Columna

Creencias

Lo de poseer una fe indestructible en algo debe de ser luminoso y consolador en el camino hacia la muerte. ¿En qué creo yo?

Woody Allen en la película 'Casino Royale'.Roger-Viollet / Cordon Press

Debe de ser luminoso y consolador lo de poseer creencias, muchas o pocas aunque indestructibles, algo que te arrulla, dona fuerza, emociona, hasta el viaje definitivo al cementerio. Algunas creencias se desgastan o desaparecen, pero aquellos que las necesitan para respirar 13 veces por minuto encuentran otras nuevas. John Lennon afirmó en una canción prescindible que ya no creía en nada, incluidos los Beatles, excepto en su amada mujer, dama que siempre me provocó grima, llamada Yoko Ono....

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Debe de ser luminoso y consolador lo de poseer creencias, muchas o pocas aunque indestructibles, algo que te arrulla, dona fuerza, emociona, hasta el viaje definitivo al cementerio. Algunas creencias se desgastan o desaparecen, pero aquellos que las necesitan para respirar 13 veces por minuto encuentran otras nuevas. John Lennon afirmó en una canción prescindible que ya no creía en nada, incluidos los Beatles, excepto en su amada mujer, dama que siempre me provocó grima, llamada Yoko Ono. Pues vale, que disfrutara mogollón de su única e indestructible fe.

Woody Allen declaraba a través de uno de sus personajes que solo creía en el sexo y en la muerte. Sospecho que lo primero, debido a su vejez, lo tiene crudo para practicarlo, y lo segundo, ese asaltante implacable e inevitable, cada vez más cerca. Y existen algunos majaderos actuales, dedicados a esa cosita frecuentemente vergonzosa de la política, que piden a los creyentes, no ya que elijan entre el suave socialismo y la sagrada libertad, sino también entre el feroz comunismo y la ausencia de cadenas. En contraposición un trasnochado aunque fanático adorador de Marx asegura que la derecha es criminal. Y no veo yo a una declarada derechista como la necesaria Angela Merkel dedicando su existencia al crimen. Y ahí siguen los apocalípticos que tienen clarísimo dónde está el cielo y el infierno, cobrando puntualmente su envidiable sueldo.

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Hay otros creyentes que creen en los derechos sagrados de las monarquías. Jamás he entendido a qué se dedican o para qué sirve el dadaísta gremio de los reyes. Incluyo el cristo que se ha montado al revelar la guapa Meghan y su intrascendente marido que alguien de la familia real andaba mosqueado por si su futura criatura le salía negra. Pero mi desinterés o mi repulsión por los dueños de Gran Bretaña desaparece cuando la imaginación de los creadores de la modélica serie The Crown deciden hacerlos humanos, complejos y apasionantes. ¿Y en qué creo yo? Elemental, querido Watson. En el arte.

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