Y Marc Cucurella bajó todas sus defensas al hablar de su hijo autista ante el gran Pau Brunet
El jugador de la selección rompe a llorar en una entrevista ante un niño ‘influencer’ de 11 años diagnosticado con TEA
No es difícil ver llorar a un futbolista. Las victorias o las derrotas suelen quebrarlos y llevar tanto al desahogo como a la frustración por vía lagrimal. Lo raro es que muestren su fragilidad por otros asuntos. Acostumbrados a una inagotable ristra de lugares comunes, casi nadie en su entorno escapa del piloto automático verbal.
Pero Marc Cucurella (Alella, Barcelona, 27 años) es un deportista distinto. Alguien que capta la atención desde la banda con el carisma de su melena rizada, una seña de identidad que hace saber al aficionado en cada momento dónde está. Pero también por la firmeza de su capacidad a la hora de convertirse en alguien inexpugnable para los delanteros y aterrador para los defensas.
Cucurella se hace querer en el campo hasta por los equipos y la hinchada contraria. Lo notamos cuando juega en la selección española, pero también cuando lo vemos alineado en el Chelsea inglés. En ambos equipos se ha convertido en talismán sin posibilidad de recambio. Despliega empatía, disfrute. Sacrificio, alegría y rigor a partes iguales. Desconcierta cuando agarra la pelota: cualquier promesa de audacia queda abierta ante tus ojos y, a la vez, genera confianza por la certeza de que siempre cumple.
Es un futbolista que sonríe permanente y desacomplejadamente dentro y fuera del campo. Una actitud natural en él que extiende la felicidad ya de por sí contagiosa de su deporte. Esa actitud vital le ayuda a superar otros obstáculos en la vida que puede convertir en bendiciones. Su hijo Mateo, el mayor de los tres que tiene, por ejemplo, fue diagnosticado con autismo. Marc y Claudia Rodríguez, su esposa, lo habían detectado pronto. No demostraba contacto visual, no hablaba y en el colegio no pudo adaptarse hasta que le cambiaron a otro especializado. “Es un tema personal y difícil. Me hace sufrir porque a veces no sabemos cómo lo podemos ayudar, sobre todo cuando está mal, me hace sufrir…”.
Ese sufrimiento al que alude dos veces se lo arranca Pau Brunet en una entrevista que le ha hecho en su canal de YouTube. Cuando me encontré ese reel, lo primero que me sorprendió fue ver derrumbarse a ese mocetón famoso que se limpiaba continuamente las lágrimas con el dedo meñique y alteraba el llanto a base de la risa medio vergonzosa que da haberse quebrado ante una cámara al contar experiencias íntimas. Pero luego me llamó la atención el niño que lo escuchaba y le acompañaba en su desahogo. Así descubrí la fuerza y la empatía superdotada de Brunet.
Autenticidad
¿Y quién es Brunet? Un chavalillo que también ha sido diagnosticado con autismo y cuelga sus videos en las redes para desafiar todos los tabúes que rodean su condición. Hijo de un catalán y una mexicana, demuestra en cada video un derroche de desparpajo y buen juicio. A Cucurella le pregunta: “¿Crees que la gente saca tarjetas muy rápido a los niños solo por ser autistas?”. Y también lanza mensajes para la escuela pública para integrar mejor: “No solo es entenderlos, es ayudar y adaptarlos”. A eso se dedica desde sus redes, pero también a compartir extrañezas y a resolver dudas. Extrañezas propias y paradójicas, que siente que le alejan del mundo donde vive, pero, sin embargo, a la vez conectan con otros muchos pares.
En otro reel habla del hecho de dominar el lenguaje. Su forma de hablar —nada rebuscada, por otra parte— lo acerca más, confiesa, a gente mayor y lo distancia de labrarse amistades de su misma edad. Quizás, la hazaña de haber logrado más de 400.000 seguidores le otorgue la confianza necesaria. Se los gana sin duda al compartir contradicciones como esta: un día trató con su psicóloga el hecho de que se expresaba muy formalmente: “Yo he tratado de ser más informal con otras personas, pero me cuesta bastante y tengo que pensar mucho las palabras…”. Es decir, perder su naturalidad formal a cambio de una informalidad impostada. Una tortura mental, si se detienen a intentar el reto. Y resuelve: “Creo que prefiero estar sin amigos antes que fingir algo que no soy”.
¿Se puede aspirar a algo más auténtico? Conclusiones así pueden dolernos por su crudeza, pero también nos llenan de esperanza por su cuajo y honestidad. Saber quién eres a los 11 años y aceptarse tal cual, consciente de lo que ganas y lo que pierdes. No renunciar, ni esconderse, ese desafío a la mediocridad, a la estandarización, esa determinante reivindicación de la diferencia, representan toda una lección de juicio y madurez que seguramente a muchos les parecerá estrambótica. Sin embargo, si normalizáramos actitudes como la de Pau Brunet, contribuiríamos a empezar a arreglar algo el mundo.