Columna

Maradona y la nostalgia del fútbol canalla

Un documental recuerda el paso del genio por el Barcelona, cuando tenía que driblar entre hachazos. Hoy las estrellas se cuidan y son cuidadas por el bien del negocio

Maradona, con Agustín y Juan José antes de marcar un recordado gol al Real Madrid, el 26 de junio de 1983.Raúl Cancio

Hay hambre de fútbol en el aficionado y una industria ansiosa por volver a hacer caja, aunque sea con la grada vacía. Las televisiones entretienen la espera con viejos partidos enlatados, que te devuelven a los ídolos de cuando eras chaval. Pero la emoción del directo no admite réplica. Puedo disfrutar la volea de Zidane en Glasgow muchas veces, solo una me l...

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Hay hambre de fútbol en el aficionado y una industria ansiosa por volver a hacer caja, aunque sea con la grada vacía. Las televisiones entretienen la espera con viejos partidos enlatados, que te devuelven a los ídolos de cuando eras chaval. Pero la emoción del directo no admite réplica. Puedo disfrutar la volea de Zidane en Glasgow muchas veces, solo una me levantó del asiento.

El documental Fútbol Club Maradona (en Movistar +) revive la locura que desató El Pelusa a su paso por el Barcelona en los primeros ochenta. El genio dejó momentos inolvidables, como ese regate a Juan José sobre la línea de gol, pero también dos bajas prolongadas (una presunta hepatitis y la lesión que le causó Goikoetxea) y, a punto de irse, una pelea de artes marciales tras la final de Copa perdida ante el Athletic.

Los jóvenes no saben cómo de bronco era el fútbol de esos años. Maradona driblaba eludiendo los hachazos. Tras dos años de azulgrana, triunfó en el Nápoles y con Argentina, y aún tenía chispa en plena autodestrucción. El que jugó en el Sevilla ya solo era su sombra.

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Para muchos chicos de entonces, que no conocimos a Pelé ni a Di Stéfano, nadie ha igualado al mejor Maradona. Asumo que Messi está por delante en productividad: regularidad, títulos, estadísticas. Hoy las estrellas se cuidan y son cuidadas por el bien del negocio. Aplaudo que sea así, pero he visto la magia sobre aquel césped pisoteado por canallas.

El fútbol tiene prisa. No sabemos cuándo volverá a rodar el balón, sí que lo hará en silencio. La grada de Liverpool no cantará You’ll Never Walk Alone como en el último partidazo que nos dejaron ver. Y no estará Michael Robinson para comentarlo con su habitual buen humor. La memoria de los futboleros también tiene un sitio para él.

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