Un estudio pone cifras al estigma cotidiano de los piojos: el 30% de los escolares los contrae al menos una vez al año
La investigación muestra la elevada incidencia de estos parásitos, apunta a qué factores influyen en el contagio y ayuda a desmontar mitos que dificultan la erradicación
El ser humano y los piojos llevan tantos milenios evolucionando juntos que el primero, el hospedador, ha acabado por prestar su nombre al parásito para bautizarlo científicamente como Pediculus humanus, una forma de mostrar que ya no es capaz de sobrevivir sobre ninguna otra especie. Pese a ello, y a la presencia casi constante del insecto en centros educativos y algunos hogares —especialmente si hay niños—, la literatura científica es escasa y poco robusta a la hora de dimensionar con precisión el impacto real que tiene esta parasitación para la sociedad.
Algunos expertos y estudios apuntan a que las resistencias a los tratamientos más utilizados, como las permetrinas, han hecho crecer el número de casos en las últimas décadas, aunque como ocurre con la sarna este no es un debate cerrado. “Y no hay trabajos concluyentes sobre la incidencia de la pediculosis [nombre que recibe esta parasitosis], en gran medida porque el estigma que rodea a los piojos dificulta las investigaciones. Los datos epidemiológicos a nivel mundial son muy dispares, dependen mucho de los grupos estudiados, los entornos... Los resultados forman un mosaico que impide sacar conclusiones fiables”, escribe Adela Valero, catedrática de Parasitología en la Universidad de Valencia y miembro del Consorcio de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Infecciosas (Ciberinfec).
Un equipo participado por esta investigadora, financiado con fondos del Ministerio de Sanidad y la Unión Europea, y en el que participa el Instituto de Salud Carlos III (ISCIII), se ha propuesto poner datos validados científicamente a un problema que cada año afecta a millones de familias solo en España. Los primeros resultados disponibles, un avance de los cuales fueron presentados en el congreso de la Sociedad Española de Parasitología (SOCEPA) celebrado en septiembre en Sevilla, revelan que el 30,4% de los niños estudiados —escolares de 6 y 7 años de colegios de Valencia— habían sufrido al menos una infestación durante el último año.
El estudio no se ha librado de las dificultades que rodean a las investigaciones sobre los piojos. “Pese al apoyo que teníamos de la Generalitat Valenciana e instituciones de prestigio, muchos centros escolares y familias rechazaron participar. Hicimos un gran esfuerzo, pero los niveles de respuesta fueron muy bajos”, lamenta María Morales Suárez-Varela, epidemióloga del Consorcio de Investigación Biomédica en Red de Epidemiología y Salud Pública (CIBERESP) que ha coliderado el estudio junto a Adela Valero.
Finalmente fueron siete los colegios y 227 los menores estudiados, lo que “hace pensar que el porcentaje real es mayor, ya que suelen tener más recelos en participar quienes más sufren el problema”, añade Morales Suárez-Varela. Incluso teniendo esto en cuenta, los autores consideran que “los resultados son relevantes, un dato a partir del cual podrán avanzar en las investigaciones y, muy probablemente, extrapolables al resto de España”.
Aunque pueda sorprender, no hay otras investigaciones recientes realizadas desde la academia o el sistema sanitario que dimensionen el problema. Las referencias de los artículos publicados remiten a trabajos antiguos y de reducido tamaño, un vacío de datos que ha sido ocupado por estudios del sector farmacéutico. La compañía Cinfa, que vende varios productos contra los piojos bajo la marca Goibi, publicó en 2022 el Estudio CinfaSalud sobre la pediculosis, basado en una encuesta online en la que participaron 3.072 familias con 4.204 niños. De ellos, el 50,7% había sufrido alguna infestación en los tres años previos a la pandemia.
“Los piojos están presentes durante todo el año, pero por nuestras ventas observamos cierta estacionalidad. Hay un primer pico que va de julio a octubre, coincidiendo con la vuelta al colegio y en el que algunas farmacias anticipan las compras como previsión, y un segundo en invierno, tras las Navidades”, cuenta Julio Maset, director científico de Cinfa.
Piojos que saltan y otros mitos
El estudio liderado por Adela Valero ha detectado varias características que facilitan la infestación en algunas personas, aunque todas ellas están relacionadas con el factor clave: el contacto directo pelo a pelo. “Hay mucho mito sobre los piojos y hay que acabar con ellos porque solo podremos tener éxito frente al problema si entendemos bien cómo se transmiten y cómo es su ciclo vital”, cuenta esta experta.
Los piojos, por ejemplo, “no saltan, no tienen el tercer par de patas posteriores desarrolladas de las pulgas”. Tampoco nadan, así que las piscinas no se contaminan ni son foco de contagios. Y, por último, “el que hace más daño, porque hay personas a las que aún les da vergüenza contar que ellas o sus hijos tienen piojos, es el de la higiene, porque da igual que te laves mucho o poco la cabeza, puedes coger piojos igual, y cuanto más tardes en avisar, más posibilidades de transmisión habrá en tu entorno”, sigue Valero.
Dos personas con el pelo largo y suelto, jugando o mirando la tele en el sofá, y las melenas entrelazándose. Esta sería la escena perfecta para que un piojo colonice una nueva cabeza. Es por ello que, según el estudio, los parásitos suelen ser más frecuentes entre niñas, en hogares con más miembros y donde ya ha habido una infestación previa. También, como en tantas otras cuestiones de salud, influye la educación de los padres, ya que esto está relacionado con una “mejor posición socioeconómica, hogares más grandes y menos hacinados, y mayor tiempo y medios para el cuidado”, detalla Morales Suárez-Varela.
Pero al final, insiste Valero, “todo pasa por el contacto directo”. Esto explica, por ejemplo, que llevar el pelo recogido y corto haga menos probable una infestación, pero no la impida porque “influyen variables como la personalidad de los menores, los hábitos de juego, si físicamente se acercan más o menos, los amigos, el sistema inmunitario...”. Esto explica que incluso dos hermanos que vayan al mismo colegio pueden verse afectados de forma muy distinta por el parásito.
La vida de un piojo es corta, de unas cuatro semanas, y entender bien su ciclo vital es la mejor forma de combatirlo. “Lo primero es la vigilancia”, insisten todas las fuentes consultadas. Hay que revisar el pelo de los niños con regularidad y actuar rápido si llega un aviso por la presencia de piojos en el entorno. Si no se detectan ejemplares adultos, “no deben utilizarse los tratamientos como prevención, que es un error muy frecuente, porque no sirven”, cuenta Maset. Sí pueden usarse en estos casos repelentes como los elaborados en base al árbol del té, aunque no todos los estudios coinciden en su efectividad.
Si se detectan ejemplares adultos, es el momento de utilizar los tratamientos hechos con insecticidas —la permetrina es el más habitual, aunque hay otros— o siliconas, que forman una película que ahoga al piojo. Aunque son eficaces, los expertos insisten en que siempre hay que cumplir las instrucciones y asesorarse con profesionales como los farmacéuticos. “Muchas veces se dice que los tratamientos no funcionan, pero en realidad es que no se usan correctamente. Y esto hace que el problema se vaya repitiendo cíclicamente”, cuenta Blanca Gonzalez Herrero, vocal de dermofarmacia del Colegio de Farmacéuticos de A Coruña.
Otro factor a tener en cuenta es que los tratamientos no siempre eliminan los huevos. ”Los piojos ponen las liendres en la base del pelo y los fijan con una sustancia muy resistente. Por ello, tras administrar el tratamiento, debe pasarse la liendrera [un peine con unas púas muy finas y muy juntas] repetidamente para retirar piojos muertos y liendres”, añade esta farmacéutica, autora de un protocolo para hacer frente a la pediculosis. Mojar el pelo con vinagre diluido en agua puede ayudar en este proceso ya que la acidez debilita ese cemento.
Una recomendación en la que insisten los expertos es no utilizar el secador tras el tratamiento, ya que el calor resta efectividad al insecticida que permanece en el cabello, que debe eliminar a los piojos que en forma de ninfas nazcan de las liendres que han quedado sin retirar. Y, para asegurar resultados —siempre siguiendo las instrucciones del producto— puede ser necesaria una segunda aplicación del tratamiento siete o diez días después de la primera.
Otra opción, cuenta Valero, son los llamados “tratamientos mecánicos”, consistentes en buscar y retirar uno a uno los piojos y liendres sin usar otros productos. “Puede funcionar, pero hay que hacerlo muy muy bien. Lo ideal, pienso, es hacer actuar en cada paso con las herramientas disponibles, ya sean químicas, mecánicas o sociales, como puede ser evitar el contacto estreho con otras personas hasta haber hecho el tratamiento”, resume esta experta.
Según la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), que en los últimos años ha publicado dos trabajos sobre tratamientos y repelentes contra los piojos, “los más eficaces, según la literatura científica, son los tratamientos con insecticidas a base de permetrina, que además son relativamente rápidos de aplicar (entre 10 y 15 minutos) y baratos (a partir de siete euros), aunque en ocasiones pueden causar irritaciones o reacciones alérgicas, y no deben usarse en menores de dos años”, explica un portavoz de la OCU.
Las resistencias a insecticidas como las permetrinas que hayan podido desarrollar los piojos son un gran debate abierto en el que hay pocas respuestas concluyentes, admiten los investigadores. “Resulta muy difícil saber si el tratamiento es ineficaz o lo que ocurre es que está siendo mal utilizado. Pero es cierto que investigaciones en Estados Unidos han detectado mutaciones en genes que están asociadas a resistencias. Y se ha visto que, cuando estas mutaciones están presentes, parece aumentar la incidencia. Pero este es un terreno en el que aún debemos seguir investigando más”, concluye Valero.