La historia de una acuarela de ida y vuelta entre España y Argentina
La lectora pintó a una anciana que vio en la prensa y, por casualidades de Instagram y esfuerzos anónimos, su retrato cuelga hoy en el cuarto de la mujer
EL PAÍS publica una selección de las historias personales enviadas por los lectores sobre la pandemia. Cientos han respondido con sus relatos y experiencias a la invitación de la redacción.
Es primavera en estado de alarma y pasar la cuarentena en casa me motiva a desempolvar la caja de acuarelas en pastilla. Desde la retaguardia, decido pintar a la gente sanitaria que está luchando en el primer frente de la batalla contra el coronavirus.
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EL PAÍS publica una selección de las historias personales enviadas por los lectores sobre la pandemia. Cientos han respondido con sus relatos y experiencias a la invitación de la redacción.
Es primavera en estado de alarma y pasar la cuarentena en casa me motiva a desempolvar la caja de acuarelas en pastilla. Desde la retaguardia, decido pintar a la gente sanitaria que está luchando en el primer frente de la batalla contra el coronavirus.
Cada día busco una imagen que me llame la atención para plasmarla en el papel. Me encuentro con fotografías muy agradables de color debido a lo llamativos que son los EPI que utilizan los sanitarios como protección. El verde esmeralda es el tono que prima en ellas. Curiosa metáfora, pues siempre hemos asociado el color verde a la esperanza.
No domino la técnica de la acuarela, pero esta época de mirarse a los ojos facilita el trabajo. Me resulta más sencillo dibujar una mascarilla que una mueca.
Desconfiada y esperanzada a partes iguales de que las acuarelas lleguen a ser vistas por las personas pintadas, las voy subiendo a Instagram y las etiqueto con el nombre de usuario del sanitario protagonista. Cuál es mi sorpresa al recibir mensajes donde me cuentan la ilusión que les hace verse reflejados en el papel. “Mañana iré a la guardia con más fuerza y ganas”, me escribe una enfermera. Estos mensajes son monedas con las que mis acuarelas quedan abonadas. Así pues, decido pedirles una dirección postal para enviárselas.
Las mañanas las dedico a pintar, por las tardes leo y cada quince días cocino un bizcocho de manzana, no para celebrar las prórrogas del estado de alarma, sino para hacerlas más llevaderas.
Continúo la búsqueda de imágenes y encuentro el artículo de un periódico donde se divulga que una mujer de 96 años está cosiendo voluntariamente barbijos. Imagino qué es lo que cose por el contexto de la noticia, pero quiero que el diccionario me lo confirme. Una vez más me queda patente la riqueza de nuestro idioma, el vocablo barbijo es utilizado en Argentina para nombrar a las mascarillas.
“¿Por qué no pintar también a Telma?”, me pregunto. En la imagen que me dispongo a dibujar, se ve a la señora, lápiz y cinta métrica en mano, rayando sobre una tela de color verde esmeralda que se convertirá en decenas de barbijos.
Finalizada la acuarela y fantaseando con la idea de que la dibujada la vea algún día, la subo a Instagram etiquetando al periódico donde encontré la noticia, @diarioel9dejulio. No obstante, curioseo antes por Internet y me sorprende saber que 9 de julio no es solo un día de verano y un periódico argentino, sino que también se trata de una localidad de la provincia de Buenos Aires. Allí vive Telma.
Al día siguiente, a media tarde —finalizándose la mañana en Argentina— recibo el mensaje de una periodista julionuevense donde me pide, de manera extremadamente afable, que le cuente todo sobre la acuarela. Quiere redactar una nota de prensa cuanto antes. Algo sorprendida, le narro lo que hasta ahora habéis podido leer y me hace confiar un poco más en que la acuarela llegará a Telma.
No pasan un par de días, cuando recibo un enlace a la noticia con el titular Pintando a Telma desde España. La leo emocionada sin conseguir que los pelos de punta vuelvan a su estado original durante varios segundos; segundos que se tornarán minutos al recibir también noticias de Roxana, la chica que vive con Telma, la chica que la retrató. Gracias a la publicación del diario, encontró mi contacto en la red social y no dudó un instante en escribirme.
Roxana me anuncia lo mucho que se ha emocionado Telma cuando ha visto la acuarela. Nuestra conversación es un continuo intercambio de agradecimientos. Le pido una dirección postal, me la anota y escribe literalmente: “Ella era mi vecina. Vivía solita en un ranchito de barro. La trajimos a vivir a casa. Hoy tiene una familia que la ama.Tu acuarela tocó mi corazón, se la colgaré en su cuarto”.
Preparo un paquete donde salvaguardo la acuarela para enviársela a Telma y, antes de ir a la oficina de correos, me anoto que he de comprar una pastilla de color verde esmeralda.
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