De la Billie Ellish búlgara al 'trip hop’ belga: Qué países podrían haber ganado Eurovisión 2020 (y cuál no)
La organización de Eurovisión 2020 emitió un programa de televisión, sin puntos ni recuento ni triunfador, en la que cada ganador interpretaba su tema desde casa
Los fans, las votaciones, el escenario gigantesco, los estilismos imposibles, los vídeos de presentación de cada país -solo superados en su género por los interludios bucólico-turísticos de la retransmisión del Concierto de Año Nuevo en Viena- y ese prurito patriótico que se despierta cuando ves que el tema de tu país se hunde en la clasificación y, entonces, de golpe, ya no te parece tan flojo, te gusta hasta un poco, bastante más que otros que le sacan 50 puntos. Si le quitas todo esto a Eurovisión, ¿qué te queda? Las canciones.
Como este año la gala no se ha celebrado por motivos que...
Los fans, las votaciones, el escenario gigantesco, los estilismos imposibles, los vídeos de presentación de cada país -solo superados en su género por los interludios bucólico-turísticos de la retransmisión del Concierto de Año Nuevo en Viena- y ese prurito patriótico que se despierta cuando ves que el tema de tu país se hunde en la clasificación y, entonces, de golpe, ya no te parece tan flojo, te gusta hasta un poco, bastante más que otros que le sacan 50 puntos. Si le quitas todo esto a Eurovisión, ¿qué te queda? Las canciones.
Como este año la gala no se ha celebrado por motivos que, menos en Nuñez de Balboa, ya son conocidos por todos, las organización decidió, en un movimiento altamente arriscado, hacer un programa de televisión solo con las interpretaciones, cada uno desde casa. Un resultado es que quedó eso: las canciones. Enfrentarse a estos temas sin la protección del confeti, las banderitas, las lentejuelas y la ropa tres tallas menor de lo recomendado por cualquier especialista cardiovascular, es algo que esperamos no tener que volver a hacer. No solo por la pandemia, sino porque, sin envoltorio, escuchar estos temas te hace reparar en muchas cosas -ninguna positiva- que se te podrían pasar desapercibidas en la gala.
La favorita, y también uno de los pocas temas que no parecen haber sido creados por un robot que no pasó la última ITV y fue retirado de circulación y destinado a tareas de pensar poco, era la representante búlgara, Tears getting sober, interpretada por Victoria. El corte tiene un mérito más que considerable. No porque sea especialmente brillante -es más que correcto, casi bueno-, sino porque cumple con todos los tics que se repiten en un 80% de las canciones presentadas este año, y aun así logra elevarse por encima de todas ellas. Si estas composiciones son un barómetro fiable de lo que sucede en Eutropa ahora mismo, podemos afirmar que casi todos los hogares del continente albergan un piano, el disco de Billie Eilish, una esterilla para hacer yoga y un corazón roto. Victoria vence gracias una melodía adhesiva y una producción cuya mayor virtud es la timidez
Un peldaño por debajo andaba la representante rumana. Alcohol you, de Roxen, es otra balada de piano aderezada con ligeros toques de electrónica y muchas cuerdas sintéticas. Funciona. Tras ella, en el podio se colaría Grow, el tema presentado por Países Bajos e interpretado por Jeangu Macrooy. Otra balada, claro. Esta, sin ninguna ambición por sonar contemporánea. Empieza contando como principal valor el no molestar y termina colocándose en un sitio intermedio e indeterminado entre los Beatles y Take That. Perfecta para los títulos de créditos de alguna comedia de amor y serendipia.
Por detrás de la búlgara Victoria, las casas de apuestas colocaban a Lituania, país que prestaba On fire de The Roop. Suponemos que esta canción ejemplifica la idea de música de chiringuito que se tiene en el mar Báltico. Otra firme candidata era la suiza. Répondez-moi, de Gjon’s Tears. Su mayor mérito: estar cantada en francés, cuando incluso el tema presentado por Francia (¡por Francia!) llega con el estribillo en inglés (¡en ingles!). Por lo demás, es más o menos lo mismo que hacen Bulgaria o Rumanía, pero en pelín pasado de intensidad. Las otras dos favoritas eran incluso peores.
Rusia (Little big, de Uno) enloquece y crea un híbrido entre ritmos caribeños y eurobeat a lo Acqua que es un horror, pero representa la actual realidad del país del que procede mejor que ninguna. Mientras, Italia hace de Italia y nos da una de piano emocionada y dolorida que se empeña más en gustarse que en gustar. Es como el intento de alguien de seducir a una chica y terminar robándole el corazón a la madre de esta.
La recuperación de un grupo clásico en horas bajas para el certamen ha corrido a cargo este año de Bélgica, que presetaban a Hooverphonic, banda de los noventa adscrita a la facción más amable del trip hop. El combo sigue igual que siempre: ni gusta, ni disgusta. Por su parte, el tema loco, aquel que realmente podía hacerte cambiar de opinión al ver la actuación era el de Azerbaiján, que a los códigos imperantes de piano y ruiditos amables, añadía un toque de teatralidad, colocando su Cleopatra en una órbita cercana a la Madonna de Madame X.
Y claro, al final, España. El tema de Blas Cantó, Universo, ocupaba el puesto 30 en las apuestas. Su mayor mérito, escuchados los demás -esto, o lo calibras por comparación o se te escurre de las manos- era estar totalmente desconectado de las tendencias imperantes. La balada susurrante y clásica -la italiana es casi glitch house comparada con la española- parece ser ya una cosa exclusivamente nuestra. Nos hace únicos. No de la misma forma que lo lo hacen el jamón o Andrés Iniesta, pero algo es algo, en un certamen que se ha convertido en la representación musical de aquello de ir de turismo a Praga y terminar comprando en un Zara.