‘Dinosaur’, y el milagro del punto de vista neurodivergente
La guionista con autismo Ashley Storrie escribe y protagoniza una revolucionaria comedia sobre una paleontóloga en el espectro en la que, por una vez, el neurotípico es el raro
Hay algo revolucionario en Dinosaur (Filmin), la dramedia de los productores de Fleabag que protagoniza Ashley Storrie. Y ese algo es precisamente...
Hay algo revolucionario en Dinosaur (Filmin), la dramedia de los productores de Fleabag que protagoniza Ashley Storrie. Y ese algo es precisamente que la protagoniza, y la escribe —junto a Matilda Curtis—, Ashley Storrie. ¿Y qué pasa con Ashley Storrie? Pues que, como su personaje en la serie, Storrie tiene autismo, y es la primera vez que algo así ocurre en una ficción televisiva. Al menos, que se sepa, porque es probable que existan creadores que no saben que están en el espectro, como el propio Jerry Seinfeld que, como recuerda Steve Silberman en Neurotribus (Ariel), no ha dudado en admitir que lo más probable es que esté dentro del espectro autista. De hecho, su humor se ha basado siempre en lo inexplicable de lo social. Está por todas partes en Seinfeld. Pero Seinfeld, a diferencia de Storrie, no tiene un diagnóstico. Storrie lo tiene, y es mujer, y la representación de la mujer autista en cualquier tipo de ficción audiovisual —en especial, en una ligada a la comedia— era, hasta hacía un par de años, prácticamente inexistente.
Josh Thomas, el creador de Please Like Me, descubrió su autismo después de contratar a Kayla Cromer, una chica en el espectro, para interpretar a su hermana en Todo va a ir bien, su segunda serie de televisión, una comedia fabulosa —Thomas es aún uno de los secretos mejor guardados de esta era multiplatafórmica— sobre tres hermanos abandonados a su suerte en un adinerado suburbio australiano. El papel de Cromer estaba fascinantemente bien escrito, puesto que el propio Thomas sabía cómo hacerlo. De hecho, cuando se puso a investigar sobre el autismo para escribir el personaje, se dio cuenta de que la entendía tan bien que lo más probable es que él estuviese en el espectro. Así que pidió un diagnóstico, y fue positivo. A continuación, su amiga, la comediante Hannah Gadsby, la flamante creadora del show Nanette, hizo lo mismo, y también descubrió que estaba en el espectro. Así que la obra de ambos puede considerarse parte de la primera televisión escrita por personas diagnosticadas con autismo.
Pero Dinosaur va un paso más allá. Porque está autocreando de forma consciente un personaje con autismo que explique el trastorno dentro de una comedia en la que lo normal queda en entredicho, puesto que el punto de vista no es el del neurotípico —como lo es en casos en los que la persona con autismo es meramente instrumental, como en Big Bang Theory o, menos, El joven Sheldon, e incluso en la imprescindible Atípico, donde, pese a todo, los que sufren, los que observan, son los familiares no neurodiversos— sino, por primera vez, el de la persona neurodivergente. Y el humor, lo ridículo, parte, también por primera vez, de lo exageradamente ficticia que es la vida de cualquier neurotípico, esto es, de cualquier persona que se considera normal. Todos están fingiendo todo el rato, jamás pueden ser ellos mismos, y a su manera, están tremendamente encerrados en algo que no existe y que para Nina (Storrie) no tiene ningún sentido. Y, con el paso de los episodios, empezará a no tenerlo para el espectador.
El punto de partida de Dinosaur no puede ser más tópico: Nina es paleontóloga, trabaja en el Museo de Historia Natural de Glasgow, y tiende a ser borde con cualquiera simplemente porque dice en cada momento lo que piensa. Es rígida, esquiva, un poco sabelotodo, y nada amante de los cambios. Y los cambios van a ser múltiples cuando, inesperadamente, su hermana Evie (Kat Ronney) decida casarse con un tío al que conoce desde hace seis semanas, y la nombre dama de honor. Va a tener que probarse un vestido horrible —que le pica por todas partes—, va a tener que fingir —”¿para siempre?”, se pregunta— ante el atildado padre del novio, un respetado crítico de arte de gafas diminutas —gafas con las que se obsesiona, “¿por qué son tan pequeñas?”, se pregunta todo el rato— que no sabe quién es, como el resto, y por el camino, va a conocer a Lee, a quien le gusta como es. Y va a conseguir lo imposible: demostrar, a golpe de comedia, en situaciones a menudo insulsas, que lo verdaderamente raro es no ser tú misma.