Contra el público se toca mejor
Tras el concierto de Año Nuevo, dudo. ¿Y si los espectáculos mejoran sin asistentes?
Suelo poner de fondo el concierto de Año Nuevo mientras leo, sin prestarle mucha atención hasta que toca dar palmas en familia. Este año me senté al sol de invierno y pasé páginas, pero tuve que cerrar el libro porque lo que salía de la tele era tan bueno que acaparaba toda mi atención. Qué concierto tan emocionante, qué preciosura, qué delicadeza. Al final aplaudimos en pie, agradecidos hasta el tuétano.
Las críticas coincidieron, no era una su...
Suelo poner de fondo el concierto de Año Nuevo mientras leo, sin prestarle mucha atención hasta que toca dar palmas en familia. Este año me senté al sol de invierno y pasé páginas, pero tuve que cerrar el libro porque lo que salía de la tele era tan bueno que acaparaba toda mi atención. Qué concierto tan emocionante, qué preciosura, qué delicadeza. Al final aplaudimos en pie, agradecidos hasta el tuétano.
Las críticas coincidieron, no era una sugestión familiar: el mejor concierto de Año Nuevo que se recuerda. La opinión común es que Riccardo Muti y la orquesta se sobrepusieron a las limitaciones y al vacío de las butacas. Mi impresión es la contraria: sospecho que fue la ausencia de público lo que permitió elevarse a los músicos.
Las artes escénicas no solo necesitan al público para que pase por taquilla y pague la fiesta, sino para que obre la comunión pagana que da sentido a la liturgia. No puede haber concierto sin espectadores, pero tras lo de Año Nuevo, dudo. ¿Y si los espectáculos mejoran sin público? ¿Y si el público había perdido la conciencia de sí mismo y se hacía notar demasiado y a destiempo? Sin millonarios ni famosetes con ansias de dar palmas, La marcha Radetzky mejoró una barbaridad.
Cuenta Orlando Figes en Los europeos que el siglo XIX fue el triunfo de los músicos y los actores sobre un público que iba al teatro a dejarse ver y a chafardear. Poco a poco, aquellos se ganaron el respeto del dizque respetable e impusieron códigos de silencio y compostura. Quizá en las últimas décadas ese público domesticado se había empezado a asilvestrar y a reclamar un protagonismo grosero. La platea vacía ha recordado quién merece reverencia y atención, quién oficia el rito y hacia dónde hay que enfocar las cámaras. Contra el público se toca mejor.