Columna

Nostalgias de los dos rombos

'The Vast of Night' ha sido mi magdalena de Proust. Casi puedo adivinar el instante en que van a aparecer los extraterrestres, y anticiparlo, en vez de fastidiarme la historia, la hace más hermosa

Tuve la suerte de vivir una infancia ochentera con unos padres que no hacían caso a los rombos de la tele (nota viejuna para millennials: antes de que existieran las hordas de tuiteros histéricos, un código de rombos señalaba qué pelis eran aptas para menores o no; dos rombos indicaban que el contenido era especialmente inmoral, violento y erótico, hecho que ignoraban todos los padres que no militaban en Acción Católica, sin que nadie los denunciase a los servicios sociales). Mis meninges sin formar se endurecieron con miles de horas de violencia y algo de sexo, por las cuales siempre e...

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Tuve la suerte de vivir una infancia ochentera con unos padres que no hacían caso a los rombos de la tele (nota viejuna para millennials: antes de que existieran las hordas de tuiteros histéricos, un código de rombos señalaba qué pelis eran aptas para menores o no; dos rombos indicaban que el contenido era especialmente inmoral, violento y erótico, hecho que ignoraban todos los padres que no militaban en Acción Católica, sin que nadie los denunciase a los servicios sociales). Mis meninges sin formar se endurecieron con miles de horas de violencia y algo de sexo, por las cuales siempre estaré agradecido.

Vi de pequeñín, a una edad muy inapropiada, The Twilight Zone, la película de Spielberg, Dante, Landis y Miller, y tuve muchas pesadillas con el cuento ‘Terror a 20.000 pies'. Tantas, que ya no pude dejar de ver episodios de la serie ni de leer los relatos de Richard Matheson, que escribió tantísimos guiones. Aquellos placeres formaron mi sensibilidad al tiempo que la destrozaron, pues en mi vida adulta apenas he encontrado nada que evoque esa inquietud, ese barniz sarcástico y esa eficacia elegante que tantísimo me enamoraron. Hasta hoy.

The Vast of Night (Amazon) ha sido mi magdalena de Proust. Desde el momento en que la cámara retrata ese pueblo de Nuevo México de los años cincuenta, y las sombras y las calles desiertas devienen heraldos de una amenaza invisible, siento que me hablan en un lenguaje muy familiar. Casi puedo adivinar el instante en que van a aparecer los extraterrestres, y anticiparlo, en vez de fastidiarme la historia, la hace más hermosa. El nombre del pueblo, Cayuga, es un guiño a la productora de Rod Serling, el creador de The Twilight Zone, así que no hay trampa posible: la peli es un homenaje masturbatorio para niños que veían la tele con dos rombos.

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