El éxtasis de ‘La ruta’
Desde nuestra secularidad cada día más alejada de las bondades de la liturgia, sentarse cada domingo a ver una serie de televisión es lo más parecido que experimentamos muchos a ir a misa
Ganó el éxtasis a la empatía. El farmacéutico y promotor del MDMA Alexander Shulgin quiso llamar “empatía” a su droga preferida por los efectos de comunión que provoca su uso compartido, pero acabó calando el íntimo “éxtasis” con el que la bautizó Michael Clegg, un exsacerdote metido a camello en los 70 que se hizo llamar “misionero del éxtasis”. Ahí es nada: mensajero de ese anticipo de la vida eterna que es el éxtasis en su acepción teológica.
Cierta música electrónica también tiene mucho de experiencia religiosa. Lo e...
Ganó el éxtasis a la empatía. El farmacéutico y promotor del MDMA Alexander Shulgin quiso llamar “empatía” a su droga preferida por los efectos de comunión que provoca su uso compartido, pero acabó calando el íntimo “éxtasis” con el que la bautizó Michael Clegg, un exsacerdote metido a camello en los 70 que se hizo llamar “misionero del éxtasis”. Ahí es nada: mensajero de ese anticipo de la vida eterna que es el éxtasis en su acepción teológica.
Cierta música electrónica también tiene mucho de experiencia religiosa. Lo explica bien el tercer capítulo de La ruta, la extraordinaria serie creada por Borja Soler y Roberto Martín Maiztegui en emisión en Atresplayer Premium. En él, un curilla joven con tanta devoción por Cristo como por la ruta del bakalao recuerda a otro sacerdote, el padre Juan García Castillejo, un párroco valenciano que escribió en 1944 La telegrafía rápida, el triteclado y la música eléctrica. La cadencia de la música electrónica, explica este personaje, tiene mucho que ver con la oración, con el mantra: el rosario y el tecno, primos hermanos.
Desde nuestra secularidad, alejada de las bondades de la liturgia, sentarse cada domingo a ver una serie de televisión es lo más parecido que experimentamos muchos a ir a misa. La ruta nos pone delante a gente sola, incomprendida, herida y los echa a andar por esa comunión de 72 horas que era cada fin de semana la ruta del bakalao. Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. El éxtasis —¿empatía?— del espectador no es el de Clegg ni el de Santa Teresa, lo nuestro es una experiencia vicaria, pero vivir a través de otros que ni siquiera viven tiene mucho de milagroso. La vida puede ser eterna en 72 horas o en cincuenta minutos.
Puedes seguir EL PAÍS TELEVISIÓN en Twitter o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.