‘The White Lotus’ o los ricos también lloran

La serie de HBO muestra la radical diferencia de clases entre los ricos y los siervos

Sydney Sweeney y Brittany O'Grady, en 'The White Lotus'.

The White Lotus (HBO) es una serie de seis capítulos en los que se muestra la radical diferencia de clases entre los ricos y los siervos y en los que las paranoias de los poderosos, y su mezquindad, se entremezclan con la aceptación de un destino insalvable de los desfavorecidos: ser parte de la gleba.

Hawái, un hotel de lujo al que llega un reducido grupo de neuróticos y prepote...

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The White Lotus (HBO) es una serie de seis capítulos en los que se muestra la radical diferencia de clases entre los ricos y los siervos y en los que las paranoias de los poderosos, y su mezquindad, se entremezclan con la aceptación de un destino insalvable de los desfavorecidos: ser parte de la gleba.

Hawái, un hotel de lujo al que llega un reducido grupo de neuróticos y prepotentes multimillonarios. El servicio les recibe con sonrisas y amabilidad. Inmediatamente comienzan los problemas: un impertinente “hijo de mamá” en su luna de miel no dejará de protestar porque la suite que les asignaron no era la que habían pagado. Una familia con un padre obsesionado con su hipotético cáncer de testículos, una esposa triunfadora en las finanzas, un hijo adolescente harto de la familia, una joven hija cuyo fin en la vida es, al parecer, llevarle la contraria a sus padres y drogarse con su amiga del alma, y una dama solitaria con depresión crónica que lleva consigo la urna con las cenizas de su madre. Es la parte contratante.

La parte contratada es un gerente de hotel servicial y educado hasta límites injustificados, una encargada del spa que soportará la inclemente frivolidad de la dama depresiva y unos camareros que, como diría Bret Easton Ellis, son menos que cero. Mike White, su creador, guionista y director, tiene la suficiente habilidad para rebajar las previsibles tensiones con un toque de humor. Los insoportables multimillonarios también sufren e incluso los sirvientes disfrutan de algunos momentos placenteros. Pero la vida es dura: los ricos se van al cabo de unos días, los pobres se quedan y preparan sus sonrisas para recibir al siguiente grupo de, imaginamos, prepotentes y neuróticos plutócratas.

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