¿Qué nos está pasando?
Los convulsos sucesos ocurridos en América toman una nueva dimensión desde las páginas de ‘¿Quién manda aquí? La impotencia ante la espiral de violencia de México y América Latina’, de Javier Moreno
Las recientes noticias que nos llegan de diferentes lugares americanos –desde el enjuiciamiento del Mayo Zambada en Estados Unidos estos mismos días, hasta, muy especialmente, la descomposición que vive el proceso de paz y la inestabilidad y violencia creciente de todo orden en Colombia- adquieren nueva dimensión si son vistas a través del retrovisor de larga distancia que nos ha ofrecido Javier Moreno, quien fuera director de este diario y actualmente a cargo de su Escuela de Periodismo, en uno de los hits editoriales de este año y que apareció poco antes del verano: ¿Quién manda aquí? La impotencia ante la espiral de violencia en México y América Latina.
Lejos de la rigidez del registro académico y abrazando lo mejor de la tradición cronista del periodismo, el autor ancla su reflexión con implacable perseverancia, habilidad y talento -como cazador que acecha su pieza- en el análisis del lenguaje, explícito e implícito, que diferentes responsables públicos -presidentes y altos funcionarios- utilizaron en entrevistas, comparecencias, conversaciones más o menos públicas y, también, privadas, que se dieron a conocer de una u otra manera, tanto en momentos decisivos de sus mandatos, como en circunstancias aparentemente inocuas que, pasado el tiempo y analizadas en perspectiva, adquieren importancia capital.
A lo largo de este trepidante ensayo, Javier Moreno presenta una despiadada y aguda reflexión, no exenta de ácida ironía que hará sonreír al lector en más de una ocasión, y donde el acceso que el autor ha tenido a estas personalidades, hacen excepcional y difícilmente equiparable este libro a cualquier otro. Piénsese, en este sentido, que muchos de los protagonistas fueron visitados no solo mientras estaban en ejercicio, sino también antes, por ejemplo cuando eran gobernadores, así como después, cuando, al conversar con Javier Moreno eran víctimas del insoslayable reflejo de tratar de justificar las decisiones adoptadas.
Y es aquí, precisamente, donde emerge la colosal entidad del autor, ya maestro de reputados periodistas. Se sirve para ello de dos registros que excitan por igual la avidez del lector por asaltar la siguiente página: por un lado, la intuición investigadora que lleva a seguir el rastro de las pistas más insospechadas con el empeño y disciplina del sabueso –en su caso, multiplicado exponencialmente gracias a sus iniciales años académicos y profesionales como químico-; y, por otro, el estilo elegido para su relato: como se dijo, la crónica. Así, como cirujano armado con el bisturí más preciso, desmenuza de manera inexorable lo sucedido, enriqueciendo su narración con el análisis de detalles –en algunos casos mínimos- que, aunque estaban ahí a la vista de todos, habían pasado inadvertidos y que, resultando claves para comprender la interrelación entre violencia, crimen organizado, desigualdad y pobreza o la debilidad institucional latinoamericana, desvelan las miserias humanas que se alimentan de ello y condicionan la trágica realidad que aflige a la región.
Fruto del enjambre de vínculos, causalidades, casualidades, circunstancias azarosas, concatenaciones e investigaciones oficiales o periodísticas que Javier Moreno expone, ordena, jerarquiza y clarifica –deshaciendo errores o malentendidos que se han abierto paso en la opinión ciudadana de manera más o menos malintencionada-, se yergue un crisol de conclusiones que enfrentan al lector a la cruda realidad que afecta a más de seiscientos millones de personas y tiene, eventualmente, consecuencias en todo el planeta: la debilidad del poder estatal -muy singularmente presidencial- en América Latina.
Lo interesante es que, para desnudar esta realidad –que ya había sido puesta de relieve, por los estudiosos–, delinea una serie de causas que entroncan con motivos, desde luego, estructurales que son bien conocidos: corrupción en las fuerzas y cuerpos de seguridad, debilidad cuando no amenaza de supeditación del poder civil al militar –las páginas dedicada al caso brasileño resultan especialmente reveladoras-, ausencias o carencias flagrantes en los cuerpos de inteligencia, o la descoordinación y multiplicidad de los organismos dedicados a estos menesteres causa decisiva de su proverbial ineficacia, entre un largo etcétera. Pero, también, y aquí este libro brilla con luz propia, cuando desentraña circunstancias biográficas o personales que adquieren importancia capital en este escenario: entre las más elocuentes, disfrutarán las páginas donde reflexiona sobre cómo no pocos de los máximos responsables públicos “no saben que no saben”, lo cual multiplicó el efecto devastador de alguna de sus decisiones.
El análisis hilvanado se remonta a acontecimientos prácticamente sucedidos treinta años atrás que adquieren una nueva entidad ante la coyuntura que atraviesa hoy América Latina: muy específicamente la creciente supeditación de los poderes del Estado al poder Ejecutivo o el progresivo prestigio social que atesora la apelación a poderes más fuertes y Estados más represivos que han llevado a algunos analistas a alertar ante la posible bukelización de América Latina. Tras la reelección de Daniel Noboa en Ecuador el pasado mes de febrero, vienen semanas y meses decisivos en este sentido: el balotaje al que asistiremos en Bolivia en octubre, las elecciones hondureñas, chilenas y las pospuestas en Haití, todas ellas en noviembre, y el rosario de citas ante las urnas al que asistiremos a lo largo de 2026 en Brasil, Colombia, Costa Rica, Nicaragua y Perú, determinarán la oscilación más o menos derechizada del mapa político latinoamericano. Todos estos procesos cobran una dimensión, me atrevo a decir que intimidatoria, a la luz de lo que refleja el libro de Javier Moreno.
No haré espóiler. Pero sí diré que el libro acaba mal. La conclusión del autor es que la situación es mucho peor hoy que hace treinta años, cuando el periodista llegó por vez primera a México. Trataré de suscitar algún optimismo pues, aunque la espiral de violencia se ha incrementado y su capacidad de condicionar la vida ciudadana latinoamericana se extiende de manera vírica, apelaré, si se quiere un poco ingenuamente, pero tratando de arrancarles una sonrisa ante un escenario tan preocupante, a la sentencia del insigne mexicano que, en seguida, vendrá a su memoria: “estamos peor pero estamos mejor, porque antes estábamos bien pero era mentira. No como ahora, que estamos mal pero es verdad”. Más allá del guiño, se hace evidente el pesimismo que abruma al propio autor que, en diferentes partes de su ensayo, pone de relieve el fracaso del fortalecimiento institucional y democrático al que pensó iba a asistir cuando llegó a la región a mediados de los noventa. Un fracaso que desliza en clave personal y generacional cuando -en referencia a la experiencia mexicana- se pensó que, con la conquista democrática se entraría en la senda de un progreso socioeconómico asociado al fortalecimiento del Estado de Derecho. No fue así. Afortunadamente, los historiadores sabemos que el futuro no está determinado y que siempre puede ser de otra manera. Ojalá sea así.