Maggie O’Farrell: “¡Cuánta misoginia contra la mujer de Shakespeare!”

La escritora irlandesa firma ‘Hamnet’, uno de los éxitos sorpresa de la primavera, donde expone la dolorosa historia familiar que inspiró la obra cumbre del autor fallecido el 23 de abril de 1616

Maggie O'Farrell, en una imagen reciente, en su casa, en Edimburgo.Murdo MacLeod

En el instituto, Maggie O’Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 48 años), tuvo un excelente profesor de Literatura. Dice que le encantaban sus clases porque hablaba de los autores como si fuesen misterios que podían resolverse leyendo sus libros. Un día le oyó decir que nada podía saberse de William Shakespeare leyendo sus obras y poemas, salvo en el caso de Hamlet. ¿Y por qué esa famosísima tragedia parecía decir algo que no estaba en el resto de su obra? Porque se sabía que Shakespeare ha...

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En el instituto, Maggie O’Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 48 años), tuvo un excelente profesor de Literatura. Dice que le encantaban sus clases porque hablaba de los autores como si fuesen misterios que podían resolverse leyendo sus libros. Un día le oyó decir que nada podía saberse de William Shakespeare leyendo sus obras y poemas, salvo en el caso de Hamlet. ¿Y por qué esa famosísima tragedia parecía decir algo que no estaba en el resto de su obra? Porque se sabía que Shakespeare había tenido un hijo que había muerto a los 11 años, y ese niño se llamaba Hamnet. “Allí, en aquella clase, cuando tenía 16 años, empezó mi obsesión por ese niño y lo que había provocado su muerte”, confiesa la escritora por videoconferencia desde su casa en Edimburgo, un frío día de primavera. “En el pupitre, mientras el profesor hablaba, tapaba la letra que diferenciaba su nombre del título de la obra y me decía que había encontrado un tesoro”.

Cuando O’Farrell empezó a publicar sus propios libros, y a descubrir cuántos enigmas de su propia vida podía resolver escribiendo, se dijo que era cuestión de tiempo que acabase recuperando la historia del hijo del bardo en una novela. Siguió buscando información, aunque había poca. “No se sabe apenas nada de Shakespeare. Más allá de que leyó a los griegos, no hay rastro de lo que había en su biblioteca, ni de sus cartas, que debieron ser muchas, porque vivía en Londres y su familia estaba a cuatro días de viaje, en Stratford. Se piensa que se perdieron, junto al resto de la documentación que podría habernos explicado quién fue, en el gran incendio de Londres”, dice sentada en una butaca aterciopelada.

O’Farrell finalmente decidió traer de vuelta al hijo de Shakespeare en su novela Hamnet (Libros del Asteroide/L’Altra Editorial, en catalán), uno de los libros de 2020, según la prensa anglosajona, que en marzo recibió el prestigioso National Book Critics Circle Award for Fiction en EE UU. En el libro, es el niño quien guía al lector por la historia de cómo su muerte acabó devorando un pedazo de su madre, otro de sus hermanas, y otro de su padre, que cuatro años después de que falleciera escribiría la única obra en la que no pudo esconderse: Hamlet.

Si la escritora ha tardado tantos años en llegar a contar esta historia es, explica, porque es un poco supersticiosa. “Yo tengo también dos niñas y un niño, tres hijos, como tuvieron Shakespeare y Anne Hathaway. No me vi capaz de escribir este libro hasta que mi hijo cumplió 12 años. Me aterrorizaba hablar de la muerte de aquel niño teniendo uno de la misma edad en casa”, recuerda. La novela cuenta la súbita enfermedad (supuestamente la peste bubónica) que atacó a Hamnet, pero también la firma en que Anne (Agnes en la historia) y William (Richard) se conocieron y se sintieron parte del mismo rompecabezas al instante. “Se han dicho muchas cosas de la pareja, incluso que Shakespeare se desentendió de la familia por el mero hecho de que su testamento está falto de afecto. ¡Pero si se estaba muriendo cuando lo redactó! Lo único que sabemos es que, siendo rico como era, vivió modestamente, pero construyó una mansión para su familia”, explica O’Farrell.

Le molesta especialmente, dice, la forma en que otros novelistas, “e incluso guionistas premiados con el Oscar”, han tratado a la mujer del dramaturgo. “Han dicho de ella que era fea y analfabeta, una campesina que lo cazó quedándose embarazada. ¡Qué absurdo, cuánta hostilidad, qué misoginia! Yo la imagino con una inteligencia complementaria a la del escritor, imagino una unión entre iguales muy distintos”, expone. Así, Agnes en el libro es una suerte de animal salvaje capaz de hacer ungüentos milagrosos y domesticar halcones, una feroz madre que es capaz de ver lo que vendrá, pero que no es capaz de ver (ni aceptar) la muerte de su hijo.

Una experiencia sensorial

Como toda novela de Maggie O’Farrrell, Hamnet es una experiencia sensorial. Todo lo que ella narra se siente, se toca, se huele. Y eso es así porque la autora experimenta todo lo que cuenta. “Planté hasta mi propio huerto isabelino, así que sé exactamente cómo huelen las hierbas que utiliza Agnes. Y también aprendí a hacer volar un cernícalo y descubrí que pesa mucho menos de lo que imaginaba. Y olí el cuero cuando se trabaja con él para saber a qué debían oler las manos del padre de Shakespeare, guantero, o de él mismo, que al principio se dedicó a vender guantes”, relata. Lo más difícil fue viajar, mentalmente, al siglo XVI, “y lo crudo de la vida entonces”. Especialmente, la de las mujeres: “Su vida era servir a un regimiento constantemente”.

La decisión de no nombrar a Shakespeare en ningún momento —y la de empequeñecer su vida al máximo, convirtiéndole en el padre que sale a trabajar y nunca regresa porque está lejos, cada vez más lejos— tiene que ver con su deseo de centrarse en el hijo y en la vida doméstica. “En realidad no se sabe nada de Hamnet. Solo se le menciona dos veces en la biografía de Shakespeare. Para los historiadores es apenas una nota al pie, pero para mí es central. Da forma al icono que no se tiene por nada más que un icono precisamente porque no se le presume humano”, asegura.


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