Noemí Galera, directora de la academia de ‘OT’: “Prefiero que los concursantes sean rebeldes que dóciles”
La responsable del programa, que celebrará este lunes su semifinal, hace balance de su primera edición en Prime Video, que ha duplicado su impacto en redes respecto a 2020, y subraya la dimensión del concurso como “reflejo de la juventud del país”
Noemí Galera (Barcelona, 57 años) se encuentra en un despacho que no es el suyo, el de los directores de Operación Triunfo, presidido por tres pantallas que escupen imágenes en directo de los concursantes, que llevan tres meses encerrados en la planta de arriba, en un estudio del Parc Audiovisual de Catalunya, situado en las afueras de Terrassa. La directora de la academia del concurso televisivo, que celebra este lunes su semifinal, prefiere sentarse con el equipo ...
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Noemí Galera (Barcelona, 57 años) se encuentra en un despacho que no es el suyo, el de los directores de Operación Triunfo, presidido por tres pantallas que escupen imágenes en directo de los concursantes, que llevan tres meses encerrados en la planta de arriba, en un estudio del Parc Audiovisual de Catalunya, situado en las afueras de Terrassa. La directora de la academia del concurso televisivo, que celebra este lunes su semifinal, prefiere sentarse con el equipo de producción, en un sencillo escritorio pegado a un cartel en el que se lee este mensaje: “Tu ego lo dejas aquí”. Una flecha en dirección descendiente apunta al cubo de la basura. En uno de los televisores, Martin come un yogur sin lactosa. En el de al lado, Paul Thin y Álvaro Mayo, los nominados de la semana, hacen la maleta. El segundo se irá esa noche.
Justo antes, Galera se ha dejado retratar en lo que ella denomina “Guantánamo”, una pequeña habitación con dos literas de aire carcelario donde duerme las noches de los lunes. En ella cuelga el traje de chaqueta blanco que se pondrá en la gala, un par de horas después, donde los aspirantes serán aclamados como si fueran los Beatles de 1965. Se emitirá en directo en Prime Video, la principal novedad de esta edición, la primera que no se ha desarrollado en un canal a la antigua. Pese a exponerse a una audiencia menor, el paso a la plataforma no ha afectado al programa, cuyo impacto digital ha superado con creces los de las ediciones de 2017, 2018 y 2020. En la última gala se recibieron 8,6 millones de votos, 10 veces más que en 2020. En total, los vídeos de OT acumulan 720 millones de visionados en redes, el doble que en la última edición.
Galera está cansada, pero contenta. “El balance es muy positivo. El encaje con Amazon ha sido bueno. Ojalá hagamos más OT con ellos. Se han dejado llevar por nosotros, que llevamos 23 años haciendo este programa”, dice. “En realidad, este es el formato de mi vida”. Sabe que se ha volcado en OT más allá de lo razonable. Lleva semanas sin salir de este recinto y sin apenas ver a sus dos hijos, de 11 y 13 años. “Cuando me preguntan si me reconocen por la calle, digo que no lo sé, porque no la piso”, sonríe Galera, que exhibe la misma sencillez y naturalidad que dice buscar en sus castings. Ella es Mami Noe, la nodriza de estos niños huérfanos, pero también una enemiga pública en redes, según el día y la hora.
Lleva más de media vida en televisión, pero es más desconocida de lo que aparenta. Nació en el barrio barcelonés de Gràcia, en ese carrer de les Camèlies que dio título a la novela de Mercè Rodoreda. Creció sin su padre. Su madre regentaba un bar. Su tío cantaba boleros en el patio de casa durante sus vacaciones en un pueblo de Castellón; de él cree que le viene su apetito interminable por la música. Mientras estudiaba Filología Hispánica, carrera que costeó trabajando como vendedora en el Bulevard Rosa, desaparecido centro comercial de la zona alta de Barcelona, la televisión se cruzó en su camino. Gestmusic, la productora de La Trinca, la fichó tras una participación en el concurso Amor a primera vista, antepasado televisivo de Tinder. “Llevo aquí desde los 24 años. Ahora pienso que no sería feliz haciendo otra cosa. Tuve suerte, pero también le he echado más horas que nadie”, reconoce.
‘OT’ es un programa de valores, como el respeto y la igualdad. En la etapa de Telecinco, eso se perdió un poco, porque primaba el ‘reality’. Por suerte, eso ha cambiado”, sostiene Galera
Desde la edición dorada de 2017, la de Amaia y Aitana, el formato ha regresado al registro más blanco de las primeras ediciones, lejos del tono bronco de sus años en Telecinco, cuando Galera, que protagonizó varios encontronazos con Risto Mejide —”no lo he vuelto a ver, no me interesa remover esa etapa”, dice—, admite que el formato se desvirtuó. “OT es un programa de valores. Por ejemplo, el respeto y la igualdad. En esta edición hemos organizado charlas sobre salud sexual, déficit de atención y autoestima corporal. En aquella etapa eso se perdió un poco: la televisión era diferente y lo que primaba era el reality. Por suerte, eso ha cambiado”, sostiene. No volvería a sus tiempos de jurado de OT, cuando el espectáculo exigido requirió que sobreactuara en un papel de villana del que no parece guardar buen recuerdo.
“No tengo mala conciencia, pero hoy lo haría de otra manera, porque la sociedad es otra y porque yo, afortunadamente, también soy otra persona”, responde. “Ser jurado es desagradecido, y eso que en mi época no existían las redes. En 2005 me llamaron a casa para amenazarme de muerte. En los últimos tiempos he tenido que poner dos denuncias, por insultos y porque en uno de los casos me mentaron a mi hija”, confiesa. Célebre por sus “subidas de leche” y sus broncOTes, con los que se ha ganado una fama algo injusta de Rottenmeier —ese estereotipo misógino inextinguible—, dice que se ha tomado esta edición con mucha más calma. “Las redes son como un circo romano que pide sangre, y yo no se la ha querido dar”. No va al psicólogo, “aunque debería”. Dice que solo le ha puesto un poco más de paciencia que de costumbre.
Sin llegar a los extremos de ediciones pasadas —en 2018, TVE tuvo que disculparse con la Falange por comentarios de un concursante y de la propia Galera—, esta tampoco ha ido falta de polémicas: acusaciones de bullying un tanto exageradas, injurias entre los fandoms de los candidatos, bollodramas varios y hasta una inefable guerra con el OT francés para decidir qué formato era mejor, que terminó con una peculiar Paz de los Pirineos en la red anteriormente conocida como Twitter. Además, el cantante Iván Ferreiro tildó al programa de “carnicería” y llamó “cantamañanas” a sus profesores. Y una aguerrida campaña de los seguidores de Chiara, una de las aspirantes, llegó hasta una pantalla gigante de la neoyorquina Times Square (aun así, fue eliminada). “Me pregunto qué harán algunos con sus vidas a partir del 19 de febrero”, ironiza Galera. Es la fecha de un desenlace que considera abierto. “De todas formas, nunca acierto quién va a ganar”. En 2017 creyó que sería Agoney. Salió antes de la final.
Al verla trabajar en sus castings, se diría que escoge por instinto, más que por estrategia. “Sí, hay algo bastante irracional. Me fío de mi instinto, porque las grandes decisiones de mi vida las he tomado tirándome a la piscina”. ¿Por ejemplo? “Cuando conocí a mi pareja, Arnau [Vilà, director musical de Tu cara me suena], llevaba 15 años casada con otra persona. Quedamos un par de veces y decidí separarme”. Sucedió durante los castings de la edición de 2009, lo que tal vez haga aumentar su apego desmedido por el programa. “Es cierto que lo siento como un proyecto mío, cuando no lo es. Sé que algún día esto continuará sin mí, porque nadie es imprescindible”. Hace años se marcó la fecha límite de los 60 para dejarlo. Ahora que queda menos, dice que se quedará “hasta la jubilación”. Pero luego duda: “¿A qué edad se jubila uno ahora?”.
Galera ve OT como un espejo sociológico, como “un reflejo de la juventud del país”. En esta edición, solo cinco de los 16 concursantes se dicen heterosexuales. En la de 2001 no hubo ningún LGTBI declarado. “Nunca hemos dejado fuera a la gente del colectivo, jamás. Pero la sociedad ha cambiado. Tal vez entonces no eran conscientes de lo que eran, de los grises que existían. Ahora los jóvenes se sienten libres de definirse como quieran, e incluso de no definirse”, sostiene la directora de la academia. Observa también una relación más sana con “la sexualidad y con sus necesidades”, de la que dan cuenta sus viajes recurrentes, y no siempre discretos, a las duchas. “Si comparas esta edición y la de 2020, ves diferencias. Los que han entrado este año se han pasado la adolescencia encerrados en casa por la covid. Son más sensibles y expresan su ansiedad más fácilmente, y está muy bien que sea así”, expresa Galera.
En 2020 tuvo que organizar una charla para enfrentarse a los comentarios homófobos de un concursante. “Este año no ha hecho falta. En solo tres años, me he encontrado con una juventud más moderna, diversa y respetuosa. Incluso los heteros no tienen nada que ver con los de otro tiempo. Ahora no les importa mostrar cariño, besarse o llorar. Me enorgullece que mis hijos tengan este modelo”. Ahora ya no cantan por Chayanne, sino a Sen Senra. Al verlos en pantalla, se diría que se está extinguiendo el macho cabrío. “Total. Y eso es maravilloso”. Aunque le da miedo otra juventud: “La que está aquí, dentro del móvil, que también existe. Las redes demuestran lo radicalizado que está el país. Tener a estas 16 personas con estos valores es una hostia con la mano abierta a según quiénes”, dice sobre el auge de ciertos partidos políticos.
Para Galera, los valores del programa son “una hostia con la mano abierta” a ciertos partidos políticos. En esta edición, solo cinco concursantes se dicen heterosexuales. En 2001 no había ningún LGTBI declarado
Otro leitmotiv de esta edición ha sido la doble vara de medir para hombres y mujeres. “A ellas se les exige mucho más, como sucede en otros ámbitos de la sociedad. Tienen que cantar bien, pero también bailar, ser guapas e ir estupendas. Ellos, con que salgan al escenario, ya nos sirve. Es algo que llevamos enquistado en el ADN”. Celebra, pese a todo, que los concursantes no sean sumisos y protesten cuando algo no les gusta, como ha sucedido en varias ocasiones en esta edición (y, de manera más extrema, en la de 2018, cuando los aspirantes llegaron a convocar una manifestación). Pese a las críticas, los triunfitos ya no parecen seres alienados que acatan órdenes, sino coproductores de un espectáculo con su propio criterio y subjetividad.
“Antes no se atrevían a plantar cara. Todo era más ‘esto es así y punto’. Ahora les damos pie a que digan las cosas”, asegura Galera. “A veces me molesta, de manera egoísta, porque me exige un esfuerzo extra. Pero prefiero que sean rebeldes que dóciles. Que hablen con orgullo de su paso por el programa, en lugar de renegar de OT cuando salgan de aquí”. Hubo un tiempo en que daba reparo decir que uno veía este programa. Ahora, puede que la vergüenza haya cambiado de bando.
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