José Rubén Zamora, el cuarto poder tras las rejas en Guatemala: “No me voy a dejar vencer”
EL PAÍS entra en la prisión militar Mariscal Zavala para conversar con el periodista detenido hace 569 días. Tras la llegada de Arévalo al poder, la comunidad internacional confía en que su liberación esté más cerca, pero él se mantiene sereno: “Estoy listo para pasar tres meses o 100 años aquí”
Para visitar a José Rubén Zamora hay que pasar tres controles militares, subir un camino en medio del bosque bajo la mirada de soldados que vigilan desde sus garitas y extender el brazo para que te pongan un sello, la marca que da acceso a cruzar una penúltima verja que protege la celda en la que el periodista más emblemático de la historia reciente de Guatemala lleva preso desde hace 569 días.
Allí, resguardado por seis agentes —que en ocasion...
Para visitar a José Rubén Zamora hay que pasar tres controles militares, subir un camino en medio del bosque bajo la mirada de soldados que vigilan desde sus garitas y extender el brazo para que te pongan un sello, la marca que da acceso a cruzar una penúltima verja que protege la celda en la que el periodista más emblemático de la historia reciente de Guatemala lleva preso desde hace 569 días.
Allí, resguardado por seis agentes —que en ocasiones llegaron a ser hasta ocho— en un pequeño cubículo con una litera, una mesa, sillas, muchos libros, algunas fotos familiares y un baño, el periodista que encarna mejor que nadie lo que en otra época se llamó el cuarto poder recibe a la visita con un claro mensaje: él no se rinde. “Estoy sereno, tranquilo. Listo para pasar tres meses o 100 años aquí”, dice este hombre de 67 años, en una conversación de más de tres horas con EL PAÍS en su celda del cuartel militar Mariscal Zavala. Una cárcel que alberga desde narcotraficantes a empresarios y políticos detenidos por corrupción y casos de alto perfil.
El fundador de elPeriódico —un diario que se vio obligado a cerrar en mayo de 2023 por el asedio de las autoridades— se enfrenta a una acusación por lavado de dinero, un delito que él siempre ha negado. Diversos organismos internacionales han criticado “graves violaciones procesales” en un caso que consideran un claro ataque a la libertad de expresión por las decenas de publicaciones que revelaban actos de corrupción durante el Gobierno de Alejandro Giammattei. Lo mismo considera el nuevo presidente, Bernardo Arévalo, quien lo ha calificado de “persecución política a la prensa”.
Aunque Zamora fue condenado a seis años, una sala de apelaciones anuló la sentencia en octubre pasado, y ordenó repetir el juicio. Pese a las torturas que asegura que sufrió en los primeros 17 meses de cautiverio durante la anterior Administración, él parece incombustible. “Siempre he sido consciente de que no me iba a dejar vencer”, advierte. Y además, “ahora soy el jefe”, bromea al referirse a la mejora sustancial en sus condiciones con la llegada del nuevo Gobierno de Guatemala.
Desde hace tres semanas, Zamora, piel tostada, pelo blanco repeinado y bigote espeso, ya no tiene que pasar 23 horas al día en aislamiento en una celda oscura y llena de polvo que le generó problemas en los ojos, en la que llegó a perder 17 kilos, y en la que sufrió plagas de insectos que le hacían surcos en la piel o se la desgarraban. “Echaba Baygon pero, para ellos, era como tomarse un Negroni, como un aperitivo, les daba más hambre”, se ríe. Él, sin embargo, se intoxicó con el insecticida, que le provocó ronchas en la piel. Además, su estancia prolongada en la cárcel le ha hecho perder la mielina del sistema nervioso, una sustancia que facilita la transmisión de impulsos. Ahora, dice este hombre de 1,87 metros de altura y 64 kilos, hasta el peso de una frazada encima de su cuerpo le duele.
En las últimas semanas, el periodista ya no sufre las amenazas constantes ni requisas a la fuerza que no le dejaban dormir en paz, y ya no tiene cámaras apuntando hacia él que le grababan todo el tiempo. Las nuevas autoridades, además, le han construido ventanas en la parte superior de la celda, le han puesto luces y agua caliente, le permiten recibir más visitas y le dejan moverse libremente entre el cubículo que ha sido su casa en el último año y medio y el pequeño espacio que hay antes de la primera verja que lo resguarda, una franja de cemento y otra de césped de poco más de seis metros por la que corre una hora al día imaginándose el circuito de la carrera diaria que hacía antes de caer preso: ocho kilómetros por la Avenida Las Américas, del monumento del Papa Juan Pablo II al Banco Industrial.
El presidente Arévalo dijo a principios de febrero que el caso contra Zamora era “espurio” y que fue creado “como un intento de convertirlo en castigo ejemplar” como advertencia por sus publicaciones. Y aunque el Ejecutivo insiste en el respeto a la independencia de poderes y que el proceso debe seguir su curso por una vía judicial de la que ellos también desconfían, desde su llegada al poder se han esforzado en que el periodista tenga condiciones dignas en prisión.
Además, han abierto las puertas de su celda al escrutinio interno e internacional. En las últimas semanas, el fundador de elPeriódico ha recibido al ministro de Gobernación, a los jefes de bancada del partido oficialista Semilla en el Congreso, al jefe de instituciones penitenciarias y a representantes de las embajadas de la Unión Europea y Estados Unidos, además de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), unas visitas que la anterior Administración negaba sistemáticamente.
Ante tal desfile de personalidades, los guardias “vienen ahora a pedirme favores”, confiesa Zamora. “Pero yo no conozco al Gobierno”, asegura. Según dice, las autoridades también le ofrecieron cambiarse a una “celda VIP” en una cárcel militar en la que los políticos, narcotraficantes y empresarios detenidos replican los privilegios que tenían fuera, pero él lo rechazó. “No me parecía ético porque yo mismo había criticado esos privilegios”, justifica.
El riesgo del periodismo contra el poder
Ingeniero industrial de profesión y la voz más irreverente del periodismo guatemalteco por vocación, José Rubén Zamora empezó en los años ochenta siendo ejecutivo de petroleras y cementeras, pero antes del fin de la larga guerra civil en Guatemala (1960-1996) se rindió al periodismo. En 1990 fundó el diario Siglo Veintiuno, que circuló hasta 1996, cuando lanzó elPeriódico. “Siempre pensé hacer un periódico interesante, poderoso, fuerte. Lo veía más como un agente de cambio capaz de poder entender el país y hacer cambiar las reglas de juego. Este es un país de grupos tácticos. Nuestras élites jamás han hecho suya la democracia, ni la libertad, ni la transparencia. Sus convicciones están más bien con los oligopolios, los monopolios y el corporativismo político”, dice sentado en una silla de plástico en su celda, que acaba de limpiar Juan Pablo, el hijo de Petronila, la empleada de la familia Zamora de toda la vida. Desde que su mujer tuvo que exiliarse hace nueve meses, es él quien le lleva comida a la cárcel todos los martes y los sábados. El día de la visita, además, el joven se lleva algunos de los trajes con los que el periodista aparece impoluto ante el juez. Debe limpiarlos para su próxima audiencia, prevista para este 21 de febrero.
Las publicaciones de sus medios —que llegaron a emplear a cientos de periodistas— cuentan la historia contemporánea del país. Su agenda siempre estuvo llena de fuentes dispuestas a revelar las perversiones de la política y los negocios: políticos, artistas, policías, jueces y diplomáticos le hacían revelaciones que después contrastaba su equipo y otras que él contaba en su columna El Peladero. Sus investigaciones le valieron el respeto de una parte de la población y el prestigio internacional: Zamora ha recibido el premio Maria Moors Cabot de la Universidad de Columbia, el título de uno de los 50 héroes de la libertad de prensa del siglo XX del Instituto Internacional de la Prensa de Boston y el Rey de España de periodismo.
Pero enfrentarse a los grandes poderes puede salir muy caro. En sus tres décadas de vida, elPeriódico tuvo que luchar contra decenas de demandas, y Jose Rubén Zamora ha sufrido atentados, amenazas, secuestros e incluso un intento de asesinato. “Yo siempre bromeaba con mi dentista que un día me iba a tener que ir a buscar a un terreno baldío para identificarme por la dentadura”, dice. Algo que bien podría haber pasado en 2008, cuando lo secuestraron y le dieron una paliza que le dejó inconsciente. “Me rompieron un disco [vertebral] en tres fragmentos. Me llevaron al hospital y tuve una bacteria en la sangre por seis meses”, recuerda.
Para entonces, parte de la familia Zamora ya vivía en el exilio, en Estados Unidos. Habían salido del país en 2003 después de un asalto en su casa. Los secuestradores hicieron creer a su esposa y sus tres hijos que habían matado al periodista. Poco después, él regresó a Guatemala.
Nada le frenaba para seguir adelante con sus investigaciones. También le invitaban a dar charlas de periodismo en distintas partes del mundo en las que, según dice, en realidad, enseñaba “teología financiera, o cómo hacer confluir los ocho milagros para pagar la planilla”, uno de los grandes retos que siempre tuvo su periódico. Conforme revelaban casos de corrupción que tocaban a los poderosos, los anunciantes se iban por presiones de los distintos Gobiernos. “Otto Pérez Molina me quitó 40 millones de quetzales [casi cinco millones de euros] de mis mejores clientes: amenazó a las cuatro telefónicas, a una cementera, a una cervecera...”, enumera. Mientras, Zamora liquidaba sus propios bienes (casas, carros, relojes, obras que le regalaban) para mantener el periódico. Dice que lo hacía “por convicción”.
Abogados condenados
En 2018, Zamora recibió una llamada del Ministerio Público (MP) con una invitación. La jefa de la Fiscalía, Consuelo Porras, una polémica figura sancionada por Estados Unidos por frenar investigaciones anticorrupción, quería verlo. Desde entonces, “un lunes de cada mes me invitaba a su despacho”. En aquel momento, ella tenía una guerra abierta con el jefe de la Fiscalía Especial Contra la Impunidad en Guatemala (FECI), Juan Francisco Sandoval, quien estaba investigando presuntos casos de corrupción del Gobierno de Giammattei y era cercano a Zamora. “La señora no lo quería. Quería expulsarlo del MP y que, cuando lo expulsara, yo estuviera neutralizado”, apunta.
Esos encuentros se extendieron hasta mediados de 2021, cuando elPeriódico publicó la “trama rusa”, una investigación que reveló la llegada a Guatemala de un grupo de empresarios de ese país que buscaban una concesión minera a cambio de sobornos y cuyas pruebas entregó a Sandoval. La historia incluía detalles jugosos como una alfombra llena de billetes que supuestamente le dieron a Giammattei para su campaña. La revelación del caso provocó el exilio del fiscal de la FECI y el fin de las invitaciones de Porras a Zamora. “Me llamó por última vez al MP muy enojada”, recuerda. En esa ocasión, la fiscal ya no le recibió en su despacho, sino en una mesa “larga y descuidada” y le dio un discurso amenazante de tres horas en el que nunca le miró a los ojos. “Me contaba que, de niña, le habían enseñado a que nadie la machucara ni la humillara”, recuerda. EL PAÍS contactó a la fiscalía para contrastar la versión del periodista, pero hasta la publicación de este reportaje no ha obtenido respuesta.
Poco después de ese último encuentro, una fuente del MP le advirtió que estaban buscando cualquier cosa para incriminarlo. Entonces, empezó lo que considera una “cacería constante”. Le embargaron las cuentas de elPeriódico y las suyas propias. En julio de 2022, 18 agentes con pasamontañas y fusiles irrumpieron en su casa para detenerlo y enviarlo a prisión. Aquel día, allanaron también las oficinas de elPeriódico. Zamora no supo de qué lo acusaban hasta la primera audiencia, ni pudo tener contacto con sus abogados, que no tuvieron acceso a su expediente para defenderlo.
La denuncia por la que lo incriminaron procedía de un exbanquero que en el pasado había sido fuente de Zamora, que lo acusó de obligarlo a lavar 300.000 quetzales (unos 35.000 euros), un dinero que el periodista admite que existió, si bien dice que es legal y que lo obtuvo por la venta de una pintura regalo de un artista guatemalteco amigo suyo, Elmar Rojas, que usó para financiar su diario.
Un informe de imparcialidad publicado este mes por TrialWatch, de la Fundación Clooney para la Justicia, constató “numerosas vulneraciones de las normas internacionales y regionales”, en un proceso en el que Zamora tuvo que recurrir a 10 abogados defensores, cuatro de los cuales fueron también objeto de acciones penales. “Es de los procesos más absurdos que he visto”, dice uno de esos abogados, Juan Francisco Solórzano Foppa. “No permitieron nunca que se ejerciera una defensa. Y cuando tuvimos una línea de defensa clara para demostrar el origen del dinero, lo que hicieron fue atacarnos a nosotros como defensa, criminalizarnos y meternos presos”.
La captura de Zamora fue interpretada, además, como una advertencia a otros periodistas. “José Rubén Zamora es un mentor del periodismo guatemalteco y era presidente de elPeriódico, que estaba en el top tres de influencia de este país y que, tras su detención, desapareció. Se está hablando de algo disruptivo, de algo aleccionante y de efectos simbólicos que van más allá de los resultados judiciales”, dice a EL PAÍS el relator especial para la libertad de expresión de la CIDH, Pedro Vaca.
El futuro
La familia Zamora pide que en el nuevo juicio se permita al periodista presentar pruebas y testigos para no repetir el proceso viciado anterior. Además, demandan que, mientras se repite la parte oral del juicio, al fundador de elPeriódico se le conceda prisión domiciliaria, “como establece la ley”. Pero él es consciente de que puede llevar mucho tiempo. “Es posible que pueda salir a prisión domiciliar en los siguientes tres años. Siendo realista, prefiero pensar que voy a seguir aquí para estar sereno y tranquilo”, dice. Su mayor deseo es que se den las garantías para que su esposa regrese del exilio.
Y aunque el nuevo presidente ha prometido “nuevos aires” y trabajar para que no haya más periodistas encarcelados “por cumplir su función de informar en libertad y con responsabilidad”, Zamora es cauto en sus expectativas: “Arévalo solo tiene el control del Ejecutivo, el judicial sigue siendo una narcocleptodictadura multipartidista que se mantenía disfrazada y que, con Giammattei, se quitó el disfraz”.
En cierto modo, ambos comparten una misma situación. El juez que lleva el caso de Zamora —Freddy Orellana— es también el que desató una cacería contra el partido de Arévalo. Por eso, el periodista cree que Arévalo debería enfocar de forma diferente su disputa con la fiscal Consuelo Porras, a la que el presidente llegó a acusar el año pasado de encabezar un golpe de Estado para evitar su investidura, y destituirla. “Esa señora ha cometido y sigue cometiendo delitos flagrantes. Es evidente y continuado. Hay que leerlo así o el presidente va a acabar en la vecindad mía”, advierte.
Zamora sabe que, cuando salga de la cárcel, hay expectativas de que monte otro periódico, pero su hijo le pide que se vaya a vivir a Estados Unidos a una casita frente al mar. Las fuerzas desde luego parecen no faltarle a este hombre que ha sido protagonista y testigo privilegiado de la historia de Guatemala de las últimas cuatro décadas. “Pienso que soy el hijo favorito de Dios. Si estoy aquí, algún significado tiene. Debo tener una gran diáspora celestial”, dice antes de la despedida. Y suelta un último deseo: “Algún día quiero que el Estado de Guatemala me pida disculpas y que Ángel González —un empresario mediático que a menudo carga contra él— transmita esas imágenes durante tres horas en la hora de mayor rating”.
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