‘Élite’ agota su fórmula
La quinta temporada de la serie juvenil de Netflix apuesta por el “todo vale” mientras sufre el desgaste de su propuesta, tramas y personajes
A estas alturas del partido, quien reproduce un capítulo de Élite tiene muy claro lo que se va a encontrar dentro. Jóvenes guapísimos con cuerpos perfectos que se desnudan con gran facilidad y sin mucha justificación (desnudos, sobre todo, de hombres), lujo obsceno, situaciones casi desquiciadas y diálogos absurdos, además de una investigación que transcurre en el futuro de la acción principal y que tra...
A estas alturas del partido, quien reproduce un capítulo de Élite tiene muy claro lo que se va a encontrar dentro. Jóvenes guapísimos con cuerpos perfectos que se desnudan con gran facilidad y sin mucha justificación (desnudos, sobre todo, de hombres), lujo obsceno, situaciones casi desquiciadas y diálogos absurdos, además de una investigación que transcurre en el futuro de la acción principal y que trata de justificar cada temporada con una trama de fondo. Pero nadie viene a Élite por esa investigación, ni siquiera por las subtramas. Aquí se viene a mirar, a ejercer el derecho a ese oxímoron que es el placer culpable. O, más bien, el placer, sin más; lo de culpable queda para cada cual. Si alguien reprodujera un capítulo de Élite y no encontrara todo eso, se sentiría engañado. Así de sencillo es este juego y así de básico es el ser humano.
Quizá por eso, la quinta temporada de Élite, cuyos ocho capítulos estrenó Netflix este viernes, no espera para llegar a su “todo vale” particular: una fiesta que, bajo ese mismo lema, invita a todos los asistentes a dejar sus prejuicios en la calle y dar rienda suelta a sus instintos más primarios. Todo vale. Nadie juzga, todo queda entre esas cuatro paredes… y en los stories de Instagram, por supuesto. Lo que el espectador se pregunta una vez visto eso es qué más puede venir después y si no se encuentra ante una caricatura de la propia serie. Cuando ya todo vale, cuando nada importa, cuando una serie es tan sumamente consciente de lo que es y lo demuestra sin prejuicios, ¿qué más puede quedar? Es más, ¿esto es un problema para la serie o una enorme ventaja?
Esas cuestiones se las lleva preguntando Élite varias temporadas. La serie juvenil es uno de los dos grandes bombazos que la plataforma produce en España. Otras han funcionado bien, pero nada a la altura de La casa de papel y Élite, éxitos mundiales y, lo más difícil todavía, sostenidos en el tiempo. Y las dos muy conscientes de lo que son y de lo que tienen que dar a su público. Esa autoconsciencia las ha llevado a caer en repeticiones y a estirar la fórmula más de lo debido. Pasó en La casa de papel, con atracos e historias con gran potencia inicial y final, pero demasiado estirados en sus tramos centrales. Y pasa en Élite, que necesita urgentemente savia fresca. Ese refresco parece que está en preparación de cara a una sexta temporada ya en rodaje y que traerá una renovación más profunda de su elenco. Pero antes, la quinta se ha visto lastrada por varios problemas que no la han dejado tomar altura suficiente.
La más reciente tanda de capítulos tiene, de nuevo, un nuevo asesinato de fondo. Pero lo que en la primera temporada estaba bien entrelazado con las historias previas de los alumnos hasta llegar a confluir en la resolución del crimen, ahora parece incrustado sin más aquí y allá, sobre todo en el primer tramo de la temporada. El misterio se intensifica, y cobra sentido, cuando por fin se desvela quién es el posible finado. Ahí se podría decir que comienza esta temporada de Élite, o lo que parece una temporada nueva.
A partir de ese punto, desaparece sin mucha explicación uno de los personajes que se habían incorporado como novedad, el que interpreta Adam Nourou y que solo parece incorporarse para enturbiar, sin demasiado motivo, la amistad entre Samuel y Omar. Tampoco volverá a jugar un papel relevante este segundo en lo que resta de temporada.
Otras incorporaciones dan más juego a lo largo de estos capítulos. Como todo es extremo en esta serie, el personaje de Nourou se sitúa en el extremo pobre, y los otros dos personajes, los que se mantienen toda la temporada, en el extremo rico. Especial juego da el rol del brasileño André Lamoglia, Iván, hijo de un supermillonario futbolista que llega a Las Encinas preparado, por lo visto, a explorar su identidad sexual, lo que le llevará a un triángulo amoroso con dos de los benjamines, Patrick y su hermana Ari. Pero la cosa no acaba ahí y el padre, el futbolista (no el padre de los hermanos, Benjamín, director del colegio y metido en otros asuntos más turbios), también se unirá a esta fiesta de exploración sexual después de afirmar que él no es ni gay “ni bi ni tri”, porque los futbolistas son futbolistas y punto, como bien podrá confirmar Santiago Cañizares.
El tercer nuevo personaje es Isadora, interpretada por la argentina Valentina Zenere, heredera del imperio del ocio nocturno de Ibiza que vive en hoteles de lujo, viaja en helicóptero y llega a Las Encinas dispuesta a, pese a no conocerle de nada, defender a muerte la inocencia de Phillipe (Pol Granch), sobre el que pesan acusaciones de abuso sexual. Su trama, que tiende al principio peligrosamente hacia la banalización de la violación, termina volviendo sobre ella como un boomerang con un giro oscuro y serio poco habitual en la festiva Élite.
Mientras Iván e Isadora se incorporan bien al cuadro de la serie y aportan nuevas posibilidades dentro del mundo extremo en el que se mueven sus tramas, no ocurre lo mismo con los personajes veteranos. Samuel (Itzan Escamilla) y Omar (Omar Ayuso), los dos únicos personajes supervivientes —hasta ahora— del elenco original, están más que amortizados. El segundo apenas aporta nada esta temporada, y el primero sigue atrapado bajo el hechizo del director del colegio. Luego están Cayetana (premio al mejor personaje de esta tanda), Rebeka y Mencía, bastante desaprovechadas esta vez, sobre todo la tercera.
Para que la lógica y necesaria renovación del elenco no fuera traumática para sus espectadores, las incorporaciones y salidas en Élite se han dado a lo largo de estos años de forma gradual. Algunas han funcionado mejor que otras. Las incorporaciones de la segunda temporada encajaron bien, igual que las de la cuarta. De las de la tercera nadie se acuerda ya (sí, hubo nuevos personajes aquel año, y como llegaron, se fueron, borrón y cuenta nueva). Pero si la serie quiere seguir viva, necesita una limpieza mayor y profunda. Ese es el camino que apunta la conclusión de esta tanda de episodios, que reparte finales felices y tristes para varios personajes que bien podrían ser el final de su recorrido en la serie, que ya anunció caras nuevas e interesantes para la siguiente etapa. También necesita replantearse si de verdad quiere llegar a la décima temporada manteniendo una misma fórmula que ya está desgastada y no encierra sorpresa ninguna para el espectador. ¿Otro asesinato más? ¿Más fiestas donde todo vale? ¿Otro desnudo gratuito? ¿Otro trío amoroso?
Sí, aquí se viene a lo que se viene, pero también a entretenerse, y Élite, que en ocasiones parece circular en punto muerto, sin esforzarse por dar entretenimiento más allá del sexo y los desnudos. Incluso peca de demasiado intensa en algunos momentos. Eso sí, la inercia no solo está en el lado de la serie, también en los espectadores, que posiblemente la seguirán viendo pase lo que pase. En cualquier caso, es una pena que la serie que antes era droga loca, ahora se conforme con ser simplemente loca.
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