El círculo de la vida y la filosofía
Una traducción de la edición definitiva de ‘Proceso y realidad’ devuelve a los lectores la revolucionaria obra de A. N. Whitehead un siglo después de su publicación
No hay seres, no hay cosas ni objetos. No hay identidades. La lógica es una farsa. Sólo hay procesos. Esa fue la premisa radical del ciudadano Whitehead, escrupuloso con la ley y el orden. Se rebeló contra una idea que llevaba implantada en la civilización occidental desde Parménides. Una idea con la que se han vestido o disfrazado grandes filósofos, desde Aristóteles hasta Kant, pasando por Descartes, Spinoza o Russell. Del sujeto se podría decir lo que decía Oscar Wilde del santo, que sólo tiene pa...
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No hay seres, no hay cosas ni objetos. No hay identidades. La lógica es una farsa. Sólo hay procesos. Esa fue la premisa radical del ciudadano Whitehead, escrupuloso con la ley y el orden. Se rebeló contra una idea que llevaba implantada en la civilización occidental desde Parménides. Una idea con la que se han vestido o disfrazado grandes filósofos, desde Aristóteles hasta Kant, pasando por Descartes, Spinoza o Russell. Del sujeto se podría decir lo que decía Oscar Wilde del santo, que sólo tiene pasado. Mientras que el pecador (el proceso) sólo tiene futuro.
Los elementos fundamentales de lo real no son pasivos o inertes sino elementos de experiencia: la percepción y el deseo (idea que toma de Leibniz y comparte con Simone Weil). Con esa pareja, Whitehead dibuja una cosmología. Un mapa del mundo basado en la premisa fundamental de que todo el universo, de alguna manera, siente. Desde el átomo, capaz de absorber y emitir luz, hasta el cometa o la galaxia, que gira sobre sí misma y se ovilla como el embrión o la oruga. Se difumina así la línea que separa lo inerte de lo vivo. “Toda realidad está para sentir: promueve la sensación y es sentida”. La diferencia es sólo de velocidades, el mineral es más lento que la tortuga. Una “filosofía del organismo”, donde la sensación (feeling) y la aspiración (aim) guían las transformaciones del mundo.
El planteamiento pertenece a otros climas y épocas. Por eso Whitehead ha sido menos estudiado que Wittgenstein, porque fue más osado, porque fue contra el sentido común de su época. Una época dominada por un positivismo mal entendido, que considera reales las abstracciones físico-matemáticas, en lugar de considerar real la percepción misma y el deseo. Desde la ilustración, ese modelo de realidad, ese “materialismo convencional” ha manejado una idea deficiente de la materia. “Una materia que carece de valor, sentido o propósito”. Una materia que se encuentra a merced de relaciones externas, inerte, exterior al yo que percibe y siente.
Una transvaloración que va más allá de Nietzsche. La tradición occidental se empeñó en describir lo real como un conjunto de identidades cuyas características dinámicas son ontológicamente secundarias o simples apariencias. Whitehead lo desmiente. La realidad es mutante, un conjunto de seres en proceso de ser otra cosa. Somos procesos. Nuestro lugar natural no es el hogar de la identidad (que sirve para cargos, premios y otras fiscalidades), sino el polvo de los caminos. Somos como esa flecha de la que hablaba Ortega, estamos ya en marcha y buscamos con la mirada la diana.
Proceso y realidad aborda toda una serie de problemas que la filosofía dominante ha eludido o marginado. Whitehead muestra sus cartas: cuatro categorías. La primera y fundamental es la creatividad. La acción conjunta del deseo y la percepción tiene como resultado un vector creativo. Lo real es un proceso de fusión de pluralidades y esa mezcla es creativa (el viejo tema de Anaxágoras). La flora que reside en un organismo sería un buen ejemplo, también la respiración, los afectos o la atención. Un diálogo perpetuo y fecundo con otros seres y cosas, de cuyo fondo creativo surge una segunda categoría: lo explicativo. Nuestro modo de entender ese carácter proteico de la naturaleza. Una idea que se conecta con otra de la India antigua. El conocimiento es lo único real. Sólo el conocimiento tiene luz propia, mientras sujeto y objeto brillan con luz reflejada. La evolución cósmica es el proceso mediante el cual el conocimiento se conoce a sí mismo. Y lo hace a través de sujetos y objetos (realidades convencionales), creadas por la luz del conocimiento. Una vez entendido (o malentendido) esto, surge la tercera categoría, la intencionalidad ética (o perversa). Y nos ofrece un ángulo desde el que contemplar el mundo (la cuarta categoría).
Con estas cartas, Whitehead desmonta las filosofías de la sustancia. Los elementos de la realidad (actual entities) no son sustancias, sino que son sociales por naturaleza y crecen conjuntamente, produciendo así nuevos valores. El Ser no es sustancia, sino proceso. Un metabolismo continuo de ideas, alimentos y percepciones. Una comunión universal que ningún puritanismo y ninguna dieta puede esquivar.
La de Whitedead es una transvaloración que va más allá de Nietzsche. ‘Proceso y realidad’ aborda problemas que la filosofía dominante ha eludido o marginado.
La parte más interesante del libro es la tercera, que expone una filosofía de la percepción (el único empirismo radical). Whitehead utiliza el término “prehensión” (captación) para incluir, no sólo lo que vemos, sino también lo que vemos sin ver. Ese resto fugaz que retenemos inconscientemente y aflora en los sueños. Tanto lo mental como lo físico participan de las sensaciones y los juicios, que son procesos de apropiación y entrega. Luz que se recibe y luz que se da. Ambos son aspectos complementarios (no opuestos) de una realidad más profunda.
La cuarta parte ensaya una fundamentación geométrica del sistema. Whitehead fue un matemático influyente pero no fue un gran escritor como Bergson. En la traducción de Miguel Caldel, se percibe un esfuerzo encomiable por la claridad, que sin duda agradecerán los lectores. La matemática es esa ciencia cuya magia consiste en hacer desaparecer al sujeto. Una ciencia impersonal. Se podría decir “matematiza” como se dice “llueve”. No hay nadie que lo haga, nadie que se responsabilice de las tormentas o los teoremas (aunque ambos puedan llevar nombres). Ese es su gran poder. Pero la matemática no siente ni desea. Uno de los factores que amenaza la cultura científica moderna es su escisión en numerosas disciplinas particulares, cuyo vector resultante puede quedar fuera de control. Otro, el perderse en el creciente simbolismo lógico-matemático. Cuando todo es símbolo, los símbolos desaparecen, y la vida humana los necesita.
En la quinta parte Whitehead emprende el vuelo. Establece la doble condición de lo divino: una naturaleza primordial y creativa, y una percepción consciente, repartida y multiplicada en todo lo vivo. Un universo pulsante que recupera el primer motivo de la filosofía, la célebre frase de Tales de Mileto: “Todo está lleno de dioses”. La materia, que durante parte de la época moderna fue inerte e impenetrable, vuelve a ser sensible a la luz, creativa y espontánea (algo que suscribiría Bohr, De Broglie y otros cuánticos). Una filosofía de lo vivo, de lo que crece y se transforma, de lo que asciende a la plenitud del fruto. Una hipótesis que el pagano Whitehead (y este cronista) tratan de revivir.