Quién nos quiere

América Latina ha recibido inversiones de Estados Unidos y de China que son comparables con el Plan Marshall, pero las remesas van camino a superarlas

Una mujer sale de una tienda que ofrece servicios para enviar remesas a México y Centroamérica, en San Diego, EE UU.Gregory Bull (AP)

Qué es más importante en términos de influjos de recursos que vienen del exterior, las inversiones de las multinacionales y otros inversionistas internacionales, o las remesas que vienen de nuestros familiares, que se fueron a establecerse del todo afuera y envían dinero. ¿Nos quieren más los inversionistas o nuestros parientes?

Dentro de los primeros, quiero comparar las inversiones que han hecho las dos mayores potencias económicas mu...

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Qué es más importante en términos de influjos de recursos que vienen del exterior, las inversiones de las multinacionales y otros inversionistas internacionales, o las remesas que vienen de nuestros familiares, que se fueron a establecerse del todo afuera y envían dinero. ¿Nos quieren más los inversionistas o nuestros parientes?

Dentro de los primeros, quiero comparar las inversiones que han hecho las dos mayores potencias económicas mundiales, China y Estados Unidos, pues arrojan luces sobre la importancia relativa de América Latina para cada uno de ellos. Más adelante, lo comparamos, país por país, frente a las remesas.

En efecto, veinte años atrás, China inició el ascenso en su influencia mundial, mientras consolidaba un milagro económico, acentuaba sus necesidades de recursos naturales y se posicionaba como el poder emergente que podría desafiar a los Estados Unidos.

Uno de los campos de batalla de la expansión china es su inversión a través del mundo. China pasó de invertir afuera 5.5 mil millones de dólares en 2004 (MMDA), a 55.9 MMDA en 2008. Este rápido despegue era solo un presagio. Lo más contundente estaba por venir. Para 2016 la inversión de China en el exterior se había catapultado a 196 MMDA, 35 veces lo de 2004. 2016 fue también el año pico, pues la inversión de China en el extranjero cayó a 137 en 2019, y ha fluctuado en ese rango desde entonces.

Tal vez ese incremento en inversión afuera fue una de las alertas que sintieron los americanos a mediados de la década pasada. Lo cierto es que despertaron de la ilusión de un crecimiento asociativo y virtuoso entre las dos economías, y migraron a una actitud de áspera rivalidad, y a un juego de suma cero en el que lo que ganas tú lo pierdo yo.

Por su parte, EE UU, donde las decisiones de invertir por fuera de sus fronteras se toman en juntas directivas privadas, descentralizadas y no coordinadas o alentadas por una autoridad central, mantuvo un nivel alto, entre 280 MMDA y 400 MMDA.

¿Cómo nos fue a los latinoamericanos en esa rivalidad? ¿Qué tanto nos quieren los chinos y los americanos? En los primeros años de este siglo China llegó a dedicar una atención desmesurada a nuestra región. En 2006 América Latina era el destino de casi el 60% de la inversión extranjera china. Entre 2010 y 2021 China ha invertido cada vez más en Latinoamérica, pasando de 10 MMD en 2010 a 26 MMD en 2021. En términos porcentuales hemos caído en importancia a menos del 10% al final de la década.

Cómo es el interés inversionista de los EE UU en Latinoamérica. Pasó de 42 MMD en 2010 a 65 MMD en 2021. En porcentaje, ha sido estable entre 17% y 23% de toda la inversión extranjera de Estados Unidos.

El total invertido por EE UU entre 2010 y 2020 en nuestra región es 387 MMD y el de China 145 MMD. Ahora bien, si se comparan estos montos con lo que fue el Plan Marshall de inversión en Europa, con posterioridad a la Segunda Guerra mundial, traído a dólares de hoy, la gráfica muestra que no tenemos de qué quejarnos. En la década pasada entre esos dos países se invirtió en América Latina lo equivalente a más de tres planes Marshall.

¿Cómo se ve la inversión extranjera desde la perspectiva nacional en nuestros países? Aclaró que no separo la proveniente de China y EE UU para cada país. Es un ejercicio clave, pero queda para otra oportunidad. Veremos la perspectiva desde cada país, como receptor de inversión externa.

El más interesante, como sucede con frecuencia, es Chile, que fue la niña consentida del mundo hasta 2016, cuando recibía entre 8% y 12% de su PIB, literalmente una nueva turbina para su desarrollo. Entre 2017 y 2019 cayó a 2% del PIB, y si bien ha subido a cerca del 6% del PIB, un nivel notable, no es lo que fue.

Colombia y Brasil reciben sistemáticamente cerca de 4% del PIB, México cerca del 3% y Argentina entre el 1% y el 2%. Parecen cercanos pero representan sumas dramáticamente distintas.

Por supuesto en tamaño Brasil y México están muy por encima de Argentina y Colombia, que en la actualidad son economías similares. Una comparación que puede ser reveladora es la inversión externa por habitante. El orden se mantiene, Chile arriba, con más de mil dólares de inversión externa por chileno, antes de 2015; Luego Brasil, México y Colombia, entre 300 y 400 dólares por persona; y más abajo Argentina y Venezuela (este último con datos hasta el arribo del oscurantismo de Maduro).

Centroamérica tiente también sus consentidas: Panamá, con más de mil dólares por habitante antes de la pandemia; Costa Rica, entre 500 y 600 dólares por persona; y Guatemala, El Salvador y Honduras alrededor de 100 dólares por habitante.

Es decir, el futuro del triángulo norte no está en la inversión extranjera, sino en las remesas. Mientras Guatemala recibe 18 MMD de sus nacionales que viven en el exterior, difícilmente llega a 1 MMD de inversión externa. Para Honduras la comparación es de 8 a 1 entre remesas vs. Inversión externa; y para El Salvador, de 16 a 1. Aparte, las remesas han crecido establemente, mientras la inversión externa es muy fluctuante.

En el caso de México, las remesas van en camino a duplicar la inversión extranjera. Para Colombia, llegan a ser uno a uno, pero aclarando que las remesas vienen en constante ascenso. Para Argentina, Brasil, Chile y Perú, la inversión externa aún es al menos tres veces más importante que las remesas (10 veces en Brasil).

¿Quién nos quiere, entonces, económicamente? De México hasta Colombia podemos decir que a lo largo de la década pasada, y en especial desde el Covid, pasamos a recibir sumas masivas de remesas de nacionales que viven en el extranjero que sobrepasan a los inversionistas internacionales. Muy dramático para los países del llamado triángulo norte de Centroamérica.

Para Chile, Costa Rica y Panamá, la inversión foránea aún es preponderante. Eso no es válido para los países al sur de Colombia.

Ahora bien, la inversión externa trae muchos elementos adicionales, en términos de rigor de organización empresarial, tecnología avanzada, entrenamiento de empleados, acceso a mercados mundiales y competencia, además de los meros dólares. En eso la inversión extranjera es muy superior a las remesas.

Pero las remesas llegan directamente al tejido social, como una inyección intravenosa de suero que llega a un paciente deshidratado. Arriban directo a las familias pobres y de clase media, cuyos parientes se han ido en busca de un mejor futuro. En eso tienen un efecto social tremendo, que la inversión tarda mucho en crear.

En el frente más aburrido de las cuentas externas, el déficit de balanza de pagos, la estabilidad del dólar, etc., el efecto de ambos influjos de divisas es similar. Fiscalmente la inversión extranjera crea más base de tributación directa (impuesto a la renta), y las remesas, que van más al consumo, aumentan la tributación indirecta, el IVA.

En conclusión, si América Latina empezó el siglo pendiente de la inversión norteamericana, hoy China ha logrado ascender a un lugar notable, si bien aún bastante por debajo de los norteamericanos.

No podemos quejarnos de una supuesta desatención por parte de estos dos colosos en su lucha por la supremacía mundial. Como lo muestra la comparación con el conocido Plan Marshall, recibimos sumas substanciales a lo largo de la década pasada. Tenemos que seguir tratando bien a los inversionistas externos.

A su vez, la inversión externa ha perdido importancia frente a las remesas de familiares, en especial para los países entre México y Colombia. Esos dos cambios son de fondo para cómo se financia el consumo de las familias, la inversión de las empresas y el crecimiento de nuestras economías.

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