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Pepe Mujica
Columna
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Los insultos a Pepe Mujica en Buenos Aires y el riesgo de naturalizar lo excepcional

Ante el auge de la ultraderecha del candidato argentino Javier Milei, el expresidente de Uruguay quizá tenga razón cuando diagnostica que la humanidad está en la puerta de una nueva civilización

Javier Milei presenta su libro 'El fin de la inflación' en la Feria Internacional de Libro de Buenos Aires (Argentina), el pasado 14 de mayo.
Javier Milei presenta su libro 'El fin de la inflación' en la Feria Internacional de Libro de Buenos Aires (Argentina), el pasado 14 de mayo.Natacha Pisarenko (AP)

Tarde de domingo. Buenos Aires. Feria del Libro. Brilla el sol. Ingresa José Pepe Mujica al predio. El expresidente uruguayo camina despacio, algo oscilante, algo encorvado. 87 años. Muchos lo reconocen, otros lo saludan con respeto. Viene a presentar Semillas al viento. Y unos pocos reaccionan del peor modo.

“¡Fuera, viejo!”, “¡Juira, bicho!”, “¡Mugriento, andá a bañarte!”, “¡La casta tiene miedo!”, le gritan un grupo de adultos, en su mayoría hombres, treinta, cuarenta o cincuenta años más jóvenes que él. Se dicen liberales o libertarios, pero se muestran cargados de intolerancia y fascismo mientras vociferan “¡Viva la libertad, carajo!”, frase tan insólita como contradictoria con la agresión verbal que protagonizan.

Mujica, al que vivencias extremas le sobran, reacciona del modo más inteligente. Los ignora. Sigue su camino, rodeado por allegados y personal de seguridad que se coloca entre él y los energúmenos. Luego sí, ante la consulta de la prensa, el Pepe interpretará con altura lo ocurrido: “Considero que es una crisis de esperanza”.

“Los humanos somos animales utópicos”, abundará. “No hubo ningún momento en 200, 300.000 años de historia en que los grupos humanos no inventaran algo mágico en lo cual creer, que después lo fanatizaron. No tiene vuelta, somos así”.

El incidente, así, excede al incidente en sí. Refleja los niveles de intolerancia que vivimos en la Argentina y en otros países, desde Perú a España. Una intolerancia que a menudo se refleja en las redes antisociales y que en ocasiones se vuelca a las calles. Allí tenemos los ejemplos de las hordas en el Capitolio estadounidense y el Planalto brasileño.

Este incidente refleja, además, un contraste tristísimo con la realidad que viven en la otra orilla del Río de la Plata. Los uruguayos tienen sus muchos problemas –y el Pepe alertó luego sobre los “síntomas de grieta” que percibe en su país-, pero muy lejos de los niveles de confrontación y agresividad de nuestras pampas. Bastará con recordar que Mujica también protagoniza otro libro, fruto de las conversaciones “sin ruido” –tal su subtítulo- que mantuvo con el también expresidente uruguayo, Julio María Sanguinetti. ¿Algo así sería posible en la Argentina? ¿Hay dos mandatarios de signo político opuesto que podrían siquiera compartir un escenario en nuestro país o en otros varios países de América Latina? ¿Qué dice eso sobre nuestras sociedades? ¿Qué expone esa imposibilidad sobre nosotros?

Para peor, Javier Milei, el líder del espacio que abroquela a los energúmenos que insultaron a Pepe Mujica, tampoco repudió lo ocurrido. “No avalo ese tipo de cosas”, dijo, para de inmediato restarle importancia. Eso es “parte del folklore argentino”, dijo, y planteó que los agresores “también se sienten muy agredidos”. ¿Por qué? Porque los calificó como víctimas de un supuesto doble estándar de quienes critican esos episodios, pero toleran o callan cuando otros, ejemplificó, “queman fotos con mi cara en manifestaciones”.

El repudio que no fue tal de Milei ni siquiera escandaliza en la Argentina. Porque en nuestro país –como en otros muchos- vamos naturalizando lo excepcional. Así podemos recordar que intelectuales kirchneristas cuestionaron en 2011 la participación de Mario Vargas Llosa, por entonces ganador del Premio Nobel de Literatura, del mismo modo que un año antes, otros energúmenos irrumpieron en la presentación de un libro que exponía las adulteraciones en las estadísticas oficiales de inflación que impulsaba el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Y del mismo modo lidiamos con ciertos legisladores y militantes de Juntos por el Cambio que se destacan por su intolerancia y agresividad verbal, sea en el recinto del Congreso o en las redes antisociales.

Todo esto ocurre, para sumarle más patetismo a la ecuación, mientras el panorama económico y social empeora cada día. Seis de cada 10 niños y adolescentes argentinos son pobres y uno de cada tres de ellos come menos que hace un par de años, según el respetado Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA). ¿Y nuestros políticos, mientras tanto? Muchos –no todos -, están mirándose el ombligo, en la antesala de las elecciones primarias de agosto y las generales de octubre por la Presidencia.

Ese ombliguismo y la inapelable falta de resultados de la clase política explica, al menos en parte, por qué Milei atrae porciones crecientes del electorado. Se ofrece como la antítesis de los políticos que gobernaron durante las últimas décadas. Con eso parece sobrarle para resultar competitivo.

Mujica quizá tenga razón cuando, tras la agresión que padeció en la Feria, trazó su diagnóstico sobre nuestros días: “Hay una crisis de esperanza, porque en el piso, en la profundidad de la historia, estamos entrando en una nueva civilización y vamos a sufrir mucho”.

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