Crónicas de la edad ingrata
Los estrenos de ‘Una niña’, a punto de llegar a los cines, y de ‘Adolescentes’, disponible en plataformas, confirman al francés Sébastien Lifshitz como uno de los grandes documentalistas del cine europeo
Sébastien Lifshitz (París, 1968) se hizo un nombre en la penúltima década con olvidables ficciones homosexuales como Primer verano o Plein sud, pero acabó encontrando su identidad como cineasta en el documental. El director francés lleva 10 años centrado exclusivamente en este género, donde ha experimentado una plenitud artística que confirman sus dos últimas películas: Una niña, a punto de llegar ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Sébastien Lifshitz (París, 1968) se hizo un nombre en la penúltima década con olvidables ficciones homosexuales como Primer verano o Plein sud, pero acabó encontrando su identidad como cineasta en el documental. El director francés lleva 10 años centrado exclusivamente en este género, donde ha experimentado una plenitud artística que confirman sus dos últimas películas: Una niña, a punto de llegar a las salas españolas tras haber sido uno de los fenómenos de 2020 en su país (fue estrenada por la cadena Arte, donde la vieron 3,5 millones de espectadores), y Adolescentes, disponible en plataformas de streaming, que triunfó en las salas francesas y ahora figura entre las favoritas para los César, que se concederán el viernes que viene.
La primera es el emotivo retrato de una niña transgénero de ocho años enfrentada a una sociedad que la rechaza con gran violencia. La segunda, tal vez su mejor trabajo hasta la fecha, recoge el paso a la madurez de dos jóvenes en la Francia semirrural, dos amigas inseparables a las que el tiempo acabará distanciando. “La ficción cinematográfica funciona, a menudo, a partir de arquetipos, mientras que el documental permite reflejar la complejidad de una vida”, asegura Lifshitz, entrevistado el miércoles en París. “Filmo a anónimos que adopto como héroes del presente, que me hacen entender mejor la época actual y las restricciones que impone nuestra sociedad. Cada individuo lleva en su interior un relato increíble. Basta con detenerse a escucharlo”.
Los dos proyectos, que tenían que estrenarse con un año de diferencia antes de que la pandemia los hiciera coincidir en el tiempo, forman un díptico con muchas cosas en común. De entrada, la apuesta por un tiempo de observación muy largo —cinco años de rodaje en el caso de Adolescentes y 12 meses en el de Una niña— y la elección como protagonistas de jóvenes que intentan definir su identidad y luego afirmarla frente a un entorno que preferiría que se limitaran a amoldarse a la norma. Sasha, la niña trans, es un caso extremo de esta tensión, al enfrentarse “a la ferocidad de esquemas de género particularmente binarios”, como opina el director. Pero también afecta, de otra manera, a Emma y Anaïs, las heroínas de Adolescentes, inmersas en el proceso de separarse de sus padres para hacerse adultas. “Quise observar la construcción de un individuo a lo largo del tiempo y reflejar cómo el yugo social deja un escaso margen para que este se convierta en quien quiera. Los referentes son poderosos y autoritarios, y casi siempre empujan hacia el conformismo”, afirma Lifshitz. “Es fascinante ver cómo alguien termina convirtiéndose en un ser autónomo, aunque esa batalla nunca esté ganada desde el comienzo”.
En los dos documentales, Lifshitz utiliza un vocabulario cercano al de la ficción, un marco narrativo algo artificioso en el que se acaba revelando una verdad. No hay recreaciones dramáticas ni manipulaciones malintencionadas de la materia prima documental, por citar dos de los males que abundan en este género, pero sí un filtro de irrealidad que pasa tanto por la irrupción de brotes de fantasía —el monólogo cantado de Rizzo en Grease, en una maravillosa secuencia de Adolescentes— como por el propio registro de sus protagonistas ante la cámara. En los tres casos, son ellas mismas y, a la vez, no lo son. “Un anónimo siempre es consciente de ser filmado. A veces, siente el deseo de ofrecerte una representación imaginaria de sí mismo, pero esa interpretación se evapora al cabo de unas horas. Al final, siempre aparece su naturaleza profunda”.
En ambos casos, la familia es descrita como una burbuja de protección ante un mundo siniestro, representado, a escalas distintas, por el tránsfobo director de colegio de Una niña, el malo de la película in absentia, y por los atentados de Charlie Hebdo y del Bataclan, que tiñen de un negro aún más profundo la triste adolescencia de Emma y Anaïs, digna de la etimología de la propia palabra. Aun así, el núcleo familiar se acaba convirtiendo en una fortaleza de la que habrá que escapar a toda costa. En ese marco de referencia, la madre se erige en un personaje secundario pero omnipresente, en la única depositaria de la educación y el bienestar de su hija, frente a padres ausentes e incapaces. La progenitora de Una niña es una madre coraje de manual, que lucha contra todo aquel que atente contra su hija, pero también contra la inexplicable sensación, fruto de supersticiones grotescas, de que todo lo que le ocurre es culpa suya.
Asimetría sociológica
Aun así, la memoria retiene con la misma fuerza el conflicto, eléctrico y permanente, entre Emma y su madre, que no se conceden ni un instante de afecto a lo largo de cinco años. A la vez, la severidad materna se explica por la voluntad de que su hija no desaproveche un inmenso potencial, allá donde la progenitora de Anaïs, más afectuosa en apariencia, se mostrará incapaz de asegurarle un futuro a su cría, lo que la convertirá en adulta antes de tiempo. Es al reflejar esa asimetría de raíz sociológica cuando Lifshitz demuestra su poderío. Las políticas educativas que hacían convivir a pobres y ricos en los mismos centros escolares las unieron. El acceso a la enseñanza superior y al mercado laboral las separará, como insinúa este Boyhood a la francesa, que sigue a sus protagonistas de los 13 a los 18 años. La familia de una votó por Macron. La otra apoyaba a Le Pen.
Lifshitz quiso filmar ambas películas lejos de París y su periferia, que considera “sobrerrepresentadas” en el cine francés. Adolescentes fue rodada en Brive, en la región del Limosín, mientras que Una niña tiene lugar en Laón, en la norteña Picardía: dos ciudades modestas que le permiten retratar “la Francia profunda, donde vive el 75% de la población del país y que, sin embargo, está muy poco presente en el cine”. Parece una extensión, esta vez alejada de la cuestión de la diferencia sexual, de la pertinaz voluntad de Lifshitz de mostrar cómo son las vidas de quienes no tienen derecho a la representación, un trabajo que emprendió a través de documentales como Los invisibles (2012), sobre los gais y lesbianas de los cincuenta que no ocultaron su sexualidad; Bambi (2013), sobre una vedete trans en el París de los sesenta, o Les vies de Thérèse (2016), sobre una pionera francesa del activismo feminista y LGTB. Los tres títulos, inéditos en España, se pueden ver ahora dentro de un ciclo de seis películas que le dedica el festival Zinegoak, en Bilbao, que se celebra hasta el 14 de marzo en versión presencial y también virtual a través de Filmin.
Una niña. Sébastien Lifshitz. Se estrena en cines el 12 de marzo.
Adolescentes. Sébastien Lifshitz. Disponible en Filmin, Mubi y Apple TV.