Columna

Gracias, Woody, por hacernos soportable todo eso

Woody Allen y otros a su sombra hicieron del chiste una forma de enfrentarse a la aspereza de la vida y nos enseñaron a tomarnos las cosas a guasa, que es la única manera cabal de vivir en serio

Woody Allen en San Sebastián en el verano de 2019, donde ha grabado la que será su próxima película, 'Rifkin's Festival'.Getty Images

Más que leer, galopo por las páginas de las memorias de Woody Allen, eufórico por reencontrarme con la neurosis, la inteligencia y la gracia del único mito de la cultura occidental que tiene forma de alfeñique, pese a que su influencia sea la de un Aristófanes. Ralentizo el trote en los pasajes donde la comedia se vuelve tragedia y me entristezco mucho al constatar otra vez el final oscuro que está teniendo una vida que ha iluminado tantísimas otras. Pero incluso ahí, su g...

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Más que leer, galopo por las páginas de las memorias de Woody Allen, eufórico por reencontrarme con la neurosis, la inteligencia y la gracia del único mito de la cultura occidental que tiene forma de alfeñique, pese a que su influencia sea la de un Aristófanes. Ralentizo el trote en los pasajes donde la comedia se vuelve tragedia y me entristezco mucho al constatar otra vez el final oscuro que está teniendo una vida que ha iluminado tantísimas otras. Pero incluso ahí, su genio de contador de historias consigue que todo tenga un sentido y la escandalera se explica como la consecuencia lógica de ser un panoli (sin recrearse en exceso en la autocompasión, algo que no le pegaría nada).

De su vida se desprende el aire olvidado de una generación que impuso el humor sobre lo solemne y derrotó al puritanismo con las armas de la frivolidad. Woody Allen y otros a su sombra hicieron del chiste una forma de enfrentarse a la aspereza de la vida y nos enseñaron a tomarnos las cosas a guasa, que es la única manera cabal de vivir en serio. Sin humor, todo esto es insoportable.

Los chistes hacen llevadera la insignificancia y recargan unas baterías que la realidad agota a diario. Por eso, para cambiar el mundo hay que ser serio. Ningún militante revolucionario ha sido humorista porque el humor es una claudicación, y por eso molesta e irrita tanto a los apóstoles y misioneros. La ofensa perpetua que muchos han adoptado como pose y seña de identidad se basa en un enorme y muy egocéntrico malentendido: quieren prohibir los chistes porque creen que son balas disparadas contra ellos y no conciben que apenas son un leve bálsamo que aplicamos a los días para llegar con ánimo a la mañana siguiente.

Ha sido reconfortante recordarlo en las páginas de estas memorias, que no mitigarán ni un poco el enfado del mundo ni quitarán una sola razón a los solemnes enfurecidos, pero hacen compañía a un puñado de alfeñiques. Y no creo que al arte se le pueda pedir mucho más.

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