‘The Bear’, una de las mejores series del año es un asfixiante retrato de la ansiedad y el duelo
La serie de Disney+ traslada al espectador al frenético ritmo de la cocina de un restaurante
Un hombre vestido con camiseta blanca, vaqueros y delantal azul oscuro camina por un puente vacío de noche. En medio del puente, una jaula de la que sale lentamente un oso. El hombre despierta de la pesadilla bruscamente y tanto él como los espectadores se ven lanzados de bruces a un caos frenético. Facturas, pedidos, ruido constante, conversaciones cruzadas, quejas, reproches, gritos. El reloj marca las seis (de la mañana). Cuando el capítulo termina 25 minutos después, el reloj señala las dos y media. Este es el momento en el que el espectador, que muy probablemente aún no tiene claro qué es...
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Un hombre vestido con camiseta blanca, vaqueros y delantal azul oscuro camina por un puente vacío de noche. En medio del puente, una jaula de la que sale lentamente un oso. El hombre despierta de la pesadilla bruscamente y tanto él como los espectadores se ven lanzados de bruces a un caos frenético. Facturas, pedidos, ruido constante, conversaciones cruzadas, quejas, reproches, gritos. El reloj marca las seis (de la mañana). Cuando el capítulo termina 25 minutos después, el reloj señala las dos y media. Este es el momento en el que el espectador, que muy probablemente aún no tiene claro qué está ocurriendo ni cómo se llaman los personajes (¿es posible que todos se llamen Chef, “sí, chef”?), por fin puede respirar, tomar aire, bajar las pulsaciones del corazón. El silencio final invita a tomar consciencia del nivel de estrés y la ansiedad que las imágenes, el sonido —la música acompaña a la perfección a las imágenes— y su montaje han trasladado al otro lado de la pantalla. No hace falta una historia de terror o de suspense. Solo una cocina.
The Bear (la primera temporada está disponible al completo en Disney+) es la última pequeña joya de la televisión. El caos de su arranque refleja la adrenalina que se siente entre los fogones de un restaurante. La ansiedad y el estrés que experimentan los personajes se trasladan al espectador, mientras que a fuego lento se cocinan las conexiones entre ellos, se infieren sus motivaciones y su pasado y somos partícipes de los logros y fracasos que experimentan. Lo mejor y lo peor, drama y comedia, los altibajos de la vida, condensados en ocho episodios. Ese ritmo enajenado que luce toda la serie llega a su punto álgido en un séptimo capítulo que incluye un adrenalínico y virtuoso plano secuencia de 17 minutos con la cámara acompañando a los diferentes personajes entre los estrechos pasillos de la cocina.
El hombre de la camiseta blanca y el delantal azul oscuro es Carmen (un hipnótico Jeremy Allen White), chef del mejor restaurante del mundo que vuelve a Chicago para encargarse del restaurante familiar, un local de bocadillos, tras la muerte de su hermano. El negocio está en números rojos y sus trabajadores van como pollo sin cabeza entre fogones. Mientras, Carmen busca la forma de reconducir la situación, lidia con sus ataques de ansiedad y con las mil preguntas que le ha dejado la muerte de su hermano, cuyo duelo todavía no ha completado.
Con capítulos que rondan la media hora (imposible aguantar ese nivel de estrés durante una hora completa), la que sin duda es una de las mejores series del año se mueve entre el drama y la comedia más sucios con un ritmo asfixiante. La cámara se esmera en mostrar primeros planos de comida y que se oigan los ingredientes cocinándose. Casi se puede oler y palpar la grasa de las paredes en esta serie convertida en experiencia inmersiva y que se eleva al poner los personajes y sus emociones por delante de la acción para buscar la conexión del espectador con esos cocineros (“¡sí, chef!”) que, a ese ritmo y con esa intensidad de trabajo, forjan una disfuncional familia sin lazos sanguíneos que lo mismo se dan gritos que se dan cuenta de que no tienen más remedio que apoyarse entre sí.
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