Lo que cuentan los alimentos básicos y los envases que sirven para su comercialización

‘Briks’, latas o botellas cumplen la función de conservar, distribuir y racionar el producto y aportan información sobre los hábitos y las costumbres imperantes en esos países en los que se venden

Un botella de plástico, formato en el que se comercializa la leche en el Reino Unido, y un brik.

Es raro que no existan visitas guiadas para turistas en los supermercados. Pocos lugares resumen tan bien las costumbres y gustos de la población local, objetivo de los que se hacen llamar visitantes. La leche, a la venta en cualquier tienda de comestibles, dice mucho. A tenor de cómo se presenta, la del Reino Unido parece un producto muy diferente a la de España. En estas islas del noroeste de Europa se vende refrigerada, en una botella con asa de polietileno (un plástico simple y barato de producir), por pintas -una unidad de volumen equivalente a 0,57 litros, no una cerveza en vaso grande- ...

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Es raro que no existan visitas guiadas para turistas en los supermercados. Pocos lugares resumen tan bien las costumbres y gustos de la población local, objetivo de los que se hacen llamar visitantes. La leche, a la venta en cualquier tienda de comestibles, dice mucho. A tenor de cómo se presenta, la del Reino Unido parece un producto muy diferente a la de España. En estas islas del noroeste de Europa se vende refrigerada, en una botella con asa de polietileno (un plástico simple y barato de producir), por pintas -una unidad de volumen equivalente a 0,57 litros, no una cerveza en vaso grande- y caduca en menos de una semana. La mayoría de productores españoles la envasan en briks, sometida a un proceso de uperización (se calienta a 150 grados durante un segundo para destruir los microorganismos) que extiende su fecha de caducidad hasta los tres o cuatro meses. Aspectos socioeconómicos y culturales se encierran en un tipo u otro de envase.

Jorge Serrano, gerente de Empresas y Ecodiseño en Ecoembes, se traslada medio siglo atrás para aportar un primer argumento: “La cadena de distribución del Reino Unido estaba muy desarrollada ya en los sesenta, lo que permitía transportar en buenas condiciones leche fresca con una fecha de caducidad de tres a cinco días”. Y añade: “En España resultaba sin embargo más conveniente vender leche uperizada”. La fresca se somete a un tratamiento térmico más leve que la uperización y suele preferirse para hacer arroz con leche. Por tradición se ha mantenido tal cual. Varias generaciones de españoles solo han conocido la leche uperizada en brik.

El tipo de leche determina el envase más apropiado para comercializarla. La garrafa con asa traslúcida de polietileno de una, dos, cuatro o seis pintas no impide que pase la luz ni frena la entrada de oxígeno, dos elementos que aceleran la degradación. Serrano justifica no obstante el uso de este envase de plástico. “Para ciclos de distribución cortos (de 3 a 5 días) y si el producto se refrigera, las prestaciones de conservación son suficientes para asegurar que la leche está fresca dentro de los límites de caducidad”. La leche en España se comercializa en brik porque este invento sueco de 1963 permite uperizarla ya envasada. Se eliminan los microorganismos ya dentro en su envase de comercialización sin tener que traspasarlo a otro recipiente con el consiguiente riesgo de contaminación. El vidrio, por señalar otro material, no deja pasar el calor necesario para esterilizar la leche o cualquier otro líquido al que se le quiere alargar la vida.

Serrano añade otra explicación fundamentada en los hábitos que adquieren los consumidores en función de si residen en un país o en otro. “La leche se podría envasar en una lata pero el cliente tendría que mirarlo más veces en el supermercado, se necesitarían más segundos para convencerle de la compra. En un brik lo entiende a la primera”. El consumidor se detendría delante de la lata y buscaría información en la etiqueta, se sorprendería. En España resulta por lo tanto más común hablar de un cartón de leche y no de una botella, aunque haya alguna marca que la comercializa en este último formato. Conviene recordar que el brik, fabricado con plástico, aluminio y papel es un envase reciclable y se deposita en el contenedor amarillo, no en el azul. Cada ciudadano separó 17,1 kilos de envases de plástico, latas y briks en el contenedor amarillo el año pasado, según Ecoembes.

La lechuga, en un tarro

La fecha de caducidad supone un punto de tensión en la cadena de suministro. El minorista le pide al distribuidor o productor que los alimentos duren más para no tener que retirarlos del lineal y que se conviertan en desperdicio alimentario. Pero estos productores tienden a ser conservadores con la fecha de caducidad y suelen dejar un margen de tolerancia para reducir al máximo las posibilidades de envenenamiento. “Resulta imposible predecir la fecha de caducidad con precisión germánica. Aquí los envases juegan un papel fundamental”, razona Serrano, asesor técnico. “Pero se trata de buscar un equilibrio. No vas a meter una lechuga en un tarro de vidrio aunque aguante más fresca”, señala este licenciado en Ciencias Ambientales como ejemplo extremo. El sector de la alimentación se mueve en márgenes pequeños y ha de seleccionar los envases con tino.

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Cada material tiene ventajas e inconvenientes. Los metálicos y los plásticos como las latas y botellas, que se han de depositar en el contenedor amarillo para su posterior reciclaje, son óptimos para almacenar líquidos. El papel, que permite una gran variedad de formas y tamaños con muy poco material, no es apto por sí solo para contener líquidos.

Sin entrar en el diseño exterior de los envases, existen otras mejoras que facilitan la comercialización de un producto. Las esponjas que se hallan en las bandejas de carne absorben el agua que suelta el alimento con el paso del tiempo, un líquido muy apetecible para los microorganismos, y esto consigue alargar la caducidad. Estas planchas blancas se depositan en el contenedor amarillo. Las habituales bandejas de corcho blanco, también. Los recipientes biodegradables, cada vez más presentes en los supermercados, van al contenedor marrón.

La finura de una lata

Jorge Serrano, experto en ecodiseño, asegura que el peso de los envases ha disminuido un 20% en las últimas dos décadas, lo que redunda en un ahorro de materia prima y una rebaja de emisiones contaminantes en el transporte. “Antes uno se subía a una lata vacía y no se rompía. Ahora se chafa”. Acto seguido explica por qué aun así son igual de resistentes. La presión que ejerce el gas que contienen estas bebidas aporta solidez al envase. Otros refrescos no carbonatados incorporan una gota de nitrógeno líquido que se convierte en gas para desempeñar esta misma función.

Serrano, que asesora a empresas en el diseño de los envases y define estrategias, afirma que “el aligeramiento de los envases no va a ser ad aeternum” y pone el foco en la reciclabilidad de los materiales, un concepto que alude a la probabilidad de recuperar un envase y al número de aplicaciones que tiene ese material. Algunos de los elementos recuperados tienen mucho mercado y otros son más específicos. Los esfuerzos van encaminados a estimular nuevas aplicaciones de todos ellos. Por el momento, el plástico de las botellas sirve para hacer nuevas botellas, el cartón de las cajas para hacer nuevas cajas, con los metales de las latas pueden fabricarse incluso componentes para aviones.

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