El chile, protagonista hispano de alto calibre
El chile es a la comunidad hispana, no sólo un portal necesario y vital del sabor de su cocina, sino también el vínculo ancestral con el que compartimos nuestra pasión, nuestros afectos, lazos familiares y amistosos.
Uno de los escenarios recurrentes encuentra a los amantes hispanos del chile divirtiéndose con los rostros de los paladares menos expertos, viendo cómo sudan, soplan y se enchilan de forma infinita. Y es que para muchas personas no acostumbradas a este ingrediente, el chile picante pudiera parecer un gusto adquirido y un placer que más bien tiene pinta de suplicio.
Pero nada más alejado de la realidad, ya que para los hispanos que viven en Estados Unidos, el chile es un invitado de honor a la mesa, que más allá de redimensionar la diversidad de los platillos forjan también parte importante de nuestra identidad más profunda. Pensemos por un momento en que no son pocas las familias hispanas, las que pasan “un chile para morder” de contrabando en reuniones o restaurantes extranjeros, o en los recuerdos que nos unen con nuestros antepasados al reinterpretar la receta del adobo, la salsa o el platillo con chiles como protagonista.
De las más de cien variedades de chiles que existen en América Latina, en Estados Unidos las opciones y acceso a ellas disminuye considerablemente, haciéndolo aún más exclusivo y especial. Hoy, la salsa en la comunidad hispana es ya un elemento esencial incuestionable, que ha desbancado al ketchup. Sabores tradicionales como el pico de gallo, la salsa roja, verde, negra o taquera superan los 800 millones de dólares (mdd).
Tan ilógico como un taco sin salsa picante o una llajua boliviana que no nos caliente las orejas, el picante es un imprescindible de hispanoamérica para el mundo. Sin el ají, las empanadas colombianas perderían su tridimensionalidad, los rocotos rellenos no tendrían sentido o el acarajé brasileño sin su tradicional remojo de chile malagueta, simplemente se quedarían en la mesa.
El chile importa más de lo que creemos, más allá de pasar un rato en apuros mientras tomamos agua y dejamos que los efectos de la capsaicina, esa sustancia maravillosa que se encuentra en unas glándulas muy pequeñas en la placenta del chile, pasen lentamente.
Amarillo, verde, rojo o naranja, embotellado, seco, en polvo, o en estado nautural, también hervido, rallado o desvenado, el chile es nutritivo y prominentemente hispano de dentro hacia afuera, ya sea en moles, sopas, ensaladas, adobos y salsas por igual, el chile picante le da sabor, textura, color y mucho calor con vitaminas, carotenoides, fibras y minerales a nuestra cocina.
Y si bien se ha reconocido la sensación acalorada y a veces desesperante que pudiera despertar una mordida de salsa de chile habanero, árbol o ají, esto también preserva una mística especial que se disfruta, divierte y nos une entre amigos, familia, propios y extraños, misma que nos hace comer más y más de forma aún más deliciosa. El chile es un regalo hispano adicional a su ya de por sí afamado sazón diverso e intenso, mismo que incluso ha sido integrado a bebidas gourmet, snacks y caramelos dulces.
Hoy, incluso la gastronomía estadounidense no se concibe sin la presencia de chiles como el jalapeño en sus interminables tardes de snacks y deportes, sin contar las innumerables variedades de salsas embotelladas que tienen a las de herencia hispana entres las más consentidas. Placer y felicidad, picor y sabor, el chile es hoy por hoy un protagonista infaltable de la fiesta hispana, de nuestro corazón a la cocina y de la mesa al paladar del mundo. ¡Celebremos juntos!