Colombia ante el dilema chino
Acercarnos a la China no necesariamente ha de verse como algo negativo. Pero hay que prever consecuencias con Estados Unidos y con el bolsillo de todos
Hace unas semanas señalé en este mismo espacio que el camino para que caiga la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela pasa por la China, país que respalda al Gobierno chavista no tanto por convicción como sí por motivos económicos, pues la deuda que los vecinos tienen con ese país asiático asciende a más de 60.000 millones de dólares y los chinos no están dispuestos a perder esa plata tras un repentino final de tan oscuro Gobierno. ¡Pobres chinos ricos! ¡Pobres venezolanos pobres!
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Hace unas semanas señalé en este mismo espacio que el camino para que caiga la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela pasa por la China, país que respalda al Gobierno chavista no tanto por convicción como sí por motivos económicos, pues la deuda que los vecinos tienen con ese país asiático asciende a más de 60.000 millones de dólares y los chinos no están dispuestos a perder esa plata tras un repentino final de tan oscuro Gobierno. ¡Pobres chinos ricos! ¡Pobres venezolanos pobres!
Un dilema similar estará enfrentando Colombia en las semanas y meses por venir, una vez Donald Trump asuma la Presidencia de los Estados Unidos, ya que no es un secreto para nadie que, más allá de los temas meramente domésticos, la obsesión del nuevo presidente estadounidense es ganar a toda costa esa guerra comercial en la que China lleva la delantera.
El desespero y la angustia de Trump se ven reflejados en anuncios como la retoma del Canal de Panamá o el deseo de anexar a la unión americana a Canadá y Groenlandia. Dos ideas disparatadas, pero con un claro componente común: el presidente de los Estados Unidos quiere que su país sea aquel que controle los mares y, por tanto, la ruta del Ártico, que en los próximos 10 años empezará a convertirse en la más rápida y económica vía comercial del planeta, así como el paso por el canal interoceánico. Ambos han de ser espacios bajo la égida de los Estados Unidos que así podrá encarecer, dificultar o entorpecer el comercio chino.
En esa línea estará el dilema para Colombia, que hace apenas cuatro meses anunció su intención de integrar la iniciativa china de la Franja y la Ruta o nueva ruta de la seda. ¿Cómo se va a manejar el gran lanzamiento de los proyectos que se están estructurando junto a los chinos y que seguramente serán anunciados este año en el marco del aniversario 45° del establecimiento de relaciones diplomáticas con la República Popular China? ¿Qué medidas irá a tomar Trump contra Colombia una vez el Gobierno de Petro presente todo el menú de ideas que convertirán a Colombia en un puerto más del gran proyecto globalista de Xi Jinping?
Tal vez estoy exagerando y tal vez al presidente estadounidense le reste importancia al anuncio. Pero en todo caso ya podemos anticipar que cuando el presidente Petro habla de trenes de alta velocidad para Colombia, lo hace pensando en los trenes chinos; que cuando desde el Ministerio de Transporte anuncian que pronto se presentarán los proyectos para la reactivación de los ferrocarriles, se está pensando en los chinos; que cuando la ministra de Agricultura habla de la recuperación de nuestros puertos de Tumaco y Buenaventura, lo hace pensando en los chinos; y que cuando la directora de ProColombia destaca en una entrevista con la agencia Xinhua que las ciudades favoritas de los turistas chinos que llegan a Colombia son Bogotá, Medellín y Buenaventura, seguro no es porque a la ciudad portuaria vayan a disfrutar del mar azul y las playas de arena blanca.
Acercarnos a la China no necesariamente ha de verse como algo negativo. Tal vez ellos puedan ayudar al desarrollo que tanto necesita Colombia. Pero hay que prever consecuencias, por un lado con nuestro aliado de siempre, Estados Unidos, y por otro para el bolsillo de todos, pues muchos proyectos chinos han dejado deudas impagables en los países receptores.