El más allá de Harris y Trump
Lo que se juega en las elecciones de Estados Unidos el cinco de noviembre es mucho más que la presidencia del país
Uno de los pilares del sistema político estadounidense son los famosos checks and balances, los pesos y contrapesos, que nacieron desde la independencia del país para que ninguna rama del poder público predominara y todas se controlaran entre sí: la ejecutiva, la legislativa y la judicial. Era la respuesta a las arbitrariedades de la corona británica.
Dentro de los pesos y contrapesos, por ejemplo, está que el Senado tiene que aprobar cientos de los nombramientos que hace el presidente, incluyendo secretarios, embajadores y directores de agencias independientes, así como a los altos magistrados de la rama judicial y los fiscales federales. Si el Senado es del partido opuesto al Presidente y la relación no es fluida, le hará la vida muy difícil desde la conformación de su gabinete. Por eso, además del Presidente, el control de las cámaras del Congreso es determinante para gobernar efectivamente.
Faltan menos de tres meses para los comicios estadounidenses del cinco de noviembre. Todos hemos seguido ansiosamente el pulso entre la vicepresidente demócrata, Kamala Harris, y el expresidente republicano Donald Trump. Pero hay que seguir con el mismo interés la elección de 34 de los 100 senadores y todos los 435 representantes a la cámara (además de varios gobernadores y legislaturas estatales). Y en ambas cámaras, la competencia está muy reñida.
En el Senado los demócratas tienen una pequeña mayoría: 51 de 100. El partido que tenga la mayoría tiene más miembros y por ende votos, y presidirá las plenarias y cada comité y subcomité: el presidente es quien fija la agenda y decide qué se discute y vota, y qué no, priorizando lo que le interesa a su partido.
Si el Senado está dividido por la mitad, 50-50, el vicepresidente, presidente ex officio del Senado, rompe los empates. Durante los primeros dos años de Biden, cada partido tenía cincuenta senadores, pero como la vicepresidente Harris era demócrata, los demócratas tenían mayoría.
Los senadores son elegidos por seis años, un tercio del senado cada dos años. Este año, los demócratas se enfrentan con un mapa electoral poco favorable y podrían perder su mayoría. Las últimas tres elecciones de este ciclo —2018, 2012, 2006— fueron buenos años para ese partido; hoy, los demócratas están defendiendo 23 puestos y los republicanos 11. Para ilustrar el punto, basta ver la situación en algunos de los estados más competidos.
En Ohio los demócratas pueden perder un senador. Este estado, que solía ser muy competido entre los dos partidos, aunque con un leve sesgo republicano, se ha vuelto cada vez más y más difícil para los demócratas desde la elección de Trump. Como en los otros estados postindustriales del denominado rust belt, los demócratas han perdido la confianza de muchos votantes blancos de cuello azul, trabajadores manuales o técnicos, un grupo muy importante en Ohio. Allí, el senador demócrata Sherrod Brown, un veterano liberal y progresista, con cinco décadas en la política, está buscando un cuarto sexenio.
A Brown le compite el candidato republicano, Bernardo “Bernie” Moreno, un respetado y exitoso empresario colombo-americano de automóviles de lujo. A diferencia de Brown, este sería su primer cargo por elección. Moreno se lanzó hace dos años para el otro puesto de senador en Ohio, pero perdió en la primaria republicana contra JD Vance, el actual candidato republicano a la vicepresidencia y quien tuvo el apoyo de Trump. Esta vez lo tiene Moreno.
¿Será suficiente la imagen que ha cultivado Brown para convencer a un electorado cada vez más republicano? Según las encuestas, es posible. En este momento, según RealClearPolitics, le lleva cinco puntos en promedio a Moreno. Pero con la habilidad y fortuna de Moreno y Trump de su lado, no hay victoria asegurada.
West Virginia típicamente no ameritaría un gran análisis entre estados con elecciones reñidas. Hace cuatro años, Trump perdió el voto popular nacional por cuatro puntos y medio; en West Virginia ganó por 39. Lo peculiar es que West Virginia no siempre fue tan republicana; de hecho, hasta el final del siglo XX, era uno de los estados más demócratas.
Hoy, Joe Manchin, actual senador y el único superviviente de la hegemonía demócrata, sigue como parte del bloque demócrata en el Senado, aunque técnicamente renunció al partido en mayo pasado. El problema para los demócratas es que Manchin, quien cumpliría ochenta y cuatro años al final de un nuevo periodo, no buscará la reelección.
¿Quién será entonces el próximo Senador de West Virginia, un estado caracterizado en la mente popular americana por sus minas de carbón (de las que quedan pocas) y su gran pobreza rural? Según las encuestas, el candidato republicano Jim Justice, con lo que los demócratas perderían este puesto en el Senado. Justice es un multimillonario empresario minero conocido como “Big Jim”, tanto por su altura (dos metros) como por su tamaño corporal. Aunque es republicano, Big Jim se candidatizó a la gobernación en 2016 como demócrata y es hoy muy popular, a pesar de una serie de escándalos con su imperio minero. Con su inmenso bulldog “Babydog”, es el favorito en esta elección. El candidato demócrata Glenn Elliott, alcalde de la pequeña ciudad de Wheeling, no tiene el perfil, la popularidad, ni el dinero de Justice. La única encuesta (de junio) lo muestra perdiendo por más de 30 puntos.
Montana, como West Virginia, hace mucho que no era competido en las presidenciales. Allí, Trump gano en el 2020 por unos 16 puntos. Como casi todos los estados del “Mountain West” —más o menos los estados por los que pasan las Montañas Rocosas— es poco poblado y con fuertes industrias agropecuarias.
En ese estado, el demócrata Jon Tester está buscando un cuarto sexenio. Tester es ranchero de tercera generación, una profesión cuyos miembros suelen ser fuertemente republicanos. Es relativamente moderado y con su biografía y su perfil ideológico ha logrado sobrevivir tres elecciones reñidas.
Del lado republicano está Tim Sheehy, emprendedor y ex miembro de los SEALs (fuerzas especiales de la marina), quien tiene el apoyo de Trump. También se lanzó Matt Rosendale, congresista ultraconservador quien perdió contra Tester en el 2018 y quien, al no conseguir el apoyo de Trump que se fue con Sheehy, salió de la competencia en menos de una semana.
No ha habido muchas encuestas, pero las que han salido muestran que el republicano Sheehy tiene una pequeña ventaja. En sus tres victorias, Tester nunca ha ganado por más de cuatro puntos; puede que este año se le acabe la suerte y los republicanos se queden con su escaño, o puede que su talento político lo lleve a la victoria otra vez.
En la Cámara de Representantes —por su parte— las mayorías han sido estrechas durante todo el gobierno de Biden. Son 435 representantes, o sea 218 para una mayoría. Los demócratas sacaron 222 puestos en el 2020, los republicanos asimismo 222 dos años después. Sin embargo, los republicanos han sido víctimas del fuego amigo, por lo que su mayoría es nominal: tienen una minoría recalcitrante que ha tratado de bloquear todo lo que contradiga sus ideas de conservadurismo puro.
Esta minoría, liderada informalmente por el floridano Matt Gaetz, bloqueó la elección de su copartidario Kevin McCarthy como presidente de la cámara y lo obligó a pasar por trece votaciones antes de ser elegido. Esto no sucedía desde 1923, hace un siglo. Unos meses después lo derrocaron y, después de pasar por muchos candidatos, el partido acabo escogiendo al religioso Mike Johnson de Luisiana. Aunque no han tratado seriamente de derrocar a Johnson, la ultraderecha del partido —muchos de los cuales están en el Freedom Caucus, un grupo de ultraconservadores que logro tumbar al presidente de la cámara John Boehner hace nueve años— no le ha hecho la vida fácil. La cámara se ha manejado casi que en coalición: casi todo proyecto de ley serio pasa gracias a una mayoría de votos demócratas y una minoría de votos republicanos.
En este momento, lo único que está claro es que no es claro quién se va a quedar con las mayorías. Los demócratas tienen una ventaja de un punto en el “generic ballot” (una encuesta nacional que pregunta si la gente en general prefiere mayoría republicana o demócrata en el congreso), pero la mayoría no se determina con una gran elección nacional, sino con 435 elecciones individuales.
Por eso, es muy posible que veamos otros dos años de pequeñas mayorías, en el Senado y la Cámara, pero aún no sabemos de quién.
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