¿Cómo nos ven los robots?

Kazuo Ishiguro publica su primera novela tras recibir el Premio Nobel, la historia de un robot que cuida de una enferma mientras explora la esencia de la condición humana

Kazuo Ishiguro, en Londres en 2019.BEN GIBBONS

Tienda de robots domésticos. Cuando salen porque alguien los compra observan cómo somos y nos escrutan mientras conviven con nosotros, que siendo sus creadores somos sus criaturas. Tal vez los hayamos concebido para que nos sirvan de espejo en el que poder reflejarnos y alcanzar a conocer certezas de nuestra condición humana, y tal vez esta historia en apariencia distópica pero esencialmente humanística que nos cuenta la androide Klara cuidando de una jovencita enferma entretanto aprende qué nos define, este bildungsroman de un humanoide que cultiva la epistemología y va aprendiendo igu...

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Tienda de robots domésticos. Cuando salen porque alguien los compra observan cómo somos y nos escrutan mientras conviven con nosotros, que siendo sus creadores somos sus criaturas. Tal vez los hayamos concebido para que nos sirvan de espejo en el que poder reflejarnos y alcanzar a conocer certezas de nuestra condición humana, y tal vez esta historia en apariencia distópica pero esencialmente humanística que nos cuenta la androide Klara cuidando de una jovencita enferma entretanto aprende qué nos define, este bildungsroman de un humanoide que cultiva la epistemología y va aprendiendo igual que se carga una batería, tenga más que ver con las intenciones del naturalismo de Zola que con el futurismo de Asimov o Dick.

Klara no es muy distinta del detective Banks de Cuando fuimos huérfanos, que a su vez no es tan disparejo del mayordomo Stevens de Los restos del día, la japonesa Etsuko de Pálida luz en las colinas u Ono, el pintor de Un artista del mundo flotante: los protagonistas de Ishiguro son también narradores de su propia historia, porque se buscan a sí mismos a la vez que escarban en su verdadera identidad. Una vez más en la narrativa del Nobel, las apariencias engañan, los géneros se confunden y lo único que en realidad importa es la construcción de la genuina personalidad del protagonista, y de la nuestra reflectada en la suya, a través de su proceso mental, descrito con precisión jamesiana en primera persona, con un notable grado de autoconciencia narrativa y capaz de vertebrar la novela. La Amiga Artificial, la niñera mecánica, se pregunta acerca de nuestra identidad y distinción, al mismo tiempo que indaga con sutileza sobre la soledad, el amor, el bienestar o la muerte, temas por los que el ser humano que la ha creado se siente concernido, y así como los algoritmos arrojan información sobre nuestros hábitos de consumo, las benditas AA iluminan nuestra personalidad y revelan nuestro comportamiento: “Como ya he dicho, saqué de todo eso lecciones muy útiles. Las personas sentían a veces la necesidad de mostrar una cara diferente de sí mismas hacia los demás, como harían ante los transeúntes si estuvieran en un escaparate”.

Este ‘bildungsroman’ de un humanoide que cultiva la epistemología y va aprendiendo igual que se carga una batería, tiene más que ver con las intenciones del naturalismo de Zola que con el futurismo de Isaac Asimov

Klara es de la familia del humanoide Adán que inventó McEwan en Máquinas como yo para invitarnos a entrar en el laberinto de la moral humana, y descendiente de ‘La niñera automática, patentada por Dacey’ que concibe Ted Chiang en el cuento de Exhalación para plantear cómo sería posible mejorar la educación de los niños sirviéndose de autómatas convertidos en pedagogos. Y, por lo que el autor ha confesado, pertenece también al linaje de los cuentos infantiles británicos de mediados del XVIII y comienzos del XIX, que presentaban un mundo feliz sin dejar de insinuar sus sombras. Si bien Klara entronca sobre todo con Kathy, pues la novela que nos ocupa es deudora de Nunca me abandones, aquella sombría novela inolvidable en la que la joven confiesa haber descubierto no ser sino el clon enajenado de una persona, un falso humano despojado de libre albedrío, y que Klara y el Sol revisita con mirada tan esperanzada como alentadora y un extraño candor envolviendo el relato.

Con la paradójica naturalidad con la que trata siempre lo trascendente, y acariciando una vez más las palabras con las que se cuestiona las conquistas de nuestro acelerado mundo tecnológico de la mano de su delicado y cauteloso estilo, Ishiguro evoca aquel prodigio del Prometeo moderno que concibió Shelley y lo lleva a la sofisticación de la inteligencia artificial de nuestros días, capaz de hacernos creer que la imitación del hombre es hacedera y de hacernos temer que es perniciosa; la tentativa de una definición del alma como suma de cognición, memoria, emoción y empatía, y la tentación de vislumbrar humanos que ya no la tengan. Los entes como Klara son artificiales, pero también a ellos, como a nosotros, les alimenta el sol…

Klara y el Sol

Kazuo Ishiguro. Traducción de Maurico Bach. Anagrama, 2021. 445 páginas. 21 euros.



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