¿Verosimilitud o puro teatro?
Supone un golpe de autoridad y de poderío por parte de Pepa Bueno. Primero tengo al codiciado Almodóvar y, a continuación, al jefe de todo esto
Siento pereza inicial ante el fastuoso bautizo del informativo nocturno de la acelerada televisión pública, legítimamente hambrienta de audiencia. El dueño del poder consiente después de mucho tiempo ser entrevistado por la nueva presentadora de espacio tan goloso y supuestamente clarificador. Y ya saben hasta los habitantes del extinguido limbo que e...
Siento pereza inicial ante el fastuoso bautizo del informativo nocturno de la acelerada televisión pública, legítimamente hambrienta de audiencia. El dueño del poder consiente después de mucho tiempo ser entrevistado por la nueva presentadora de espacio tan goloso y supuestamente clarificador. Y ya saben hasta los habitantes del extinguido limbo que el periodismo es algo cuya sagrada meta consiste en descubrir la verdad e informar sin intereses bastardos sobre la compleja realidad. Y como aperitivo de lujo al trascendente interrogatorio también aparece Almodóvar, ese revolucionario del cine y de la vida española según sus audaces exégetas. La razón es que ha terminado de rodar una película. Y resulta todo un poco grotesco, aunque este confiese que todos los intérpretes han actuado en estado de gracia y él se encuentre con espíritu febril. Nada físico, sólo en relación a su arte. Si esto ocurre antes de estar montada la película intento imaginarme el océano de información que vamos a tener sobre ella cuando la promocionen y la estrenen.
Pero bueno, supone un golpe de autoridad y de poderío por parte de Pepa Bueno: primero tengo al codiciado Almodóvar y, a continuación, al jefe de todo esto. O sea, al presidente del Gobierno. Ambos amorosamente unidos por su vocación progresista y su intelectual y visceral repulsión a la fachosfera, terreno inmenso al que están destinados todos los que no piensen lo mismo que ellos.
Y después aparece Pedro Sánchez. Y tengo la sensación de estar observando una obra de teatro en la que todo me huele a pactado, sin margen para la improvisación. Pero realizado con apariencia inteligente, intentando demostrar que al rey se le pueden hacer preguntas incómodas, imprevisibles, discutir sus aseveraciones, crearle desasosiego, molestarle. Muy astuta la metodología para escenificar encuentro tan solemne. Debo aclarar que a mí me gusta el cine, pero casi nunca logro creerme el teatro. Y sigo confiando en la autenticidad, algo que escasea, y detestando la falsedad y la impostura, motores ancestrales del universo político.