Ellen DeGeneres dice adiós a dos décadas de éxito televisivo bajo la sombra de la sospecha
La presentadora no ha logrado recuperarse de las denuncias de clima tóxico laboral formuladas en la pandemia por trabajadores de su programa de entrevistas
Salir del armario casi le cuesta la carrera a finales de los noventa, cuando protagonizaba una serie de televisión, Ellen, en la que su personaje se declaró lesbiana. Ellen DeGeneres, la persona, lo hizo poco después en la revista Time, lo que llevó a la cadena ABC a adelantar el final de la serie, además de incluir en los títulos una advertencia parental sobre la presencia de un personaje homosexual. En la travesía por el desierto que siguió a la confesión, p...
Salir del armario casi le cuesta la carrera a finales de los noventa, cuando protagonizaba una serie de televisión, Ellen, en la que su personaje se declaró lesbiana. Ellen DeGeneres, la persona, lo hizo poco después en la revista Time, lo que llevó a la cadena ABC a adelantar el final de la serie, además de incluir en los títulos una advertencia parental sobre la presencia de un personaje homosexual. En la travesía por el desierto que siguió a la confesión, puso voz a Dory en la película de animación Buscando a Nemo mientras peleaba contra una depresión. Pero en 2003 se reinventó con un programa matinal de entrevistas a estrellas, con mucha diversión, algo de música y premios en metálico.
Ellen DeGeneres (Metairie, Luisiana, 64 años) se ha despedido este jueves de la audiencia –mayoritariamente femenina– con la que durante 19 temporadas ha compartido bailes, gansadas e intimidades de famosos tan entusiastas como ella. La actriz Jennifer Aniston, la invitada del primer programa en el apogeo de Friends, cerró el ciclo este jueves, en un capítulo grabado hace semanas cuyo contenido se protegió como un secreto de Estado: ni siquiera el canal en YouTube del programa, que estos últimos días ha publicado los momentos estelares del mismo, soltó detalle del contenido final.
Con un croma de fondo de un paisaje de palmeras, que parecía invitar a una dorada jubilación, DeGeneres abrazó a Aniston como una lapa, pese a la rampante oleada de la subvariante ómicron por todo el país. Achuchó también debidamente a Billie Eilish y a Pink, las otras dos estrellas que pisaron, por última vez, el plató de los estudios Warner en Burbank (California). La presentadora se mostró emocionada y exultante, con ese entusiasmo de oficio que tan bien define al mundo del espectáculo en EE UU. Y, en su línea, entonó un canto a la compasión que parecía, además de un tic de manual de autoayuda, un mea culpa en diferido por el escándalo sobre la toxicidad del ambiente laboral en el programa que se destapó en 2020.
Con las debidas dosis de almíbar, DeGeneres, traje negro casual y deportivas blancas, recorrió el jueves el pasillo de aplausos de sus colaboradores. Era el punto final a una travesía de 3.200 episodios, desde septiembre de 2003, con 30 premios Emmy personales, más otros tantos concedidos al programa, de las 160 nominaciones recibidas. Con el citado borrón como corolario: las denuncias por un ambiente de intimidación y racismo, y varios presuntos casos de acoso sexual por superiores. Ni siquiera su simpatía evitó el hundimiento del programa, aunque ningún responsable del mismo haya admitido que esas quejas –investigadas por terceros– fueran el principio del fin. Tampoco ella.
El tiempo transcurrido desde el primer episodio planea estos días sobre los recuerdos de la actriz y presentadora, como contó a sus 77,5 millones de seguidores en la red social Twitter: “Cuando comenzamos este programa en 2003, el iPhone no existía. Las redes sociales no existían. El matrimonio gay no era legal. Hemos visto cómo cambiaba el mundo, a veces para mejor, otras no. Pero pasara lo que pasase, mi objetivo siempre fue que el programa fuera un lugar donde todos pudiéramos encontrarnos y reír durante una hora”.
También tuiteó a sus seguidores: “Haber sido invitada a vuestras vidas ha sido el mayor privilegio de mi vida y me ha procurado una increíble alegría”.
Una pregunta pertinente sería si puede mantenerse semejante buen rollo durante dos décadas. El mismo lema del programa, be kind (sé amable), así lo ordenaba, en teoría. Pero en 2020, a consecuencia del confinamiento por la pandemia, emergió entre las risas el malestar de numerosos trabajadores, enfadados además al enterarse de que para hacer el programa enlatado, confinado en la mansión de DeGeneres en Montecito (California), Warner había contratado a un equipo externo, saltándose toda regulación contractual.
Las denuncias de intimidación y racismo, incluso de represalias a empleados por tomarse una baja médica o asistir a un funeral, llevaron a Warner Bros a despedir a tres productores del programa, como cortafuegos ante DeGeneres, cuya altivez también salía a relucir en algunos testimonios. Pero el daño estaba hecho y, además de la fama de esta, enseguida se desplomaron los índices de audiencia (perdió un millón de espectadores tras destaparse el escándalo). Tampoco ayudó mucho a su reputación quejarse abiertamente en Twitter del “infierno” que suponía el confinamiento, mientras publicaba un vídeo del vasto jardín y la piscina de su mansión, donde atesora una buena colección de arte contemporáneo con algún que otro basquiat.
La propia DeGeneres, no obstante, había adelantado en 2018 que estaba cansada de la rutina de un programa diario. Su esposa, la actriz Portia de Rossi, la empujaba a abandonar, contó a The New York Times a finales de ese año, mientras su hermano la animaba a seguir en el candelero. En la necesidad de un cambio ha vuelto a abundar recientemente, en declaraciones a The Hollywood Reporter: “Cuando eres una persona creativa necesitas desafíos constantemente, y por muy bueno y divertido que sea este programa, ya no es un desafío”. “La verdad es que siempre confío en mis instintos. Mi instinto me dijo que era el momento”, apostilló.
El hecho de ser la segunda presentadora mejor pagada de la televisión estadounidense (87,5 millones de dólares en 2018, según la revista Forbes), solo por detrás de su amiga Oprah Winfrey, le permite tomarse el futuro profesional con calma. “Si alguien sabe lo que es acabar un veterano talk show, esa es Oprah”, reza el título del vídeo en el que Winfrey, a punto de las lágrimas, dedica la más sentida despedida a su amiga y a la vez rival. Ella también dijo adiós a un programa hecho a su imagen y semejanza tras 25 años en antena.
Hasta los detractores del espectáculo de DeGeneres reconocen sus méritos. Pero las críticas empezaron a cuartear al personaje, dejando ver a la persona, una figura poliédrica: icono de la comunidad LGTB –aunque no demasiado activista, según sus críticos–, comunicadora, cómica, actriz, una máquina de hacer dinero. También demócrata –aunque con amistades íntimas como el expresidente George Bush–, y en suma, mujer blanca madura que desafía los códigos de la edad en un mundo rendido a la fugacidad como el de la tele. Un ejemplo de manual de empoderamiento femenino… una mujer rica e influyente en toda su extensión; carismática. Tanto, que en 2016 recibió la Medalla de la Libertad, la más alta distinción civil del país, de manos del presidente Barack Obama.
“Hace 20 años, cuando intentábamos vender el programa, nadie pensó que esto funcionaría. No porque fuera un programa diferente, sino porque yo era diferente”, dijo DeGeneres el jueves sobre el rechazo inicial de las cadenas al programa piloto. Su diferencia, el discurso de la identidad que se ha convertido en medular en la opinión pública americana, ha sido su imagen de marca. Pese a que en el arranque de la 18ª temporada reconoció el malestar en la plantilla, esta adalid de causas seguras no ha conseguido remontar el vuelo de la sospecha.
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