CONVERSACIONES A LA CONTRA

Alberto Chicote: “Cuando hago lentejas en casa, se me queman”

El chef madrileño presentará un año más las Campanadas de Antena 3 junto a Cristina Pedroche

Alberto Chicote posa en el restaurante Omeraki en Madrid.Andrea Comas

Si hay alguien que confirma al pie de la letra eso de que para triunfar en televisión hay que tener grandes tragaderas, es Alberto Chicote (Madrid, 53 años). Pesadilla en la cocina tiene eso, ¿no? Empezó como una oportunidad para hacer algo diferente, lo disfruté muchísimo el primer día y aún lo sigo disfrutando. Es verdad que tengo que ir a muchos restaurantes a ver qué es lo que hacen y encontrarme precis...

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Si hay alguien que confirma al pie de la letra eso de que para triunfar en televisión hay que tener grandes tragaderas, es Alberto Chicote (Madrid, 53 años). Pesadilla en la cocina tiene eso, ¿no? Empezó como una oportunidad para hacer algo diferente, lo disfruté muchísimo el primer día y aún lo sigo disfrutando. Es verdad que tengo que ir a muchos restaurantes a ver qué es lo que hacen y encontrarme precisamente con lo que hacen, pero también me permite darles una oportunidad. Y eso es grandioso”, señala el cocinero, que también se ha convertido en el rostro, junto a Cristina Pedroche, de las Campanadas de Nochevieja en Antena 3.

Pregunta. ¿Es una liberación o una frustración saber que al día siguiente todos los titulares se los va a llevar Cristina Pedroche?

Respuesta. No, me da igual. Cristina y yo hemos hecho un tándem que funciona muy bien. Nunca sabremos, o de momento no sabemos, qué peso tenemos cada uno de los dos. Lo que sí está claro, tanto para ella como para la cadena y para mí, es que los dos juntos funcionamos bien. Por eso lo seguimos haciendo.

P. ¿Ya tienen claro el vestuario?

R. El mío sí, pero no tengo ni idea de qué se va a poner ella. En mi caso, en la noche de las Campanadas priman la elegancia y la importancia de la noche. No va a haber sorpresas: toca esmoquin negro, camisa blanca, pajarita negra y zapatos negros.

P. Se ha convertido en una persona muy querida a base de echar broncas. ¿Eso cómo se consigue?

R. Bueno, yo no sé a base de qué. Evidentemente, esa parte de las broncas está ahí, y de hecho hay gente que me para por la calle y me dice aquello de “dales mucha caña”. No sé muy bien a qué se refieren... Posiblemente, es un compendio: un tipo con un —ahora menos— físico imponente, unas formas muy directas y muy claras... y luego, hay una parte que tiene mucho más que ver con ganarte a la gente mirándola a la cara.

P. Sorprende que después de tantas temporadas con Pesadilla en la cocina aún intenten engañarle ¿La gente que le llama no ha visto el programa?

R. Todos se lo han visto y pasa una cosa muy particular, todos se creen que saben cómo se hace el programa. Cuando llegamos es muy curioso que la gente del restaurante nos pregunta por el guion. Nos dicen: “Me podéis dar el guion para que sepa lo que tengo que decir”. Y no es eso. Y les decimos: “Aquí eso no se estila. Todo lo que pase va a pasar como tú quieras que pase”. Y las cosas pasan, siempre pasan.

P. Antes la gente cocinaba para relajarse, pero ahora la televisión ha convertido los fogones en un frenesí.

R. A mí, cuando estoy en mi casa haciendo unas patatas con costillas, sí me parece relajante. Y de hecho hacer unas patatas con costilla en casa hasta me parece aburrido. Como estoy acostumbrado a hacer tantas cosas a la vez, si solo hago una me aburro y a veces hasta se me estropea la comida. ¡A mí se me queman las lentejas precisamente por eso! Las pongo al fuego y como no hay más que hacer, me lío con otras cosas, me pongo a leer o lo que sea y cuando me quiero dar cuenta, a tomar por culo las lentejas.

P. En julio abrió en Madrid el restaurante Omeraki. ¿No le da miedo que vaya mal y se lo echen en cara?

R. Se me puede echar todo el mundo encima, claro. Hay que tener una grandísima capacidad de adaptación, porque no siempre lo que tú defines desde el principio es lo que lo que al público le termina encandilando. Siempre le das muchas vueltas. Lo de montar un restaurante con una comida particular suena superromántico pero luego es el público el que te dice sí o no. Hay que saber escuchar. Por un lado, hay que perseverar en lo que uno quiere para no perder la identidad y por otro, hay que escuchar al público.

P. Hoy los chefs han alcanzado casi un estatus de estrellas del rock. ¿Se siente cómodo con ello?

R. Yo me metí en esto con 17 un poco por probar, pero enseguida me enamoré del oficio y pensé que iba a jubilarme en este oficio. Por eso me preocupo por seguir siendo cocinero. Pero es verdad que la gente ahora ve a los chefs de un modo muy diferente. Hay una grandísima demanda de gente que se mete en esto porque quieren ser el cocinero creativo que se convierte en una estrella mediática y muchos, después de empezar a formarse, lo dejan cuando se dan cuenta de que, para llegar a eso, puedes pasarte toda tu vida asando rodaballos o picando cebollas o ajos o haciendo la misma tarta. Y eso, que a tu cliente le apasiona, a ti puede acabar aburriéndote.

P. ¿Cuántas veces un plato le ha hecho llorar de emoción?

R. Muchas veces. A mí la comida es algo que no solo me gusta, me apasiona, para mí el mejor plan del mundo es salir a comer y que te cuiden. Y todos los platos que me han enamorado están guardados en el disco duro. La capacidad que tienen los platos buenos de permanecer en la memoria es mucho mayor que la que tienen los malos. Estos se borran enseguida. En un plato siempre hay mucho de quien lo ha cocinado y a mí eso me emociona. Es como ponerse delante de Las Meninas.

P. ¿Se ha sorprendido muchas veces buscando en redes sociales reseñas sobre sus restaurantes?

R. No, antes sí, ahora ya no. Después de grabar un programa de ¿Te lo vas a comer? acerca de los restaurantes, he descubierto lo que hay ahí detrás y no quiero saber nada porque me hago muy mala sangre. Escucho solo a los clientes en el restaurante, donde me pueden decir todo lo bueno o malo que quieran compartir conmigo.

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