Arturo y Frizgeralth, condenados por venezolanos: Trump da un paso más en su deriva racista
Las familias reconocen a los suyos en videos de la cárcel salvadoreña a donde EE UU deportó a casi 300 venezolanos a los que relacionó con el Tren de Aragua. Algunos tienen historiales delictivos limpios. Nadie sabe si podrán volver a casa

Dart Martins, un reguetonero peruano apurado por grabar su tema TXTEO, no puede creer que lo tenga que retrasar porque SuarezVzla no está. Han hecho música juntos desde hace tiempo. La última vez, se subieron a la tarima del Festival Urban Fresh, en Santiago de Chile, ante un público joven y alborotado. Un video guarda el recuerdo de aquella noche de abril: Dart Martins en la parte delantera del escenario, cantando; SuarezVzla al fondo, acompañando; el público enfrente, perreando. A comienzos de este año, cuando SuarezVzla ya había dejado Chile para establecerse en Estados Unidos, intercambiaron unos mensajes. Donald Trump aún no se había asentado en la Casa Blanca.
—¿Cómo va en Estados Unidos? —le preguntó Martins, de 30 años, en uno de sus mensajes—. Me enteré de que Trump está deportando a todos los ilegales.
SuarezVzla —nombre artístico de Arturo Suárez-Trejo (Caracas, 33 años)— le dijo que era cierto, que iban a deportar a muchos migrantes ilegales, pero que todo estaba en orden con él. Dejó Venezuela en 2018 y se había asentado en Chile. Allí hizo música, amigos y fans. El 2 de septiembre del 2024, cerca de la una de la tarde, entró a Estados Unidos tras presentarse en la garita del puerto fronterizo de San Ysidro, en California. Había sido beneficiado con el programa CBP One, la aplicación creada por el Gobierno de Joe Biden y que la administración republicana desmanteló en su primer día en el poder, y que ha permitido la entrada legal al país a unos 900.000 inmigrantes.
Suárez quería mejorar su técnica musical y regresar a Chile con su mujer. Tenía el amparo de un parole y una audiencia pactada para el 2 de abril de este año. No podrá ir. Ahora se encuentra en El Salvador. Le tocó el destino de los 238 venezolanos que aterrizaron la semana pasada en una distopía: la de ser expulsados de Estados Unidos bajo una ley de hace más de dos siglos hasta una cárcel de máxima seguridad para terroristas construida por presidente salvadoreño, Nayib Bukele. Incluso en contra de una orden judicial.

El pasado 8 de febrero, Suárez estaba grabando un videoclip en una casa de Raleigh, Carolina del Norte, donde vivía. Llegaron los agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas de (ICE) y cargaron con el grupo de personas reunidas. Primero lo retuvieron en el Stewart Detention Center, de Georgia. Luego lo trasladaron al Valle Detention Center, en Texas. En algún momento comunicó a sus familiares que iba a ser deportado a Venezuela.
—Pensamos que así iba a suceder, lo iban a deportar a Caracas —dice su hermano Nelson Suárez-Trejo, de 35 años, quien describe a Suárez como un tipo noble, amante de la música, de la poesía, que nunca ha lanzado un golpe más allá de sus prácticas de kickboxing.
Días después de la última llamada de Suárez, comenzó la pesadilla. Las imágenes de los reclusos rapados, esposados y enviados en tres vuelos a El Salvador como presuntos miembros de la banda criminal venezolana Tren de Aragua eran estremecedoras. Le hicieron zoom a una y no había duda. Era Suárez.
—Lo supimos por los tatuajes que tiene y por los rasgos físicos—, cuenta su hermano.
Nadie les ha ofrecido ninguna información ni un aviso a la familia. La confirmación no llegó hasta este jueves, cuando la cadena CBS News publicó una lista interna del Gobierno estadounidense con los nombres de los 238 venezolanos que fueron enviados al país centroamericano, por encima de la orden de un juez que impedía que se llevara a cabo esta deportación. En la lista aparece el nombre de Arturo Suárez-Trejo. Hasta hoy la familia desconoce qué va a suceder con él.
—No hemos recibido ninguna respuesta del Gobierno de El Salvador, no sabemos ni qué cargos tiene, no tenía ningún historial criminal —dice su hermano.

La familia, los amigos y los fans de Suárez se han encargado de hacer circular en redes sociales los documentos que atestiguan que no tiene antecedentes penales en ninguno de los países en los que ha vivido. Decenas de personas han compartido sus fotos, sus videos encaramado en una tarima, sus canciones de amor. Se han unido para pedir justicia por quien describen como “un pilar fundamental en la escena cultural emergente de Santiago”. Suárez “es un artista, no un delincuente”, aseguran.
—No se merece que acaben con su vida, que estén manchando su nombre —insiste su hermano—. No entiendo cómo le truncan los sueños a una persona que vino a este país a soñar en grande y que no entró de manera ilegal. Estamos afectados, no somos Tren de Aragua, ni siquiera somos de Aragua.
A Nelson también le gustaría saber “cómo está, cómo lo están tratando” en la cárcel. Es la misma pregunta que se hace Nathali, la esposa de Sánchez, quien desde hace casi una semana no puede con tanta preocupación. “En la cárcel de Texas estaba tosiendo sangre y con fiebre, temo que se pueda poner peor”, dice la joven de 27 años, quien cuida de la hija de ambos, una bebé que nació hace solo tres meses. “Yo no voy a descansar hasta verlo libre, hasta verlo con su hija”.

Tras una oleada de repudio por la deportación de decenas de hombres en condición de criminales a El Salvador, las autoridades estadounidenses reconocieron que no todos son miembros de la mencionada pandilla y que algunos ni siquiera tienen antecedentes penales en Estados Unidos. Varios funcionarios dijeron a CBS News que 137 de los hombres venezolanos enviados a la mega cárcel salvadoreña fueron tratados como “extranjeros enemigos”, pero que 101 fueron deportados “en virtud de los procedimientos de inmigración ordinarios”. Organizaciones como la ONU pusieron el foco en la manera en que están siendo tratados estos migrantes. Su secretario general, António Guterres, pidió respeto ante “el debido proceso, sus derechos fundamentales y su dignidad más básica”.
Ahora Nelson, el hermano de Suárez, es quien tendrá que ocuparse de la bebé y de su esposa, que permanecen en Chile. “Ella no tiene los medios para trabajar a tres meses de haber dado a luz. Se encuentra sola, ahora lo tengo que asumir yo como su hermano”. Pero lo que pasa es que a Nelson también le da miedo salir a las calles. Es repartidor de Amazon, tiene que trabajar. Sus documentos están en orden, pero nada le asegura que no pueda sucederle lo mismo que a Suárez. “A mí también me da terror que me paren, tengo mi TPS, mi cita en Corte y mi licencia, todo en regla, pero no se sabe. Ando en la calle con miedo porque también tengo tatuajes, pero no pertenezco a ninguna banda, toda mi vida lo que he hecho es trabajar”.

La fiesta que no fue en Venezuela
En la casa de los Cornejo Pulgar, en lo alto del barrio Antímano, al oeste de Caracas, pusieron globos azules y amarillos hace una semana. Así recibirían a Frizgeralth De Jesús, de 25 años, el más pequeño de los hijos que regresaría al país, el único que tiene un enorme retrato de cuando era bebé en la sala de la casa. La deportación era la mejor de las noticias para su familia, después de que el joven había pasado ocho meses en un centro de detención en Texas. En la casa estaban contentos, cuenta desde Caracas su hermano mayor Carlos. Planeaban irlo a recibir al aeropuerto ese sábado que les dijo que estaba feliz y que ya iba a montarse en el avión de regreso.
El año pasado, Frizgeralth había hecho un largo viaje por el Darién. Esperó su cita para optar a un permiso temporal a través de la anulada aplicación CBP One, un beneficio que hasta el año pasado tenían los venezolanos. Le tocaba el 19 de junio de 2024. Mientras, hacía planes para abrir en Estados Unidos una tienda para vender la marca de ropa callejera que empezó en Venezuela. “Él iba a buscar algo mejor”, dice Carlos. Ese algo terminó siendo una prisión apenas cruzó a Estados Unidos. Iba con tres amigos, otro de sus hermanos y la novia de este. Se dirigían a Tennessee, donde vive otra hermana desde hace siete años. Los venezolanos llevan ya una década migrando masivamente. Ahora casi todos tienen alguna casa donde llegar.

Frizgeralth fue el único que no pudo entrar de su grupo. Los tatuajes que tiene en el cuello, el pecho, el abdomen, los brazos y las piernas se convirtieron en la cláusula no escrita para declararlo sospechoso cuando intentó entrar al país ese mes de junio de 2024. Desde entonces había estado preso. Ahora está desaparecido. Su familia no lo ha visto en los videos que difundió el presidente Bukele para celebrar el acuerdo con Estados Unidos para prestar los servicios de carcelero. Pero dedujeron que está en ese grupo. Ahora, su nombre en la lista publicada lo confirma.
En los ocho meses de prisión, Frizgeralth habló sobre todo con su hermana, que vive a 12 horas de viaje de donde estuvo detenido. En un mensaje que todavía guarda, el joven le dijo: “Nunca imaginé estar preso solo por tatuarme”. Los tatuajes son parte del estilo drip con el que se identifica, esa moda entre deportiva, urbana y de lujo, muy del hip hop, muy estadounidense, con la que empezó a emprender con su marca de ropa y por lo que al final lo detuvieron. “Esto es una tortura mental cada día”, escribió en otro mensaje.
Su hermana ha pensado en comprar un boleto desde Tennessee hasta El Salvador sin saber si podrá verlo. Carlos también intentó buscar información en la marcha que el Gobierno de Nicolás Maduro organizó esta semana para solidarizarse con sus familias. Desde una tarima, el jefe del Parlamento, Jorge Rodríguez, comparó la política migratoria estadounidense con la persecución nazi a los judíos enviados a campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial y prometió hacer lo que sea necesario para traerlos a Venezuela. Carlos no encontró respuestas sobre su hermano. “La verdad es que me pasé la marcha llorando”.
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