Reivindicar la moderación en la política
Una carrera presidencial no se trata de quién gana con un discurso más agresivo en la contienda, sino quién cuenta con un programa más sostenible para gobernar durante cuatro años una nación cargada de tantas complejidades
Las primeras encuestas en la ruta a la elección presidencial de 2026 muestran a un país que, lejos de ir en contravía de la tendencia global hacia la radicalización, parece caer en la trampa de obligarse a escoger entre las opciones más extremas de la bara...
Las primeras encuestas en la ruta a la elección presidencial de 2026 muestran a un país que, lejos de ir en contravía de la tendencia global hacia la radicalización, parece caer en la trampa de obligarse a escoger entre las opciones más extremas de la baraja. En la mitad, decenas de candidatos con propuestas más moderadas y discursos que podrían llevar hacia una reconciliación de la política nacional siguen luchando por mantener la relevancia.
En la naciente era global, la política de las identidades y las emociones reemplaza a la política de las ideas y los debates racionales. Por eso no es del todo una sorpresa que las agendas más extremas crezcan en su popularidad y vigencia en el debate electoral, mientras que todas las voces en el medio se arriesgan a caer en la irrelevancia. Si las elecciones presidenciales de Colombia fueran mañana, todo indica que la decisión estaría entre la continuidad del divisivo proyecto petrista y la versión más extrema de una derecha que busca reivindicar algunos de los peores recuerdos de la historia nacional.
Mientras en Colombia parece tener efecto la tendencia política global de la espectacularización y la radicalización de los liderazgos, más debemos insistir en la necesidad de promover valores como la moderación y la decencia en la política. Cuando más toma fuerza la moda de elegir al que más duro grita y al que más ofende a sus rivales, más debemos reclamar que valores esenciales de la democracia, como la tolerancia y el civismo en el debate, no caigan en la obsolescencia.
El camino para construir una nación transformada no puede ser elegir en el poder discursos que llaman a aplastar a los rivales, ni confiar las riendas de la sociedad a quienes creen que todos sus críticos son “nazis” que se oponen a la voluntad unánime de un pueblo. Por eso preocupa que las encuestas más recientes favorezcan a proyectos que insisten en reivindicar los peores valores del pasado político de Colombia, como la visión militarista de la bala como solución a todos los problemas del país, mientras desde el otro lado se celebran incluso los peores errores del gobierno Petro desde rebuscadas y divisivas líneas narrativas. Ahora más que nunca, debemos entender que una carrera presidencial no se trata de quién gana con un discurso más agresivo en la contienda, sino quién cuenta con un programa más sostenible para gobernar durante cuatro años una nación cargada de tantas complejidades y desafíos. Los charlatanes suelen destacarse durante las campañas, pero son ineficaces para dirigir en tiempos adversos.
Así no ganen los aplausos de los más enfurecidos electores ni conquisten los hurras de la plaza pública, los liderazgos que llaman a la moderación son los que más pueden ofrecer herramientas capaces de conducir a la reconciliación de una nación como la nuestra, luego de ocho desgastantes años de profunda división. Mientras las olas de la demagogia en el mundo entero han traído modas como tildar a los rivales de “zurdos de m…”, como lo ha hecho Milei en Argentina, o tildar de fascistas a todos los sectores críticos, como lo hace a diario el presidente Petro, más hay que insistir en el principio republicano de saber vivir en desacuerdo desde el civismo. Atrás debe quedar la poco democrática idea, impulsada desde el actual gobierno de Colombia, de que todos los que se oponen a sus políticas son aliados del narcotráfico y defensores de tesis “nazis”.
El populismo es experto en crear tormentas para explotarlas con sus llamados extremistas, y si algo requiere nuestro país es lo contrario a eso: necesita construir puentes entre partidos y dirigentes que rara vez se comunican para algo distinto al intercambio de agravios. Y es especialmente urgente crear un debate público desde la búsqueda de mejores acuerdos —y también desacuerdos respetuosos—. Colombia no está obligada a quedarse en la permanente elección entre radicales que solo viven de profundizar las heridas y que la menor de sus prioridades es hacer posible el ideal de una nación más tolerante y cívica.