Del caserío al ‘mainstream’: los lazos históricos entre el reguetón y la salsa

El nuevo disco de Bad Bunny es solo el último ejemplo de cómo estos dos géneros han estado conectados desde el inicio de la música urbana latina

Bad Bunny en San Francisco, California, el 1 de marzo de 2024.Dana Jacobs (Getty Images)

Si hay una canción del nuevo disco de Bad Bunny que ha arrasado en todo el mundo es BAILE InoLVIDABLE, que a los pocos días del lanzamiento del sexto álbum del puertorriqueño escaló a la cima de la lista de Apple Music en Estados Unidos. El propio artista lo celebró en su cuenta de X: “Riega la voz. Diles que tenemos una canción de salsa #1″, posteó. El video oficial del tema también estuvo trending en YouTube tras su lanzamiento el pasado jueves. Que Bad Bunny haya grabado una salsa es solo una muestra de los lazos históricos entre este género y el reguetón.

En noviembre, el también boricua Rauw Alejandro estrenó Cosa Nuestra, que desde el título referenciaba y reverenciaba a un motor de la historia de la máquina salsera de esa isla, el dúo Willie Colón y Héctor Lavoe, y su disco con el mismo nombre de 1969. Rauw incluye en su disco una versión de Tú con él, canción popularizada por el icono salsero Frankie Ruiz, nacido y criado en Nueva Jersey, pero puertorriqueño por todo lo demás. Y en febrero otro reguetonero boricua, Jay Wheeler, soltó tres de los minutos más íntimos del 2024, La Puerta, un single para bailar llorando que produjo Sergio George, alias ‘Ataca Sergio’, pianista y arreglista que ha trabajado con grandes nombres de la industria de la salsa como Celia Cruz y Marc Anthony, entre otros.

Un arreglo oscurito casi roots, la remezcla de un clásico ochentero y un hit brilloso y bien empaquetado en menos de un año. Pareciera que hay una intención de las jóvenes súperestrellas del reguetón por explotar la salsa. En las redes sociales se ha debatido al respecto. Les parece, cuanto menos, curioso. Pero esta es una conexión antigua.

De izquierda a derecha, los músicos José Mangual Jr., Milton Cardona, Héctor Lavoe y Willie Colón, en una actuación en la década de los setenta.

Según Hermes Ayala, escritor y estudioso del género urbano, ambas vertientes, en sus respectivos momentos, han servido como soundtrack de los barrios y los llamados caseríos, proyectos de vivienda social para familias de bajos ingresos en Puerto Rico. “Hay mucha relación, sobre todo en la manera en que se conectan estos sonidos de muchachos que cuentan lo que pasa en la calle, lo que se vive”, afirma Ayala, y menciona al compositor y cantante puertorriqueño Ismael Rivera, que “llevó mucho del idioma del sufrimiento de los negros y los pobres a los salones de baile de alta alcurnia”.

Aquí hay un paralelismo con el fenómeno del reguetón y el rap de Tego Calderón y su álbum debut El Abayarde (2002), que combina los perreos intensos con una narrativa frontal y exacta, y que fue uno de los primeros discos de reguetón que tuvieron éxito en Estados Unidos. Tego, de hecho, en su discografía, ha mantenido la esencia afrolatina. Específicamente con la salsa. Solo hay que oír Planté Bandera, producida por Willie Sotello, director de la emblemática orquesta El Gran Combo de Puerto Rico.

“Tego es un catalítico fuerte porque cuando el reguetón impacta el mainstream, su figura aparece para mantener la sustancia agregándole fusiones, algo que subsanó un poco esa comercialización del discurso lirical y sonoro”, opina Ayala.

Rauw Alejandro en Nueva York, el 20 de noviembre de 2024. Roy Rochlin (Getty Images)

Los otros dos discos que abrieron las puertas del reguetón al mainstream también traen coqueteos con la salsa. Estos son The Last Don (2003), de Don Omar, que rescata en Dile un coro del colombiano Joe Arroyo; y a Barrio Fino (2004), donde Daddy Yankee invita a colaborar a su compatriota Andy Montañez, apodado El Padrino de la Salsa, en Sabor a melao.

En estos dos casos, por cuestiones de industria, se percibe la intención de poner al público a bailar, con un discurso menos directo que en El Abayarde. “En ese aspecto, la salsa romántica puede verse en el reflejo del reguetón para el baile de escuela superior, más que para el maleante, con la necesidad de que ahora todo el mundo necesitaba entenderlo”, argumenta Ayala.

Poco tiempo después, en 2006, un proyecto discográfico llamado Los Cocorocos unió a los principales exponentes de ambos géneros. De ahí salieron juntes como Zion, del dúo reguetonero Zion & Lennox, con el vocalista y compositor nacido en Nueva Jersey Domingo Quiñones; o el propio Tego con el exitoso salsero Víctor Manuelle, El Sonero de la Juventud.

Victor Manuelle y Bad Bunny en Miami, Florida, el 22 de febrero de 2018. John Parra (Getty Images)

“Ambos géneros son expresiones de sectores subalternos que entran en procesos de transición, y que están buscando una voz que pueda asumir su representación social y política”, explica a EL PAÍS Hiram Guadalupe, autor del libro Historia de la salsa. Para él, además, estas conexiones son un asunto de identidad, “una expresión contundente de la cultura como elemento fundamental para mantener ese espíritu identitario de los pueblos, y todo esto que hemos construido a lo largo de siglos de historia, que es lo que nos define, lo que somos, y que no se puede perder”.

Al final, para quien crece en el Caribe, no hay forma de escapar de estos sonidos, por más que uno se escuche más que el otro. Ñejo, reguetonero boricua de los clásicos, del dúo Ñejo y Dálmata, ha dicho que su sueño era ser salsero. “Y tuve la oportunidad, pero, cabrón, a mí también me gusta andar en carros nuevos, me gustan las prendas. Que si te pones a hacer salsa puede que no...”, dijo en una entrevista.

Al revisar Spotify, por ejemplo, hay cero salsa en lo más escuchado de 2024. Sin embargo, salen Bad Bunny y el reguetonero colombiano Feid entre los 10 artistas más reproducidos, y Mañana será bonito (2023), de la también colombiana Karol G, entre los álbumes. Hiram Guadalupe atribuye esto a diferencias generacionales. “El mercado principal de la salsa hoy debe estar por encima de 40 años, y estas plataformas son utilizadas principalmente por gente joven. Es un cambio cultural en la forma de consumir el producto. Así que no me extraña cuando en esas estadísticas yo no encuentro la música a la que soy asiduo con 54 años”, sostiene.

“Pero ninguno de estos cantantes se muere de hambre”, agrega. “Es gente con agendas súper cargadas. En Sudamérica hay muchos amantes a la salsa. Lo mismo pasa en Estados Unidos y en Europa, comunidades hispanas latinas que están ahí asentadas”.

En Yo soy la fama (2014), su único LP como solista, Ñejo incluyó una salsa que se llama Qué voy a hacer. Una canción sobre el desamor, con tres estrofas rapeadas en medio pero con swing. De hecho, el nombre del disco alude a Héctor Lavoe, que es su ídolo y su tatuaje del brazo. Al disco nuevo que trae anunciado para este año le insertó otra salsa que comparte con el boricua Pirulo.

Gilberto Santa Rosa y Yuri en Miami, Floridad, el 24 de febrero de 2022. Rebecca Blackwell (AP)

Pirulo, es otro nombre en el que vale la pena detenerse. Fue director musical de la banda de Tego en vivo y desde 2009 lidera su propia orquesta, La Tribu, que combina salsa, jazz y latin soul con ritmos urbanos. Pirulo queda bien en una pista lo mismo con ‘El Caballero de La Salsa’, Gilberto Santa Rosa, que con el reguetonero Tito El Bambino. No le pasa como a esos otros featuring donde se siente qué artista representa qué género. Es una frontera borrosa entre mundos.

Volver a la raíz

En Cuba sucede algo similar con Los 4, una agrupación fundada en 2007 cuya base sonora es justamente la mezcla del reguetón con la timba. “Los 4 son importantes porque conservan incluso el principio del baile de la timba. Te das cuenta de que el público que lo baila concibe que no es tan reguetón, y eso es interesante en un género donde los códigos musicales, al menos en la época de auge de Los 4, 2012 o 2013, tenían muy claro qué era reguetón y qué no”, explica al respecto la musicóloga cubana Lalau Yllarramendiz.

Se refiere a que la banda logró colarse en el gusto de dos sectores de público distintos, que en algún momento rivalizaron por diferencias generacionales y por los prejuicios que, desde hace décadas y cada vez menos, por suerte, han arrinconado al reguetón. Los 4 lograron diluir estos límites tanto musical como socialmente.

Sadot Santana, periodista boricua especializado en música, también encuentra puntos de contacto en el uso del lenguaje: La expresión “ir sin yoqui” fue utilizada por Willie Colón antes que por Daddy Yankee. Y ‘El Sonero Mayor’, el cubano Benny Moré, le cantó al “saoco” décadas antes de que naciera el reguetonero Wisin.

El fallecido cantante puertorriqueño Héctor Lavoe, durante una actuación en el Madison Square Garden de Nueva York en una foto sin fecha.Al Aaronson (Getty)

Sobre BAILE InoLVIDABLE y esta especie de rescate de la salsa ocurrida durante el último año, Santana considera que hay un interés global de volver a los sonidos de raíz, a poner el foco sobre estas tradiciones; Rosalía en España, es otro ejemplo de ello. “En el caso de Bad Bunny creo que lo amplificó un poco más, esa intención de sonar puertorriqueño, de hablar de la realidad puertorriqueña, de la resistencia que se está dando con el tema de la gentrificación, pero también en la cultura”, opina.

“Es incierto pensar si eso va a desembocar en un resurgir de la salsa, pero sí puede darse un mayor interés de la nueva generación... Puede darse ese feeling que provoque que muchos jóvenes se interesen, se eduquen y se empoderen con estos sonidos”, dice.

En ese sentido, Hermes Ayala opina que Bad Bunny entiende bien su calidad internacional y, por tanto, “apretó hacia el sonido más autóctono, con la conciencia que ha adquirido a la hora de asumir su responsabilidad de punta de lanza actual, pero sin miedo a que el sonido que saque no complazca a las vertientes internacionales de la industria”.

El reguetón, después de tantas críticas, va a acabar siendo el barco que devuelva las tradiciones latinas.

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