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Las bibliotecas se convierten en el último refugio de las personas sin hogar de Washington

Ante la orden de Trump de retirar campamentos en la ciudad y la creciente presencia de la Guardia Nacional, son el único espacio público bajo el que resguardarse sin ser expulsados

Laquisha Spencer vive en una carpa verde al frente de la Biblioteca Pública Martin Luther King, la más grande de Washington, en el centro de la ciudad. Por las tardes, barre la acera a la entrada de la biblioteca, y pasa gran parte del día usando sus computadoras. Las necesita para varios casos legales que tiene: desde la custodia de sus hijos hasta demandas que ha interpuesto contra la policía de la capital estadounidense y otras agencias. “Uso la biblioteca todo el tiempo, voy a desayunar allá y ellos dan mantas y después de los eventos, regalan comida”, dice la mujer originaria de Texas, quien quiere terminar su carrera de Derecho una vez consiga un lugar estable para vivir.

Su carpa ya tiene aviso de desalojo y en los próximos días la Policía Metropolitana la destruirá, tirando a la basura todo lo que tenga adentro. Es algo que ya le ha pasado varias veces. Spencer cuenta que, en los cuatro meses que lleva viviendo en las inmediaciones de esta biblioteca, le han quitado su carpa en tres ocasiones e incluso, asegura, civiles han venido a patearla y agentes de policía la han amenazado con spray pimienta “solo por ser persona sin hogar”.

Como ella, cientos de personas sin techo han sido desalojadas de sus carpas en parques y sitios públicos después de que el presidente Donald Trump firmara una orden ejecutiva con el fin “embellecer” el Distrito de Columbia, bajo la cual se ordenaba la “retirada inmediata y limpieza de todos los campamentos de personas sin hogar o vagabundos”. La orden coincidió con el despliegue de cientos de tropas de la Guardia Nacional en la capital, y han sido ellos quienes en muchas ocasiones han llevado a cabo la “limpieza”. Solo en agosto, 50 campamentos fueron destruidos en la capital, según la Casa Blanca.

Tras el ataque que dejó a dos Guardias Nacionales heridos de gravedad este miércoles en la capital, el presidente Trump y el Departamento de Guerra (Defensa) han anunciado que enviarán a otros 500 soldados de la Guardia Nacional a Washington D. C. Dadas las limitaciones legales que tienen los militares para hacer labores policiales, es previsible que este despliegue apriete aún más el cerco a las personas sin hogar en la ciudad.

La inflación acumulada, los altos costos de vida y de alquiler, los salarios estancados, la falta de construcción de vivienda asequible, el creciente desempleo, y el recorte en programas sociales y alimentarios son algunas de las realidades que exponen a muchos a quedarse sin techo. De hecho, el 69% de los estadounidenses vive mes a mes sin lograr ahorrar y expuestos a la bancarrota ante cualquier imprevisto. En respuesta, al menos 8,9 millones de ciudadanos tienen dos trabajos para subsistir.

En Washington, una ciudad de poco más de 702.000 habitantes, hay 5.138 personas en situación de calle, según el informe anual del Consejo de Gobiernos del Área Metropolitana. El 81% de esa población se identifica como negra. Sin embargo, el cálculo es conservador porque no tiene en cuenta a estudiantes, familias o personas que viven en sus automóviles. Las carpas son las alternativas que muchos sin techo prefieren en lugar de acudir a los albergues disponibles debido a las limitaciones de los centros de acogida —ya sean horarias o de espacio—, así como la violencia, los robos, las enfermedades mentales o la drogadicción de algunas de las personas que acuden.

“Una buena carpa te aísla del frío, puedes llenarla de mantas y almacenar tus cosas. Vives con tu propio horario”, señala Brian Holsten, quien vivía hasta hace poco en un campamento en un parque de la avenida Massachusetts. Ahora duerme a la intemperie bajo el techo que ofrece la fachada de la biblioteca Martin Luther King. Prefiere quedarse en la calle en lugar de ir a un albergue por no tener que preocuparse “por llegar antes del cierre de los albergues”, puesto que antes trabaja hasta tarde en la noche en un supermercado en Fairfax, Virginia, suburbio de Washington.

Los albergues en la capital varían por tipo, horas de operación y restricciones de acceso. Algunos son para hombres, otros para mujeres y hay también para familias. Actualmente, hay tres albergues diurnos donde logran refugiarse cerca de 300 personas al día. Entre las organizaciones sin ánimo de lucro y la alcaldía hay 20 albergues nocturnos que, aunque están abiertos a toda hora, tienen una capacidad limitada por el número de camas disponibles. Para evitar las muertes por hipotermia, la ciudad abre albergues de paso y planea ofrecer 1.177 camas para hombres y 507 para mujeres en el punto álgido del invierno, una cifra inferior a las que ofreció el año pasado.

“Las personas se matan por las camas. Fui agredida varias veces en un albergue, especialmente por los hombres. Muchos hombres no respetan a las mujeres y los guardias de seguridad no hacen nada. Prefiero quedarme aquí afuera”, asegura Laquisha, quien en las próximas semanas espera obtener una vivienda subsidiada en parte por la alcaldía de Washington.

Bibliotecarios como trabajadores sociales

Si antes de la destrucción de los campamentos ordenada por Trump, las bibliotecas ya eran refugios para las personas sin hogar, su papel es ahora más protagónico. “Dado que los albergues diurnos solo tienen capacidad para recibir a menos del 5% de la población sin hogar, las bibliotecas se convierten en el único espacio público bajo techo al que pueden acceder sin ser expulsados durante el día”, explica Francesca Emanuele, doctoranda en antropología en American University e investigadora urbana.

En las 26 bibliotecas públicas de la ciudad, las personas sin hogar pueden usar las computadoras para postular a trabajos, comunicarse, entretenerse, capacitarse y encontrar recursos para abordar la indigencia. De hecho, el sistema de bibliotecas ofrece un programa llamado We Care (Nos importa) que provee apoyo emocional, referencias para encontrar vivienda, tramitación de documentos de identificación y donaciones de ropa, entre otros servicios.

El auge en el uso de las bibliotecas entre personas sin hogar ha llevado a los bibliotecarios a ampliar sus funciones, con muchos asumiendo tareas propias del trabajo social para poder atender a esta población, explica la investigadora Emanuele. “El Gobierno recurre a ellos como si fueran personal de servicio social, intentando ocultar bajo la mesa las distorsiones y los problemas estructurales de la ciudad como los altos costos de alquiler, el pequeño número de viviendas públicas, la inflación, entre otros”.

Varios bibliotecarios le han contado de forma anónima que “hay tantas peleas, sobredosis de droga y conductas inusuales dentro de las bibliotecas” que necesitan recurrir a la policía específica que tiene Washington para bibliotecas (DC Library Police) para afrontar estas situaciones. “Hay cada vez más sobredosis de opioides en las instalaciones y hemos recibido invitaciones para capacitarnos en el uso de Narcan”, compartió una bibliotecaria sobre el medicamento que reversa los efectos de la sobredosis de opioides. “No veo impedimento en ser capacitada, pero no estoy segura si quiero que la biblioteca se convierta en lugar seguro para el uso de drogas”.

Equipar de medicina contra las sobredosis a bibliotecas ya se ha intentado en otros lugares de Estados Unidos. En octubre, un distrito de Nueva York aprobó una ley para que las bibliotecas públicas tuviesen kits de rescate de naloxona (el nombre genérica de Narcan) colocados en la pared. “Las bibliotecas son más que depósitos de libros: son centros comunitarios, aulas, espacios para personas mayores, lugares para jóvenes, sitios de formación laboral y ahora, puntos de acceso que salvan vidas”, dijo el senador estatal Steve Rhoads, quien promulgó la legislación.

“Hace tiempo que venimos implementando lo que tienen en Nueva York. De hecho, nuestro Departamento de Salud lleva tiempo proporcionando Narcan. Además, a través de la biblioteca, contamos con especialistas que trabajan específicamente con personas sin hogar”, dice Reginald Black, quien como habitante de la calle visitaba frecuentemente las bibliotecas y hoy trabaja como enlace de vivienda de la organización sin ánimo de lucro Serve Your City/Ward 6 Mutual Aid, que conecta a residentes de Washington en situación de calle con apoyo y servicios.

El Departamento de Servicios Humanos de Washington sostiene que en las bibliotecas públicas de la ciudad opera un programa de pares. Profesionales certificados y capacitados por el Departamento de Salud Mental para conectar a las personas sin techo y otros ciudadanos con los servicios que ofrece el distrito.

Para Emanuele, los nuevos roles que asumen los bibliotecarios son externalidades y síntomas de un problema económico estructural que, de no ser abordado ofreciendo una opción de vivienda digna, seguirá empujando a más personas a la calle y condenando a los pocos espacios públicos y a las bibliotecas a ser el refugio diurno de los que se van quedando sin techo.

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