él tiene ahora una completa exposición en la galería José de la Mano, en Madrid. El título, Ver y no dejarse ver, da fe de ese tipo de artistas que hablan en voz baja, disfrutando de su susurro. Así ha pasado por la historia del arte, en absoluto eclipse estelar de su hermano Eduardo, con el que se llevaba sólo dos años y un abismo en personalidad. Gonzalo Chillida es conocido por sus paisajes de abstracciones líricas de la bahía de la Concha, sus marinas, sus arenas y también sus paisajes de Castilla, aunque hay una breve estancia en Francia, apenas estudiada, que lo cambió todo. Sobre ello gira este proyecto, comisariado por Alfonso de la Torre. La biografía nos coloca en el París de 1951. El informalismo había aflorado ya mientras el grupo Dau al Set se empapaba de toda esa vanguardia onírica del surrealismo, de los ecos del expresionismo abstracto de Klee y Kandinski e incluso musical con Schönberg y Webern. De ellos hablaba con Pablo Palazuelo, que también estudiaba en París e intentaba sobrevivir dibujando. Ambos tuvieron un momento neoplasticista, con obras llenas de líneas rotundas y colores planos. Otros dibujos parecen redes, fruto de un azar controlado, en los que salpicaba el papel con puntos que después unía con caprichosas construcciones. Qué cerca está eso también de Mompó. Tanto Gonzalo Chillida como Mendiburu se dedicaron, discretamente, a fabricar algo desconocido con lo conocido.

Sus dudas sobre lo que es o no escultura consiguieron tener un radar amplísimo, que llega hoy a nombres como José Ramón Anda, Txomin Badiola o Ángel Bados, a prácticas expansivas como las de Doris Salcedo o Cristina Iglesias, a ese contrapensamiento de las formas de Jacobo Castellano o Mitsuo Miura. “El sentido de dominio no interesa en ningún aspecto de la sociedad y mucho menos en el arte”. Esa frase también es de Mendiburu. ¿Por qué tendría un arte que dominar a otro? Hay artistas que se afanan en mantener la cadencia y mecanizar sus obras como si fueran pruebas de su estatus de artista. Mientras tanto, hay otros, los menos numerosos, que preferirían no hacerlo. Son los que dejan de lado la publicidad y silencian su genio. Celebrémoslos.

‘Mendiburu. Materia y memoria’. Museo de Bellas Artes. Bilbao. Hasta el 5 de septiembre.

‘Gonzalo Chillida. Ver y no dejarse ver’. Galería José de la Mano. Madrid. Hasta el 15 de julio.

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