Columna

La guerra de los selfis

‘Borgen’ y ‘La ciudad es nuestra’ tratan el auge de las redes en la comunicación política, un terreno peligroso como han comprobado Irene Montero e Isabel Díaz Ayuso

La ministra española de Igualdad, Irene Montero, habla con los medios de comunicación el 1 de julio, en Nueva York.Javier Otazu (EFE)

Hay dos series en cartel que tratan un asunto más propio de una clase de periodismo o de sociología que de una trama de thriller: el fin de la comunicación política mediada. Dicho en otras palabras: cuando se prefiere Twitter e Instagram a un periodista que pregunte cosas. La última temporada de Borgen presenta a una Birgitte ministra que aprende a usar Instagram, anuncia acuerdos de gobierno y leyes haciéndose selfis con la primera ministra y des...

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Hay dos series en cartel que tratan un asunto más propio de una clase de periodismo o de sociología que de una trama de thriller: el fin de la comunicación política mediada. Dicho en otras palabras: cuando se prefiere Twitter e Instagram a un periodista que pregunte cosas. La última temporada de Borgen presenta a una Birgitte ministra que aprende a usar Instagram, anuncia acuerdos de gobierno y leyes haciéndose selfis con la primera ministra y descubre que su poder se refuerza mucho más subiendo la foto de su desayuno que explicando las relaciones con China en una entrevista. En La ciudad es nuestra, el regreso a Baltimore de los padres de The Wire, también se reflexiona sobre la incomparecencia del periodismo mediante la epidemia de vídeos espontáneos sobre violencias policiales que confunden y añaden caos a una realidad ya de por sí caótica: sin una voz que ordene y narre los sucesos —sostiene David Simon—, los amigos del fascismo tienen la senda expedita.

La guerra de los selfis a cuenta del viaje de Irene Montero y su séquito a Estados Unidos confirma el acierto de esta reflexión. Quienes dirigen la comunicación de la ministra quisieron transmitir una imagen de desenfado que sus oponentes interpretaron como frívola, lo que dio ocasión a sus partidarios de contraatacar con otros selfis vergonzantes, en especial uno de Ayuso y su séquito que más parecía una despedida de soltera que un viaje oficial. Quienes los aireaban caían en el whataboutism (y tú más) que ha sustituido a la discusión ideológica: solo me parece mal lo que hace el otro bando.

Cuando uno creía que el debate no podía degradarse más, llegan los selfis. Dentro de poco, las campañas electorales se harán con emoticonos, y los debates parlamentarios, con bailes de Tiktok. Y nos parecerá estupendo, siempre que lo hagan los nuestros.

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