Si la historia de Javier y Rafa te ha hecho pensar y tú también quieres ayudar a esta causa para cambiar el mundo
En Berlín hay un pequeño callejón, el Dead Chicken Alley, que permanece congelado desde hace más de 30 años, rodeado de comercios de lujo y restaurantes de comida rápida, pero a salvo de la presión inmobiliaria. Aïda Gómez, una artista urbana madrileña afincada en la capital alemana y que organiza tours por el Berlin-Mitte cuenta que, cuando todavía estaba prohibido pintar las paredes de la antigua zona comunista, un grupo de jóvenes artistas, los llamados Dead Chickens, alquilaron el pequeño espacio en la Haus Schwarzenberg para poder expresar con espray las emociones de pertenecer a una ciudad liberada. El lugar pasó de ser un mero tapiz político y social a convertirse en un refugio para estimular la libertad artística y la convivencia vecinal, para fomentar la regulación contra un urbanismo desenfrenado y para sanar una ciudad dividida por la Guerra Fría. Hoy todavía resiste, y en sus paredes vivas habitan miles de grafitis que han ido acumulándose unos encima de otros al mismo ritmo que las nuevas polémicas sustituyen inquietudes pasadas.
Si sus grafitis estaban contribuyendo a sanar heridas de guerra, como ocurrió en Berlín, ¿por qué no iban a servir también para cohesionar la convivencia de este pequeño pueblo?
A más de 2.000 kilómetros, en Fanzara, un pequeño pueblo de 281 habitantes de Castellón, los grafitis también cuentan historias en cientos de medianeras. Uno de ellos es una gigantesca sopa de letras sin resolver que invita a encontrar palabras para que cada cual pueda construir su propia historia. La autora es también Aïda Gómez. La artista vino desde Berlín para participar en 2014 en el Festival MIAU de Fanzara, un espacio vivo que, como el Dead Chicken Alley, trata de usar el arte como instrumento de expresión artística, de conciliación vecinal, autogestión y de salvaguarda de la estructura urbana en tiempos de crisis.
En Fanzara también se levantó en su día un muro de silencio que dividió al pueblo. En 2005 se planteó la construcción de un vertedero de residuos tóxicos en las afueras de la localidad. La mitad del pueblo lo apoyaba, pensando en la economía; la otra mitad se oponía, pensando en los daños medioambientales. Muchos vecinos dejaron de hablarse e incluso algunos llegaron a dejar de pasar por determinadas calles, como en el Berlín de los años 60. Fue un momento complicado de tensiones y silencios.
Pintura en espray, pegamento social
Javier López y Rafa Gascó, dos vecinos de Fanzara, decidieron que la única manera de salir de esta crisis era iniciar un proyecto de todos y para todos, facilitando espacios y herramientas para volver a construir el mermado sentimiento de comunidad. Se propusieron traer el arte urbano al contexto rural; el elemento aglutinador serían las pinturas y espráis de artistas invitados procedentes de todo el mundo quienes, además de decorar las fachadas, servirían como canal para volver a construir el diálogo conviviendo con los paisanos. “Creíamos que intentar juntar a dos personas que se llevan mal así porque sí iba a ser muy complicado. Recurrimos a los artistas un poco como conejillos de Indias e intentamos que actuaran como un intermediario entre los vecinos”, explica Javier. El plan inicial era incorporar, poco a poco, obras para crear la colección de un museo que susurrara convivencia pero, en lugar de un proceso gradual, Fanzara vivió un estallido de creatividad que dinamitó aquel muro del silencio.
Bajo el lema Tomar y hacer, en lugar de pedir y esperar, Rafa y Javier se liaron la manta a la cabeza y, tras conseguir la aprobación de los vecinos para poner en marcha su “experimento”, presentaron la idea al artista Miguel Abellán Pincho. Tanto él como el artista Saba acababan de volver de Bosnia, donde también habían acometido la misión de fortalecer los lazos de una sociedad aún dividida. Si sus grafitis estaban contribuyendo a sanar heridas de guerra, ¿por qué no iban a servir también para cohesionar la convivencia de este pequeño pueblo?
En unas semanas, ya había 21 artistas dispuestos a visitar el pueblo para derribar las barreras impuestas por el desencuentro. Al inicio de aquella primera edición solo contaban con cinco paredes cedidas por el Ayuntamiento y otras cinco por parte de los vecinos, pero cuando los artistas empezaron a cubrir con color el blanco de los muros, apareció la magia: “Los vecinos veían lo que estaban pintando y mucha gente decía: ‘A mí no me importaría que también pintaran mi pared'”. En tan solo cuatro días, los 21 artistas invitados acabaron realizando 44 intervenciones. Dicen que no saben si fue una casualidad o una causalidad, pero consiguieron que Fanzara pasara de ser un pueblo dividido a convertirse en un Museo Inacabado de Arte Urbano del que ahora todos forman parte con visible orgullo.
Más allá de los muros
Aquel verano de 2014 Fanzara se llenó de grafiteros, pero también de danza, de talleres y, sobre todo, de reuniones entre vecinos alrededor de una expresión artística compartida. El arte no estaba solo en los muros: “Se acercan al pueblo disciplinas a las que normalmente no se tiene acceso desde el mundo rural”, nos recuerdan los creadores de MIAU. Comenzaba un ritual que se ha repetido cada año desde entonces: “La primera noche del festival se hace una cena de hermandad, donde cada vecino cocina y saca la comida a la calle para cenar todos juntos y ahora todos los artistas se alojan en casa de los vecinos, lo que ha ayudado mucho a que se genere esa convivencia”, indica Rafa.
Fanzara se ha convertido en el epítome de un manual de autogestión. En este intercambio, donde unos ceden una pared o su hogar y otros comparten su talento, es donde los paisanos empezaron a olvidar sus diferencias, sustituyendo la tensión por una recuperación de la memoria y el orgullo. José Páez Redón, uno de los vecinos, cuenta que al principio se tomaba la iniciativa “un poco a cachondeo”, pero una vez que ha visto “la gente que viene, la armonía que hay entre ellos y entre nosotros”, le encanta que llegue el mes de julio. Jamás imaginó que un grafiti pudiera llegar a gustarle, pero un alienígena creado por el artista Deih (listado entre los 20 mejores del mundo en 2014), pasó a ser su favorito y considera que MIAU se ha convertido en “una fiesta mejor que la Fiesta Mayor”.
Artistas y lugareños han creado juntos un lugar de transmisión de valores donde brilla la convivencia intergeneracional y, como indica Rafa, “la mentalidad de la gente se está abriendo y se ha recuperado el valor de la hospitalidad”. Además, mientras en las grandes ciudades el arte urbano se relaciona con procesos de gentrificación, en zonas despobladas como Fanzara ha demostrado ser una herramienta para atraer el turismo y, por lo tanto, dinamizar la economía, expandiendo el valor de la convivencia y los encuentros a los confines del pueblo.
Cultura y colectividad para afrontar las crisis
En Fanzara aprendimos que el arte puede ser una valiosa herramienta de transformación social para volver a unir a personas, crear conversaciones y fortalecer relaciones mediante el apoyo y la gestión colectiva. Y es posible que también ahora, en este contexto marcado por la experiencia de una crisis global, nos hayamos visto forzados a rescatar valores que ojalá queden para siempre insertados en nuestra mentalidad colectiva.
Después de todo esto, puede que disfrutemos más de compartir el arte de forma colectiva y, por qué no, de ver una nueva edición del Festival MIAU
Se comenta en mensajes de WhatsApp y artículos: “Qué casualidad que las asignaturas que en el colegio considerábamos marías como dibujo, música o educación física sean ahora la mejor forma de mantener el equilibrio y cuidar de nuestra salud mental durante estos días de reclusión”. Todos los expertos recomiendan que hagamos ejercicio, que leamos, cantemos, bailemos, pintemos… y si esto puede servirnos en una ocasión tan delicada, imaginemos los beneficios que tales actividades pueden aportarnos en condiciones normales. Después de todo esto, puede que disfrutemos más de compartir el arte de forma colectiva, también en las calles, y que tengamos ganas de asistir al teatro, de ir al cine y, por qué no, de ver una nueva edición del Festival MIAU.
Quizá, después de esto, consigamos replicar los mismos mecanismos que sanaron Fanzara, o que pusieron color a la Guerra Fría muchas más veces, en muchos más lugares, adaptando el aprendizaje a contextos que estén por venir. Convivamos más, cooperemos mejor. Muchas veces parecía el fin, pero siempre puede ser el principio.
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La cooperación vecinal, la solidaridad y la autogestión que hicieron posible MIAU son también elementos indispensables en las iniciativas que las personas han puesto en marcha para aliviar los efectos de la pandemia y que están ahora recogidas en Pienso, Luego Actúo.
Contenido adaptado del vídeo
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Fanzara es un pueblo de Castellón donde viven 281 personas. En 2005 un vertedero de residuos tóxicos dividió a los vecinos a favor o en contra. En 2011, tras el parón del vertedero, Javi, Rafa y un grupo de vecinos decidieron recuperar la buena convivencia creando MIAU, el Museo Inacabado de Arte Urbano. Hoy, más de 120 artistas han pasado por el pueblo para pintar su mural.
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(Javi) Aquí, en la época de la crisis ya no había trabajo, no subía gente y había comercios en peligro de que desaparecieran. En el año 2005 lo que sucede es que, a través del Ayuntamiento que había en aquel momento, llega un proyecto al pueblo que es la instalación de una planta de tratamiento y un vertedero de residuos tóxicos y peligrosos. Y eso lo que provoca es una fuerte división entre vecinos que eran favorables a ese proyecto y vecinos que no lo éramos.
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(Javi) Lo que sucedió durante esos años, para explicarlo brevemente, es que hubo familias que se dejaron de hablar, hubo grupos de amigos que se deshicieron y eran amigos de toda la vida.
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(Rafa) Fueron momentos muy fuertes, muy desagradables.
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(Javi) Momentos para olvidar.
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(Javi) El principal problema que tenía el pueblo era la convivencia. Había de alguna manera volver a recuperar esa convivencia que se había tenido antes, por lo menos saludarnos por la calle cuando nos viéramos. Rafa y yo compartimos esta idea de intentar hacer un proyecto donde invitáramos a gente al pueblo que pudiera convivir con nuestros vecinos.
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(Rafa) El proyecto original era transformar todo el pueblo en un museo.
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(Rafa) Lo que hicimos fue una asamblea e invitar a todo el pueblo para explicar el proyecto y la gente nos miraba como diciendo: “Estos… estos se han vuelto locos”.
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(José) Al principio me lo tomé un poco medio a cachondeo, es decir, esto ¿qué va a pasar? En cambio, ahora me encanta.
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(Javi) Dentro del MIAU los vecinos son los que alojan a los artistas.
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(Rafa) A través de ese intercambio la gente de aquí podía salir fuera y los artistas que suelen ser de ciudades muy grandes se acercaron al mundo rural. Confiaban en nosotros y dijeron: “Hala, pues adelante”. Entonces fue cuando nos empezaron a dejar paredes, empezaron a colaborar.
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(Javi) Nosotros nos lo planteamos de una manera que intentar juntar a dos personas que se llevan mal así por que sí iba a ser muy complicado. Nosotros a los artistas, aunque sepa mal, los utilizamos un poco como conejillos de Indias, intentamos un poco el buscar que el artista fuera un intermediario entre los vecinos.
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(Román) Sí que ha cambiado, es un ambiente bonico, un ambiente de fiesta.
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(Rafa) El pueblo no sabía exactamente qué iban a hacer; estaban todos a la expectativa.
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(Javi) Es un proyecto social de convivencia a través del arte. A nosotros nos ha valido para que la gente pierda un poco ese miedo a eso que llaman graffiti.
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(Ana) Chapó por todos los vecinos del municipio, porque es difícil hacerles entender este arte.
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(Amparo) A mí me gustan todos, reina, yo los veo y todos me gustan.
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(Javi) Y a nosotros también nos interesaba que hubiera una conexión entre los vecinos y los artistas.
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(Amparo) Eso ha dado la vida al pueblo, porque los viejos no valemos para nada.
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(Javi) El proyecto MIAU no vive de lo que nos pintan, sino que vive de lo que los artistas viven con nuestros vecinos. Lo que nos sorprende es que a este tipo de artistas les apetezca venir a colaborar en este proyecto. Vivir la experiencia de estar aquí conviviendo con ellos y dejándonos algo de su obra, es que no pedimos nada más.
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(José) Bueno, ya te digo, que estoy esperando todos los años a que vengan.
Este contenido ha sido elaborado por Yoigo.