Qué hartazgo de los términos que acaban en ‘ismo’

Para mi desgracia, desde que era pequeño, solo he estado donde podía estar. No he evolucionado y ahora lo pago en mi vejez en términos materiales

Manolo Tena, en una imagen de archivo.

Hay músicas y letras que resuenan en tu cabeza, en tu memoria, en tus sentimientos después de largo tiempo. Sigo obsesionado, acordándome de tiempos definitivamente oscuros, de aquella que proclamaba el yonki y admirable autor Manolo Tena: “Y me preguntas qué te pasa / y ya no sé qué contestar. Será que el gato se ha muerto / desde que tú te fuiste”. Y así. Interrogantes finales, autodestructivos pero también muy líricos. Y me remueve esta canción, como otras tantas desde que en mi vida cotidiana intento hacer frente a la i...

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Hay músicas y letras que resuenan en tu cabeza, en tu memoria, en tus sentimientos después de largo tiempo. Sigo obsesionado, acordándome de tiempos definitivamente oscuros, de aquella que proclamaba el yonki y admirable autor Manolo Tena: “Y me preguntas qué te pasa / y ya no sé qué contestar. Será que el gato se ha muerto / desde que tú te fuiste”. Y así. Interrogantes finales, autodestructivos pero también muy líricos. Y me remueve esta canción, como otras tantas desde que en mi vida cotidiana intento hacer frente a la incomunicación mediática. En ella escucho a todas horas defensas o apologías, imagino que bien pagadas de términos que acaban en ismo. También una abusiva y cínica perseverancia en lo que significa ahora la palabra democracia. Y lo del fango, una retahíla permanente propuesta por un imaginativo asesor de imagen, resulta grotesco. No se le ocurriría ese concepto tan mentirosamente utilizado ni al guionista más tonto, especializado en distinguir a los buenos de los malos. Todo hiede. Es una farsa muy pobre, pero al parecer efectiva.

Y admito aunque sienta repulsión por su oficio a la casta de los mercenarios. Si son efectivos en cuestiones de guerra, comprendo la supervivencia de su nómina, incluso aumentada en nombre del bien común. Sobrevivirían con los unos o con los otros, con los que te aseguren un dulce porvenir. Y por supuesto detesto a los fanáticos, me provocan idéntica repulsa que los instalados farisaicos.

Para mi desgracia, desde que era pequeño, solo he estado donde podía estar. No he evolucionado y ahora lo pago en mi vejez en términos no ya ideológicos, sino materiales. He visto cambiar o adaptarse al poder a mucha gente. En nombre, qué risa, de un mundo menos injusto. De joven tuve tentaciones de apuntarme a ese rollo fatuo. Los más listos de ellos están instalados. Y empeñados en definir a los buenos y a los malos. Yo ahora debo de ser de los malos. O sea, como siempre.

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