“Los otros” llegan al poder

La llegada de Petro al poder se da tras un momento de reflexión de los colombianos y también de hastío a la desigualdad, corrupción y a la violencia

Una simpatizante de Petro y Márquez, en la Plaza Bolívar, este domingo.RAUL ARBOLEDA (AFP)

Esta sociedad durante décadas ha estado de espaldas a sí misma, negando verdades para vivir entre mentiras, sosteniendo con su narrativa una malla de contención para evitar una caída al vacío haciendo que su progreso, sea una especie de milagro que se superpone a la ilegalidad, a la impunidad, a la corrupción, a la violencia, a la economía de la guerra, a la desigualdad.

El momento de una reflexión y de hastío llegó y se concretó en una elección popular que este domingo trae al ...

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Esta sociedad durante décadas ha estado de espaldas a sí misma, negando verdades para vivir entre mentiras, sosteniendo con su narrativa una malla de contención para evitar una caída al vacío haciendo que su progreso, sea una especie de milagro que se superpone a la ilegalidad, a la impunidad, a la corrupción, a la violencia, a la economía de la guerra, a la desigualdad.

El momento de una reflexión y de hastío llegó y se concretó en una elección popular que este domingo trae al poder a Gustavo Petro Urrego. Una afirmación se les escucha de forma generalizada a los colombianos: el país estará en manos diferentes. Pero, ¿qué es ser diferentes? De la mano de Gustavo Petro y Francia Márquez no llegan personas de geografías desconocidas, o con costumbres extrañas con las que no se comparta un idioma, o una bandera. Los que llegan son colombianos que han tenido menos oportunidades, que han visto vulnerados sus derechos, que han tenido pocos micrófonos encendidos para que su versión de la vida cuente.

Visto sin la ideología de los extremos, los que asumen la tarea de gobernar en el año 22 del siglo XXI, son quienes ante la centralista mirada de “los de siempre” consideran como aquellos “otros”, esos que no tienen en su lista de teléfonos con los contactos de las élites políticas porque no se conocen y no se reconocen.

Son muchos años acumulados en los que “los de siempre” han señalado a “los otros” con el dedo, a la distancia, viendo a “los de allá”, a “esa gente” como simples espectadores y receptores de su auto-protagonismo. Los ciudadanos considerados como simples comités de aplausos. Una actitud que creó una barrera divisoria que se convirtió en un hábito político. La historia da cuenta de esto ampliamente con el bipartidisimo de los cincuenta, o el multipartidismo forzado del resto del siglo XX hasta ahora, inicios del XXI.

Ese hábito político de excluir a “los otros” desencadenó un proceso de degradación en el reconocimiento del concepto de Nación. Se descalificaron aquellos que no eran del círculo o que no alcanzaban la educación que a juicio del sistema, otorgaba las capacidades y los conocimientos requeridos para gobernar. Esa descalificación se profundizó cuando se pasó al señalamiento como sospechosos, y de esa sospecha directamente a la lista de enemigos y como enemigos al argumento irracional que condujo a la violencia.

Pero los caminos de la civilidad finalmente se transitan en sociedades pre modernas como la nuestra. Las guerrillas quisieron tomar el poder, y el final de su pretensión,- que duró cinco décadas - es un Acuerdo de paz que sirvió como punto de partida para legitimar a esos “otros” a abrirse el espacio sin miedo al rótulo. En las contradicciones del milagro colombiano, mediante el voto y no el fusil, los “otros” están asumiendo la gobernanza. Este es el reto.

En Colombia no se han hecho las grandes reformas necesarias para la modernización de la gestión pública, así como los cambios culturales que transforman los pueblos. En los últimos 30 años, con una Constitución que surgió de acuerdos políticos, se ha vivido en un gran vacío de autoridad moral de los presidentes y líderes políticos que, con buena voluntad en algunos casos, mantuvieron la tibieza para no arriesgarse a generar oportunidades de cambio que trajeran la igualdad de derechos a esos “otros”, frustrando el espíritu incluyente de la Constitución.

Este proceso aisló a “los de siempre” de la periferia, de la base, de las personas, de las víctimas, de las mujeres, de los negros, de los indígenas. Se alejaron de las comprensiones rotulando como inevitables las fatalidades, como excentricidades o rarezas sus expresiones culturales, o viendo como curiosidades las vidas cotidianas del rebusque y la superviviencia, y mientras el Estado no llegaba a los pueblos, corregimientos, unos nuevos “otros” emergieron con un acumulado de frustración. Si el lugar de nacimiento era remoto, en la provincia, y se pensaba o se vivía diferente a “los de siempre” se convertía inmediatamente en un “otro” y con el paso de los años, se llegó un momento de la historia que, cuando determina el cambio, es infalible, más la información y el efecto rizomático de las redes sociales, los “otros” se convirtieron en mayoría y ganaron las elecciones.

Ser mayoría implica una gran responsabilidad, y es lo que todos los colombianos hoy le piden a Gustavo Petro, que sea responsable con sus acciones de gobierno y con la forma de comunicarlas, de compartirlas, que sea serio en las relaciones internacionales, que sea consecuente con las realidades de la economía y que sea creativo dentro del marco constitucional para poner a Colombia en una senda de verdadero progreso. Que rompa el círculo vicioso y no convierta a “los de siempre” en unos nuevos “otros”. Que el acuerdo nacional que hoy parece darle gobernabilidad no sea una frivolidad delirante de grandeza, sino una grandeza real, que logre las requeridas reformas, con más realismo que simbolismo. Se necesita un Petro aterrizado, líder, pragmático para avanzar en la transformación y el cambio de un Estado que tiene como característica la paquidermia y la somnolencia. Este propósito choca con la implícita creencia que albergan en su corazón muchos de los que votaron por Petro de que ellos serán mejores que “los de siempre”.

Esa expectativa está fundada en asumir que son mejores personas, que son más honestos, que toman mejores decisiones, que saben comprender una realidad que otros han desconocido, que pueden lograr la igualdad, la equidad, la justicia, la paz, la prosperidad y la felicidad. No son menores estas promesas. Ser “otros” acarrea mayor esfuerzo. La vara de la excelencia estará más alta. No contar con la experiencia de gobernar demanda humildad y mucha empatía si el momento es de unión y no, de una nueva exclusión.

Y ser mejores es una exigencia superior. Un asunto serio, muy serio. Desearlo y pregonarlo no solucionará los problemas. La paz prometida está lejos y el recorrido lleno de espinas, de malquerientes, de opositores, y también de enemigos. Si bien los símbolos y las caras nuevas que llegan a nuestra realidad servirán para respirar otros aires, - bastante contaminados con el descrédito del insulso gobierno que termina - no resolverán de la noche a la mañana la ansiedad de mejoría que reclaman las calles.

Todos los cambios mandatos traen ilusiones y oportunidades. Siempre hemos sido los mismos, solo que no nos reconocíamos. El periodo de la historia que inicia hoy viene con un lente gran angular que amplía la visión de país, incluye la Nación, convoca a la periferia y la mezcla con el centro.

Desde ahora Gustavo Petro y su gabinete ya no se considerarán como “los otros” porque han llegado al poder. No entrar a la categoría de “los de siempre” es el gran desafío de un mandato que se proclama popular y que promete un verdadero cambio.

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