Un ‘Show de Truman’ judicial es la serie más innovadora del verano
El programa ‘El jurado’ combina elementos del falso documental, la telerrealidad y la improvisación actoral en un revolucionario formato nominado al Emmy a mejor comedia
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Ronald Gladden ha sido seleccionado para ser miembro de un jurado popular. Pero en este juicio no paran de pasar cosas muy raras. “Es como si estuviéramos en un reality show”, dice en un momento. Sus compañeros de jurado no responden a su comentario y ponen cara de circunstancias. Porque Ronald ha ace...
[Esta pieza es una versión de uno de los envíos de la newsletter semanal de Televisión de EL PAÍS, que sale todos los jueves. Si quiere suscribirse, puede hacerlo a través de este enlace].
Ronald Gladden ha sido seleccionado para ser miembro de un jurado popular. Pero en este juicio no paran de pasar cosas muy raras. “Es como si estuviéramos en un reality show”, dice en un momento. Sus compañeros de jurado no responden a su comentario y ponen cara de circunstancias. Porque Ronald ha acertado. Sin él saberlo es el protagonista de El jurado (Jury Duty, en su título original), uno de los formatos más innovadores de la televisión estadounidense reciente. Emitido en primavera en la plataforma gratuita con anuncios de Amazon, Freevee, el programa que acaba de estrenar Prime Video en España combina falso documental con reality en una historia con mucho argumento guionizado, pero también mucha improvisación, como desvela la propia producción en el último episodio de los ocho que la componen.
Como otras 4.000 personas, Ronald contestó a un anuncio para participar como jurado popular de un juicio real que iban a grabar las cámaras de un documental para mostrar cómo funciona un proceso judicial. Sin embargo, en realidad se estaba presentando al casting para un experimento televisivo que podría definirse como una docucomedia. Todos, desde el resto del jurado hasta el acusado, la demandante, los abogados, el juez, la alguacil… todos a su alrededor son actores. Él, un hombre normal y corriente, se enfrentará a situaciones alocadas relacionadas con un juicio que, para más inri, obliga a los miembros del jurado a estar casi incomunicados del resto del mundo durante tres semanas en una especie de Gran Hermano judicial. Al estilo de la película El show de Truman, los actores, con personajes creados para la ocasión y un guion que marca las situaciones que deben provocar, tendrán que improvisar sobre la marcha para adaptarse a las decisiones y palabras de Ronald.
El programa se volvió viral en internet y gracias al boca a boca y a la originalidad del formato atrajo la atención de muchos ojos hasta convertirse en una de las sorpresas de las pasadas nominaciones a los Emmy: consiguió cuatro candidaturas, incluida mejor comedia televisiva del año. En el reparto, muchos intérpretes con experiencia pero poco conocidos. Para los abogados y el juez buscaron actores que en el pasado hubieran ejercido la abogacía. La cara más conocida de este peculiar jurado es la de James Marsden (Westworld, Sonic, la película), que interpreta una versión ficticia de sí mismo, una estrella de Hollywood por encima del bien y del mal, aunque casi nadie le reconoce a la primera. Cuando se conocen, Ronald, con la naturalidad de quien no sabe que está en la televisión, sorprende al actor al confesarle que ha escuchado que una de sus últimas películas no es nada buena.
Si las absurdas situaciones del programa y sus peculiares personajes recuerdan en ocasiones a The Office es porque los creadores de El jurado, Lee Eisenberg y Gene Stupnitsky, fueron guionistas de la serie que protagonizó Steve Carell. Por ejemplo, uno de los jurados es un amante de los inventos extraños que aparece un día en el juzgado con una especie de silla incorporada a su pantalón construida por él mismo con dos muletas. Otra mujer se queda dormida en medio del juicio en reiteradas ocasiones. Marsden prepara un papel para una película que practica con sus compañeros. El abogado defensor, de repente, lanza preguntas a su defendido que claramente van en contra de sus intereses.
Pero nada en El jurado funcionaría tan bien como lo hace si el protagonista, el héroe, como se referían a él en el guion del programa, no fuera Ronald Gladden, que demuestra ser una de las personas más empáticas y amables del mundo, ayudando a sus compañeros en situaciones inverosímiles, asumiendo la culpa de faltas ajenas o liderando, firme y con comprensión, un juicio desquiciante como presidente del tribunal.
Programas que empujan los límites de la ficción y la realidad
El jurado no es el único programa que en los últimos años ha llevado los límites de la ficción hasta aproximarlos a la realidad, o viceversa. En Los ensayos (The Rehearsal, en HBO Max) el cómico y productor Nathan Fielder planteaba la tesis de que cualquier decisión o experiencia vital se podía practicar previamente para llegar a ese momento en la vida con todas las variables probadas y controladas de antemano. La serie comienza como un peculiar experimento en el que Fielder ayuda a un hombre a practicar cómo quiere comunicar a sus compañeros de partidas de Trivial que no tiene los estudios que afirmó tener cuando se conocieron. Pero, en los siguientes capítulos, la propuesta, que combina comedia, experimento social y análisis psicológico, escala hasta cotas inesperadas cuando Fielder se implica en el ensayo de la crianza de un niño desde que es un bebé hasta la adolescencia. El programa logra dejar la sonrisa helada en el rostro del espectador con el desconcierto como herramienta fundamental: ¿es real lo que se está viendo? ¿Seguro que esas personas no son actores en realidad? ¿Cómo podemos fiarnos de que Fielder no nos está engañando?
Ese nivel de extrañeza se alcanza también en muchas ocasiones en How to with John Wilson, serie documental de la que HBO Max emite su tercera y última temporada. Con el propio Fielder como productor ejecutivo, la serie del cineasta John Wilson recorre las calles de Nueva York para construir relatos que muestran las rarezas, la angustia y la incertidumbre del mundo contemporáneo y que se vale de la realidad para, con herramientas de la ficción, construir relatos inesperados. La cotidianeidad se convierte en poesía con imágenes del día a día montadas siguiendo un guion cargado de ironía y surrealismo en el que Wilson reflexiona en voz alta. Cada episodio tiene un asunto, muchas veces casi banal, como hilo conductor. Mientras que en temporadas pasadas hubo episodios dedicados a los andamios de la ciudad o a la costumbre de forrar los muebles de la casa, la tercera entrega ha arrancado con dos capítulos centrados en cómo encontrar un baño público en Nueva York y cómo limpiarse los oídos.
Su deambular lleva a Wilson a encontrarse con situaciones y personas que difícilmente encajarían en un guion de ficción por parecer demasiado inverosímiles. En el primer episodio de la tercera temporada, concierta una cita con un hombre que trabaja con fosas sépticas en el oeste de Texas. En medio de la charla, el hombre le cuenta que está preparando una casa para mudarse con su familia construida en un silo de misiles. El capítulo da un giro inesperado: ¿Cómo se prepara alguien para vivir bajo tierra? ¿Qué piensa su familia de ello? En el segundo capítulo, en plena entrevista con una mujer sobre el ruido en Nueva York, ella le cuenta que ha conocido a varios asesinos en serie y que uno de ellos fue su novio. How to with John Wilson demuestra con momentos así que hay grandes historias a nuestro alrededor, pero solo unos pocos saben hacer las preguntas adecuadas o poner la cámara en el lugar correcto para dar con ellas.
Realidad, ficción y comedia también se dan la mano en propuestas como Documentary Now!, programa de sketches que parodia grandes propuestas del género documental. Otra celebrada producción es La Tierra según Philomena Cunk, donde el personaje ficticio, interpretado por la cómica Diane Morgan, relata la historia de la civilización desde una perspectiva humorística, acompañada de entrevistas a expertos reales que contestan a disparatadas preguntas. Estos programas son la prueba de que la televisión le ha cogido el gusto a recorrer el camino de ida y vuelta que hay entre la ficción y la realidad.
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