Ir al contenido

El tusi, la droga “éxito” del marketing que refleja a “nuestras sociedades hiperdeprimidas”

Este coctel de ketamina y éxtasis, entre otros químicos, se vende en Colombia como una suerte de ‘emprendimiento’ que promete cambiar las reglas de juego en la lucha contra las drogas

El tusi es, en sí mismo, un impostor. Su nombre proviene de la forma leída, traducida del inglés y castellanizada, del 2C-B, una droga sintética. Inicialmente este era uno de los ingredientes principales de unos polvos rosados que, empacados en pequeñas bolsas ziploc, con sabores y ediciones especiales, empezaron a prepararse en Colombia a finales de la década del 2000. Se trata de un coctel de muchas sustancias con el que se juega siempre a la ruleta rusa, pues quien lo consume —generalmente, aspirándolo por la nariz— nunca tiene certeza sobre qué contiene. Si alguien se vuelve adicto, no sabrá bien a qué sustancia lo es.

Algunas de sus mezclas han sido “patentadas” y bautizadas con nombres de perfumes, pues cada una es tan particular que quien la produce, como en la perfumería, no solo requiere del conocimiento químico de los ingredientes, sino que convierte cada fórmula en el secreto mejor guardado de la casa autora de la fragancia o, en este caso, del cocinero o dealer. Entre las infinitas combinaciones que se pueden hacer con sus componentes —principalmente ketamina y MDMA, o éxtasis, sus dos ingredientes principales, aunque contiene muchos más— han surgido dos “ediciones especiales” bajo los sellos de ‘Calvin Klein’ o ‘Coco Chanel’.

Este último, de acuerdo con las investigaciones de las autoridades mexicanas, podría ser la causa detrás del asesinato del dj colombiano Jorge Luis Herrera Lemos, DJ Regio Clown, y del cantante de música urbana Bayron Sánchez Salazar, B-King, cuyos cuerpos desmembrados fueron encontrados en ese país el pasado mes de septiembre. La principal línea de investigación apunta a que se trataría de una retaliación por parte de cárteles mexicanos ante la presunta iniciativa de los intérpretes de entrar a competir en el mercado de las drogas bajo la firma de ‘Coco Chanel’.

Un análisis de Échele cabeza, una organización colombiana que trabaja en la reducción de riesgos y daños por el consumo de sustancias psicoactivas, ha develado que ‘Coco Chanel’ no es una nueva droga sino un tipo de tusi, solo que de color blanco, con olor a coco y un toque de cafeína; mientras que el libro Tenebrismo químico: Estado y crítica de la razón del tusi, escrito por el historiador colombiano Enrique La Rotta señala que ‘Calvin Klein’, ‘Special K’ o ‘coketa’ es un tipo de tusi al que se le añade cocaína “para contrarrestar los efectos anestésicos y depresores de la ketamina”.

Aunque las variaciones del tusi pueden ser infinitas, en la mayoría de casos sus ingredientes principales son la ketamina (un anestésico), y el MDMA, o éxtasis (un estimulante), de acuerdo con un informe de 2023 del Servicio de Análisis de Sustancias de la misma organización. Pero la piñata contiene otra gran variedad de sustancias, tanto legales como ilegales, que van desde sacarosa, lactosa, cafeína, acetaminofén, taurina y benzodiacepinas, hasta opioides, viagra y metanfetaminas.

La experiencia de su consumo, en todo caso, suele oscilar entre los efectos de sus dos drogas sintéticas principales: una que adormece y otra que genera un efecto empatógeno que permite conectarse, a través del baile, con el entorno y la música, y que incluso —con sus efectos emocionales y sociales— paradójicamente ha llegado a apaciguar conflictos entre narcotraficantes.

En Colombia existe un cierto consenso sobre el origen de estos polvos rosados: se remonta a las fiestas de guaracha, un género de música electrónica que surgió entre 2007 y 2008 en el marco de las fiestas que se hacían en fincas a las afueras de Medellín y de ciudades del eje cafetero, así como en apartamentos de lujo. No obstante, cuando se mira con atención, se descubre que se trata de un fenómeno binacional. Tanto la guaracha como el tusi —procesos independientes, pero cuya historia está entrelazada— están vinculados desde sus orígenes a México. Dicha relación podría explicar, en parte, el asesinato de DJ Regio Clown y de B-King, pues tanto el tusi como la guaracha cobraron fuerza gracias a “un circuito de DJs entre Colombia y México”, explica La Rotta en su libro.

Una “droga de autor”

Aunque el tusi nació como un impostor del 2C-B, algunas de sus variaciones o ediciones de temporada contienen trazos de esta droga sintética. Solo que al 2C-B, ante la suplantación de su nombre, ahora se le conoce como Nexus. Son infinitas sus mezclas. Cada una es también un ejercicio de marketing, y una forma de fidelizar clientes. Así, cada nueva creación se convierte en un producto de temporada con sabor a uva o arequipe.

Pero el mayor éxito de mercadeo es haber pintado esta droga de rosado —aunque ahora también se experimente con otros colores—, en un país con un estigma global alrededor de los polvos blancos. Con un nuevo tono y bajo el misterio de no saber de qué está hecho, a diferencia de otras drogas consumir tusi deja de ser una experiencia ruda, chocante y adulta: no se siente el olor químico de las sustancias, o su amargor entrando al cuerpo; sino que “es un acto que nos devuelve a la infancia y niega nuestra capacidad de decidir”, se plantea en Tenebrismo químico.

Del tusi poco a poco fue desapareciendo la sustancia original que le daba nombre: el 2C-B. El historiador Enrique La Rotta explica que en dosis bajas el 2C-B se comporta como un psicodélico, y en altas como LSD. “Gravita entre esas dos experiencias. No es tan tóxico y como que para el cuerpo es noble”, dice en una entrevista telefónica. Pero estas experiencias tan intensas no eran compatibles con la liviandad del ambiente en el que se consumía; no era “lo que están buscando las personas en una fiesta, que quieren estimularse un rato, pasarla bien, y seguir oliendo de forma rutinaria. Eso es algo que no se puede hacer con una sustancia tan compleja como el 2C-B original”, explica.

Y es que el tusi llegó para cambiarlo todo. “El auge de estas fiestas coincide con un cambio en el rol e imaginario del narcotraficante. Estas figuras caudillistas de gran popularidad, los capos/antihéroes y los grandes carteles de renombre, mueren con el siglo XX para dar lugar a un mafioso corporativo y de bajo perfil, que lo último que desea es ser conocido por todos, pero que no por eso está exento de riesgos, frustraciones y ansias de placer y desconexión”, añade el investigador.

De alguna extraña manera, el tusi es una “droga de autor”, plantea La Rotta en su ensayo crítico. “El dealer lleva consigo la receta a dondequiera que vaya”, y con esta nueva dinámica cambian las reglas de la lucha contra el narcotráfico. Mientras Estados Unidos bombardea presuntas narcolanchas en el Caribe y el Pacífico, este mercado ha encontrado su forma de mutar. “Antes, para ser un narcotraficante debías tener una gran infraestructura, hectáreas de tierra, un sistema de distribución, grandes plantaciones, laboratorios en medio de la selva. Ahora solo debes tener un contacto que te venda ciertos elementos”. A su vez, la producción se desplaza del campo a las grandes ciudades, a cualquier vivienda, en un proceso anárquico y descentralizado.

“Es muy difícil que un control de las autoridades pueda detener este mercado”, advierte Mauro Díaz, químico y coordinador del servicio de análisis de Échele cabeza, en una entrevista telefónica. Si ha fracasado la guerra contra drogas como la cocaína, dice, “que es una sustancia que se extrae de miles de hectáreas en Colombia, es más difícil controlar algo que alguien puede preparar con unos pocos ingredientes. De eso surgió precisamente el tusi, de que cualquiera lo pudiera preparar”.

“El oficio del ‘dealer-cocinero’ es también una respuesta a la cultura del rebusque”, añade La Rotta. En una cultura que valora la innovación y el servicio al cliente, el dealer encuentra eco en dichos principios. Así, la distribución de drogas funciona bajo la lógica de un emprendimiento: hay promociones, ediciones especiales, domicilios, y los encargos se hacen generalmente a través de WhatsApp. El impulso publicitario se lo termina de dar sus menciones en múltiples canciones de reguetón y, por contradictorio que parezca, también las notas de prensa. No es un mercado de calle, sino personalizado, en el que los usuarios se fidelizan y le hacen retroalimentaciones al dealer.

En su ensayo, La Rotta aborda el fenómeno del tusi como una de las formas en las que se manifiesta la profunda crisis de sentido de las nuevas generaciones colombianas: los jóvenes a los que les prometieron que estudiar les garantizaba el éxito, pero que terminaron trabajando en un call center. “Venimos de una pandemia, que surgió cuando se estaba cocinando la crisis económica. Estudiar y trabajar no te garantiza absolutamente nada. Y mi generación es muy: vamos a viajar, vamos a consumir, a vivir esta vida intensamente, puesto que el futuro no nos promete nada”.

Sin embargo, ante la falta de información, tampoco hay consciencia sobre las consecuencias. “Toda esa generación que está oliendo polvo rosado todos los fines de semana, a ritmo de reguetón, guaracha y música electrónica, en unos años va a estar orinando sangre”, advierte. El daño a la vejiga es una de las potenciales consecuencias físicas de la ketamina, mientras el MDMA puede causar daños neurológicos. Probablemente, en unas décadas, el consumo de tusi sea un asunto de salud pública.

La ketamina tiene otra cara: aporta beneficios si es usada de forma controlada como analgésico, y tiene propiedades antiinflamatorias y antitumorales, entre otras. Según cita el libro, “se ha demostrado que una sola dosis podría reducir las ideaciones suicidas por una semana, principalmente en pacientes que vienen de una crisis y han intentado acabar con su vida”. Es, técnicamente, un antidepresivo que sin saberlo muchos jóvenes se automedican. “Esta capacidad antidepresiva de la ketamina, en diálogo con otras sustancias, convierten al tusi casi en un remedio psiquiátrico casero que mantiene a jóvenes y ‘adultes’ a flote semana por semana”, apunta el texto. “Si lo pensamos, es la experiencia ideal para nuestras sociedades hiperconsumistas e hiperdeprimidas”, concluye. Es un coctel “hijo de nuestro tiempo”.

Sobre la firma

Más información

Archivado En