K-pop, trap y reggaetón: ¿la nueva música “clásica”?
Al igual que con el jazz, cierta música afrocaribeña e incluso la llamada música culta o clásica, la historia humana nos habla de que el lenguaje musical y su consumo viaja de los estratos populares a las élites sin mayor problema.
En su libro El ruido eterno, escuchar al Siglo XX a través de su música (The Rest is Noise, 1999), el crítico musical Alex Ross asegura que el viaje que ésta ha tenido a lo largo y ancho de la existencia de la humanidad, nos habla de un ir y venir en donde las fronteras definidas o imaginarias (pensemos en las industrias, los géneros y estilos, así como los diferentes públicos que se identifican con determinada expresión), pasan de generación en generación, desdibujándose, rompiendo sus propios cánones y llegando a escuchas que en un principio se imaginaban impensable.
El concierto de anoche, dice Ross, es el paseo solitario de mañana. Esta figura sirve para poner en relieve ese fenómeno que suele ocurrir en el ámbito musical a nivel social y consumo de masas, en donde lo que originalmente surge de una periferia, minoría o estrato desfavorecido, a la postre cuestiona y configura el rostro de la música que suelen disfrutar también las élites, los nichos privilegiados o los estratos considerados “altos”.
Este ejemplo puede comprobarse con el nacimiento de la llamada música clásica o culta, la cual, a la par de la consolidación de las burguesías en la Europa del siglo XVII y XVIII, fue gestando siempre un movimiento alterno, contrario o que cuestionaba los cánones de lo que las clases privilegiadas imponían como buena o mala música. Sin embargo, a la distancia, esos movimientos disruptivos, muchas veces pertenecientes al vulgo, hoy son también parte de la tradición, los estudios más serios y elevados de la llamada “alta cultura”, o de las salas de concierto más prestigiosas.
De esta misma forma, ni el jazz estuvo siempre ligado a los círculos culturales más entendidos y refinados, o la cumbia ha sido privativa de las clases trabajadoras. Entre diatribas, apropiaciones, reinterpretaciones, también miradas desprolijas, torpes e incluso francamente irresponsables, la música es bien llamada un lenguaje universal, en buena medida porque es lo suficientemente amplia como para dar cabida a infinitas combinaciones, lecturas, relecturas y visiones que puedan usarla como goce estético, acompañante de la soledad, complemento social o vehículo discursivo.
En este sentido, nadie pensaría hace tres décadas que el rock, un estilo que fue el espíritu contestatario y juvenil por antonomasia, daría pauta a una de las industrias más rentables del mundo del espectáculo. Y más aún, que esa misma industria dejaría de estar en la cima o que su poder pasaría la batuta a otros géneros.
Es aquí donde surge la pertinencia de la pregunta: ¿es el trap, el reggaetón y expresiones musicales de gran arrastre como el K-pop la música clásica, culta y digna de sesudos análisis del futuro? Quizás aún sea muy pronto para saberlo, especialmente en una época en donde la tecnología y el sistema de consumo camina a un ritmo poco más que voraz y encumbra estilos y figuras de forma vertiginosa.
Una de las críticas a fenómenos que hoy ocupan los primeros sitios en los charts, venden más discos y se encuentran girando por el mundo, llámese Bad Bunny, BTS o Blackpink, J Balvin, Travis Scott, entre muchos otros es una aparente vacuidad, estilo de vida banal y discurso laxo que los pueda proyectar como figuras culturales sólidas y trascendentes de sus tiempos.
Sin embargo, habría que tomar en cuenta la defensa de su idioma y su lugar natal a nivel internacional por parte de Bad Bunny, o echar un vistazo al activismo político reciente de las chicas K-pop en Corea del Sur. Si en algún momento la música popular pasó al gusto de las élites, hoy las preferencias musicales de los más ricos nos hace preguntarnos también si el soundtrack del lujo está lleno de coreografías, perreo y beats duros.
De cara al futuro, la última canción parece aún no estar compuesta y entre baile, acordes y melodías, la música sigue siendo un lujo fascinante y perfecto para descubrir y disfrutar el mundo.