Jimmy Kimmel, el “buen tipo” al que la Administración Trump fulminó tras dos décadas de humor blanco
El presentador, que empezó su carrera en la radio y arrancó ‘Jimmy Kimmel Live!’ en 2003, ha sido crítico con los republicanos en sus dos etapas de gobierno


Las amenazas estaban sobre la mesa. Pero eran eso, amenazas. Codazos entre los jefazos de la clase. No les gustaba Jimmy Kimmel, un tipo sencillo, gracioso, un clásico más conocido dentro de Estados Unidos que fuera, donde todos le confunden con su tocayo Jimmy Fallon. Trump lo dijo hace meses: “Se irán”. Hablaba de los dos. “Es muy bueno verlos irse, y espero haber tenido un papel importante en ello”, escribía en su red social. Cuando cayó Stephen Colbert, en julio, Trump también fue rápido con la tecla, y apuntó a su siguiente enemigo: “Creo que el siguiente es Jimmy Kimmel. ¡Es aún menos talentoso que Colbert!“.
En la mañana del miércoles, el presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), Brendan Carr, cristalizó la advertencia y pidió su despido. ”Podemos hacerlo a la manera fácil o a la difícil”, afirmó, con modales de matón. “Estas empresas pueden encontrar cómo cambiar la conducta y tomar medidas sobre Kimmel, francamente, o la FCC tendrá trabajo por delante”. A la manera fácil o a la difícil, lo que está claro es que las amenazas se han cumplido. Kimmel ha caído.
Pero ¿qué tiene Jimmy Kimmel para generar tanta animadversión del lado republicano? Sin duda, su comentario sobre el asesino de Charlie Kirk (“Hemos tocado fondo durante el fin de semana con la pandilla MAGA [de las siglas Make America Great Again, volvamos a hacer grande a EE UU] intentando caracterizar a este chico que mató a Charlie Kirk como algo distinto a uno de ellos”) ha colmado el vaso de la escasa paciencia republicana y ha sido la excusa perfecta para su deseada salida por parte del presidente.
Pero, en realidad, más allá de su propio talento, Kimmel tampoco tiene nada demasiado especial, más que la capacidad de usar su propia voz, esa tan ensalzada en la primera enmienda. Neoyorquino de 57 años, criado a caballo entre Brooklyn y Las Vegas, no tiene la mente enciclopédica y sagaz de Colbert (que puede recitar de memoria El señor de los anillos) ni la popularidad arrolladora de Fallon (convertido en una estrella a veces más grande de las que entrevista y con las que canta y baila a la par). Sin embargo, es, o era, parte de los comentadores nocturnos que daban continuidad a la tradición del late night, el show que sigue a la programación estrella, donde se entrevista, se charla, se bromea y, sí, se critica al poder. Y eso, hoy día, está penado. A él le ha pasado la factura más cara, la de la suspensión de su programa. Y eso que nunca quiso hacerlo.
Kimmel nunca se esforzó por hacer carrera en televisión. La rechazó. Nadie de los suyos se dedicaba a ello, eran una familia normal. De ascendencia materna italiana (hace unas semanas logró la nacionalidad, preocupado por el nuevo gobierno estadounidense) y paterna alemana, se crio en buena parte en la iglesia, siendo monaguillo. Él era un chico de radio, apasionado del micrófono desde el instituto, luego en la universidad (estudio en la Estatal de Arizona, una de las más innovadoras de EE UU) y más tarde de manera profesional. Recorrió medio país, de Phoenix y Tucson en Arizona a Seattle, Tampa y Palm Springs, hasta dar con un puesto fijo como en una popular estación de Los Ángeles, KROQ.

Corría mediados de los noventa y él se convirtió en “Jimmy, el chico de los deportes”. Inventaba sketches, siempre con el humor por bandera, y buscaba hacerse un hueco, como recordaban sus antiguos compañeros en una entrevista hace unos años. “No darás con alguien que trabaje más que él, es genuinamente un buen tipo. Creo que es evidente en su programa. Nadie ha cambiado menos con el éxito. Todavía manda tarjetas de agradecimiento”, comentaban en Variety. Eso sí, ahí conocieron una de sus debilidades: la narcolepsia. “Tenía una curiosa relación con el sueño. Siempre estaba cansado. Tardaba dos meses en acostumbrarse al cambio horario”.
Para entonces, era un veinteañero que ya tenía dos hijos, Katie y Kevin, nacidos en 1991 y 1993 junto a su novia de la universidad, Gina Maddy. Tras ser despedido en Tampa y mudarse a California, el trabajo de Los Ángeles les era más que necesario, urgente. En una entrevista con Vulture en 2017 explicaba que iban cortos de dinero, y que trabajaba desde las cuatro de la madrugada, temprano, para tener las tardes libres y no tener que gastar los cinco dólares por hora que les costaba mantener a la niña más tiempo en la escuela infantil.
Poco a poco empezó a complementar los ingresos de la radio con la escritura de guiones para anuncios... que él mismo acababa interpretando. Al final, pese a sus rechazos y negativas a muchos proyectos, se lanzó con un programa de humor en Comedy Central en 1997, que le llevó a otro, The Man Show, en 1999. Entre medias, se casó con Maddy, en 1998, aunque se divorciarían cuatro años después.
Finalmente, en 2003 lo dejó para arrancar Jimmy Kimmel Live!, que, al menos hasta ahora, ha durado 22 años en antena. No le fue fácil hacerse un nombre. Al contrario que ahora, el panorama de los programas nocturnos estaba lleno de grandes estrellas, y era complicado marcar la diferencia. Lo fue haciendo con sencillez, humor blanco, buenas entrevistas y, como buen italiano, con la presencia de su familia. Sus dos hermanos le son cercanos en su profesión: Frank como director del programa, y Jill como cómica en la escena angelina. Además, su tío Frank Potenza fue, hasta su muerte en 2011, un clásico en el show, por el que también suelen dejarse caer su primo Sal Iacono y su tía Chippy. Su hijo Kevin también es sonidista y asistente de producción.
Tras su divorcio y una larga relación de siete años con la también cómica Sarah Silverman, finalmente encontró la estabilidad familiar (y empresarial, gracias a su productora) en Jimmy Kimmel Live!. A finales de 2009 empezó a salir con una de las guionistas del programa, Molly McNearney, que en verano de 2013 se convertiría en su esposa. En 2014 nació su hija Jane y en 2017 el pequeño, Billy, con un problema cardíaco que le ha hecho someterse a tres cirugías a corazón abierto. Kimmel ha hablado abiertamente y con emoción de ello en su programa, abogando por la necesidad de una sanidad más asequible para los estadounidenses.
De hecho, la sanidad fue una de las primeras piedras de toque de Kimmel ante los republicanos ese 2017, cuando nació su hijo y también cuando Trump llegó al poder. Apeló al senador Bill Cassidy cuestionándole por qué recortaba más de 243.000 millones del presupuesto sanitario federal. Aquel año presentó, además, los Oscar, con menciones a Trump y a los suyos a cuentagotas, y hasta preguntándole en Twitter al presidente si estaba despierto. Aquello fue el año del caos de La La Land, por lo que pasó desapercibido y repitió tarea en 2018, así como en 2023 y 2024.

Con los años, Kimmel ha sabido ir diferenciándose de sus competidores. Convirtió a su fiel Guillermo Rodríguez, que empezó en tareas menores y durmiendo en el aparcamiento del programa, en una estrella con brillo (y acento) único. El actor Matt Damon es casi uno más en plantilla: desde que una noche de 2005 se quedó a medias entrevistándole y se despidió con un “Desafortunadamente, nos hemos quedado sin tiempo, mis disculpas para Matt Damon”, la frase se ha convertido en una coletilla constante en el programa y en un continuo chiste-pelea entre ambos. Ha dado voz a estrellas como Diego Luna, hace un par de meses, para hablar de inmigración sin tapujos: “Siempre me cuesta entender cómo alguien como Donald Trump puede alcanzar tanto poder”, afirmó Luna. “Cómo su discurso de odio encuentra eco en un país que se forjó en la mezcla, en la hospitalidad”.
También ha entrevistado a presidentes, desde Donald Trump en 2007 (cuando era un presentador de realities), a Barack Obama en 2015 y a Joe Biden en 2022, en el primer paso del mandatario por un late night show. Y desde la llegada de Trump, en ambos gobiernos, ha sido crítico con sus políticas.
Kimmel, al contrario que sus competidores, tomó la decisión de mantenerse en California y grabar en Hollywood, en el Paseo de la Fama. El miércoles por la tarde se esperaba como invitada a la actriz y escritora Wanda Sykes, que contó en su perfil de Instagram, completamente maquillada para el programa, que la cancelación “por quejas de la administración de Trump” le pilló por sorpresa. “No ha acabado con la guerra de Ucrania ni con la cuestión de Gaza, pero ha acabado con la libertad de expresión en su primer año”, afirmaba la intérprete sobre el presidente. “Para los que recéis, es el momento. Te quiero, Jimmy”. También se quedaron decenas plantados, los que esperaban ante su teatro —que tiene su estrella delante, en el célebre Paseo, desde 2013— para entrar en la grabación del show. La fila se disolvió con pocas explicaciones. Como contaron algunos asistentes ante las noticias locales, apenas les explicaron que el espectáculo se cancelaba y que la entrada les serviría para un año. Habrá que esperar para saber si les caduca en el bolsillo.
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