Ecuador: una victoria anímica para la izquierda
Las elecciones muestran que no solo la izquierda regional se ha debilitado, sino que las derechas tampoco logran resolver los problemas ni generar nuevas hegemonías
Aunque la primera vuelta de las elecciones ecuatorianas terminó en un empate, con una ligera ventaja para el actual presidente Daniel Noboa, la victoria anímica fue para la candidata correísta Luisa González. Luego de tratar de instalar la posibilidad de triunfo con más del 50% de los votos, el 44,2% tuvo un sabor amargo -y sin disimularlo, Noboa dejó plantados ...
Aunque la primera vuelta de las elecciones ecuatorianas terminó en un empate, con una ligera ventaja para el actual presidente Daniel Noboa, la victoria anímica fue para la candidata correísta Luisa González. Luego de tratar de instalar la posibilidad de triunfo con más del 50% de los votos, el 44,2% tuvo un sabor amargo -y sin disimularlo, Noboa dejó plantados a sus seguidores la noche electoral-. Por el contrario, el 43,91% de González no solo fue muy superior al que anticipaban las encuestas y mejoró de forma significativa los resultados del correísmo en las primeras vueltas de 2021 y 2023, sino que la pone en carrera al Palacio de Carondelet con posibilidades reales de victoria. En todo caso, ninguno de los dos tendrá mayoría parlamentaria.
El partido del expresidente Rafael Correa -Revolución Ciudadana- es el único del ciclo del giro a la izquierda que no pudo volver al poder tras su salida del Gobierno. A la “traición” de Lenín Moreno -candidato de Correa que le dio la espalda y provocó su exilio- le siguieron dos gobiernos conservadores: el del banquero Guillermo Lasso, que no terminó su mandato, y el del joven Daniel Noboa, hijo del magnate bananero Álvaro Noboa (quien intentó, con menos suerte que su hijo novato, llegar al poder en cinco oportunidades).
En estos años, el anticorreísmo fue una fuerza consistente -con tendencias de derecha pero también de izquierda e indigenista- que le impidió a Revolución Ciudadana recuperar el gobierno. Pero la fuerza del anticorreísmo parece haberse debilitado el domingo pasado. La mano dura en temas de seguridad -incluida cierta bukelización estética- de Noboa no logró sacar al país de la violencia demencial que en muy poco tiempo sumió a los ecuatorianos en un infierno. Tampoco consiguió garantizar servicios básicos y el país viene siendo afectado por largos cortes de energía.
Si la invasión ilegal a la Embajada mexicana para detener al exvicepresidente correísta Jorge Glas, condenado por corrupción, proyectó una imagen de “hombre fuerte” del mandatario treintañero, el acoso contra su propia vicepresidenta, Verónica Abad, a la que mandó a Israel en una extravagante e indefinida “misión de paz” para sacársela de encima y le impidió luego por la fuerza volver a sus funciones, lo mostró como un milenial autoritario. Aunque con posibilidades de victoria en la segunda vuelta del 13 de abril, ya no tiene el camino allanado como pensaba.
Noboa repite que quiere tirar al “viejo Ecuador” a la basura, pero el “nuevo” es una pesadilla para sus habitantes. “El Ecuador que conocimos tenía playas a las que se podía ir por la noche, bares abiertos hasta la madrugada y mujeres haciendo dedo en las carreteras. Pero ese país ya no existe. En menos de cinco años pasamos de ser uno de los más pacíficos de América Latina a encabezar la lista de homicidios por cada cien mil habitantes”, escribió la periodista y cofundadora de la revista digital GK Isabela Ponce. Y añadió: “El Ecuador que sí existe pero me cuesta reconocer es el que tendrá que gobernar quien gane las elecciones presidenciales [del 13 de abril]. Ese Ecuador tuvo cortes de luz de hasta 14 horas, tuvo la tasa de pobreza más alta desde la pandemia del Covid-19, tuvo cuatro estados de excepción, vio cómo tres alcaldes fueron asesinados, tuvo una vicepresidenta que no ha podido ejercer sus funciones, y vio cómo cuatro niños desaparecieron y fueron encontrados calcinados después de haber sido detenidos violentamente por militares”. Ecuador no era sin duda un paraíso, y la propia autora analiza problemas que se generaron bajo el propio correísmo.
Rafael Correa busca reforzar el clivaje entre la múltiple crisis actual y la época de estabilidad de sus gobiernos (2007-2017), caracterizados por una suerte de populismo tecnocrático. “Pasamos de ser ejemplo de Latinoamérica a prácticamente un Estado fallido”, posteó en la red X junto a un video publicitario. Esas apelaciones a un pasado dorado -e idealizado-, al “populismo de izquierda” latinoamericano le funcionan de manera desigual y con rendimientos decrecientes. Pero lo cierto es que la crisis ha debilitado la resistencia a la vuelta del correísmo en zonas hostiles como la sierra indígena, donde los indígenas le recriminan aún a Correa haber tratado a sus líderes de terroristas. “El rendimiento electoral de Luisa González es muy superior al de 2023, pero no solo en los bastiones de la Revolución Ciudadana, sino también en algunos de los territorios menos favorables para el correísmo”, escribió el analista Javier Rodríguez S. Y allí residen sus renovadas posibilidades electorales.
De manera más amplia, el caso ecuatoriano -con la salida anticipada del conservador Guillermo Lasso y las dificultades de Noboa para garantizar su reelección tras solo dos años de gestión (en 2023 fue elegido para terminar el mandato de Lasso)- muestra que no solo la izquierda regional se ha debilitado, sino que las derechas tampoco logran resolver los problemas ni generar nuevas hegemonías. En muchos casos, más que la izquierda o la derecha, gana la oposición, en contextos en los que los electorados son menos fieles, los Parlamentos esquivos a los Ejecutivos, los horizontes políticos más cortos y el futuro incierto -sobre todo en términos económicos y securitarios-.