Columna

Pedro Sánchez refina el gusto de Pablo Iglesias

Me inquieta mucho que la pasión de los gobernantes por ‘Baron Noir’ se deba a una suerte de identificación con las felonías, chantajes y corrupciones que allí se narran

Una imagen de la segunda temporada de 'Baron Noir'.

Ha habido mucho cachondeo a cuenta del tuit en el que Pablo Iglesias agradecía a Pedro Sánchez que le recomendara la serie francesa Baron Noir (que a mí me recomendó Guillermo Altares, por cierto, mucho antes de que el vicepresidente segundo la descubriese). Mientras algunos se preguntan de dónde sacan tiempo los gobernantes para ver series, a otros nos enternece esta forma de dar a entender que Iglesias y Sánchez están a par...

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Ha habido mucho cachondeo a cuenta del tuit en el que Pablo Iglesias agradecía a Pedro Sánchez que le recomendara la serie francesa Baron Noir (que a mí me recomendó Guillermo Altares, por cierto, mucho antes de que el vicepresidente segundo la descubriese). Mientras algunos se preguntan de dónde sacan tiempo los gobernantes para ver series, a otros nos enternece esta forma de dar a entender que Iglesias y Sánchez están a partir un piñón en lo personal y, por tanto, también lo están en lo político. Parece un ejercicio de un curso de Introducción a la Comunicación Política.

Me gusta imaginar al presidente como Pigmalión del líder de Podemos, poniéndole deberes culturales para refinar su gusto y hacer de él un hombre de provecho, como Rex Harrison con Audrey Hepburn en Mayfair Lady. Tal vez consiga que a Iglesias deje de gustarle el rap y acabe abonándose a la temporada de ópera en el Real. De momento, Baron Noir es un salto cualitativo sobre Juego de tronos y House of cards, las series sobre las que predicaba hasta ahora, pero está lejos de ser la obra maestra que ha dicho que es, en un exceso de generosidad.

El protagonista es un señor clavadito a Luis Roldán que comparte con él, además de cara, la afición por meter la mano en la caja de caudales públicos. La trama es una lucha de poder entre facciones del Partido Socialista francés (en la era anterior a Macron, cuando los socialistas tenían poderes que disputarse), por lo que me inquieta mucho que la pasión de los gobernantes por ella se deba a una suerte de identificación con las felonías, chantajes y corrupciones que allí se narran.

Debería tranquilizarme que la pasión de Iglesias por Juego de tronos no ha desembocado en un ataque con dragones sobre Madrid, pero no deja de incomodarme que se deje fascinar siempre por relatos que presentan la política desde el maquiavelismo más cínico e irredimible. Es sano que los ciudadanos mantengamos una postura descreída y alerta hacia los tejemanejes políticos, pero de los miembros del Gobierno se espera un poco más de candor e idealismo, porque si aceptan la visión del poder que transmiten esas series, la única pregunta razonable es por qué diablos se postularon a sus cargos.

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