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Eugenio Garza Sada y el triunfo de la educación

Don Eugenio fue uno de los empresarios más exitosos en la historia de nuestro país, pero también fue un hombre con una visión extraordinaria que encontró en la educación una de sus mayores aportaciones al desarrollo de México.

“Usted me alega que será muy costoso levantar un instituto como el MIT en nuestro país, como si yo no lo supiera de sobra, pero dígame si no es más caro que los jóvenes carezcan de opciones de calidad o deban ir a formarse a otros lugares. Para realizarlo no necesitamos ‘carteras dispuestas’ como usted dice, necesitamos hombres resueltos que crean que la educación lo puede todo, y de esos, aunque no lo crea, existimos algunos”, decía Eugenio Garza Sada al ingeniero León Ávalos, a principios de la década de 1940, sobre el proyecto de crear el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM).

Estas palabras sin desperdicio alguno reflejan el compromiso que Don Eugenio tuvo siempre con el bienestar de su nación y con la superación de las personas, sin distinción alguna. Toda una filosofía de vida que terminaba por permear en quienes lo rodeaban, incluido el ingeniero Ávalos, quien se convertiría a la postre en el primer rector del ITESM.

A 47 años de su fallecimiento, recordamos las invaluables aportaciones de Eugenio Garza Sada a la creación del Tecnológico de Monterrey y su impacto en el progreso de la educación en México.

La decisión más acertada

En 1910 se estimaba que el 70% de la población era analfabeta y sólo alrededor del 2% de los mexicanos accedían a la universidad. El país atendió este rezago durante las siguientes décadas con la creación de la Universidad Nacional de México (1910), la Universidad de Guadalajara (1925) y el Instituto Politécnico Nacional (1936).

Durante esos años, en el norte de México se dieron algunos intentos fallidos de consolidar una opción para los jóvenes regiomontanos que deseaban continuar con sus estudios superiores, como el de la Universidad de Nuevo León, proyecto encabezado por el banquero Antonio L. Rodríguez, la cual tuvo que cerrar en 1934, sólo un año después de su creación, debido a diferencias ideológicas con el gobierno.

Antonio L. Rodríguez no desistió. Con la desilusión y sobre todo el aprendizaje que le dejó esa última experiencia, el banquero emprendió una nueva iniciativa académica independiente, pero esta vez tomó la decisión de acudir a Eugenio Garza Sada, director de la Cervecería Cuauhtémoc, ya que consideraba que su respaldo sería clave para reunir de manera formal a un grupo de hombres de negocios dispuestos a invertir en la educación.

Y no estaba equivocado: el empresario cervecero no sólo dirigía uno de los emporios comerciales más sólidos del país, también era ingeniero graduado del Instituto Tecnológico de Massachusetts, una de las mejores universidades del mundo, tenía experiencia en la administración de escuelas privadas y destacaba por su apoyo a causas sociales.

Eugenio Garza Sada aceptó el reto y se comprometió a aportar y reunir los recursos que se necesitaran.

Los grandes proyectos deben comenzar de la manera más sencilla”

Don Eugenio puso manos a la obra con los empresarios regiomontanos: informó sobre la iniciativa a quienes la desconocían, convenció a los indecisos y animó a quienes mostraron disposición. En poco tiempo, les demostró la importancia de que Nuevo León contara con una escuela superior de calidad internacional.

Las promesas de recursos por parte de los estos líderes no quedaban en el aire, pues Eugenio Garza Sada anotaba en una pequeña libreta las cifras prometidas para apoyar al Instituto. Toda esta labor lo posicionó como el principal líder fundador del proyecto.

Después de meses de planeación, don Eugenio llegó a la conclusión de que era posible inaugurar la escuela en 1943. Sus colegas no estaban de acuerdo porque consideraban que una institución educativa que pretendiera competir con las mejores universidades del mundo necesitaba de más tiempo y mejores circunstancias para arrancar.

Sin embargo, Garza Sada mantuvo su posición, les comunicó que no estaba dispuesto a esperar un escenario perfecto que posiblemente jamás existiría y los convenció de comenzar en pequeño e ir creciendo gradualmente. “Los grandes proyectos deben comenzar de la manera más sencilla”, les explicó.

Así, el 6 de septiembre de 1943 el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM) inició clases en una antigua casa en la calle Abasolo 858 Oriente, en el centro de la ciudad.

Un amigo del Tec

Don Eugenio Garza Sada tenía muy claro que el ITESM debía ofrecer una educación integral que permitiera formar jóvenes con excelencia académica, capaces de competir internacionalmente, emprendedores y con cualidades de liderazgo, pero al mismo tiempo logrando que fueran personas éticas y con valores, cuya responsabilidad era contribuir a su comunidad.

Una misión de tan alta exigencia demandaba muchos recursos, por lo que el Tecnológico tuvo un importante déficit presupuestal durante su primera década de existencia.

Garza Sada no dejó que la institución se viniera abajo y no fueron pocas las veces que sus empresas o su propia cartera cubrieron los faltantes: en una ocasión, el rector muy preocupado le comunicó que no había dinero para pagar la nómina. Don Eugenio anotó en su libreta la cantidad requerida y horas después volvió con un cheque con el monto exacto. “Es la donación de un amigo del Tecnológico”, dijo mientras se retiraba.

El rector le pidió que esperara para hacerle un recibo al donante, pero Garza Sada se negó: “A mi amigo no le gustan esas cosas…”

En 1954, en la fachada de la actual Rectoría del Tecnológico de Monterrey, se inauguró un mural del artista mexicano Jorge González Camarena. La obra que se intituló “El Triunfo de la Cultura” es una representación de la victoria de la civilización y la cultura sobre las fuerzas de la ignorancia, y fue una declaración pública de la culminación del proyecto fundacional del ITESM, iniciado una década antes.

Hoy que ese sueño de Eugenio Garza Sada se ha consolidado como la mejor universidad privada de México, cuyo modelo educativo ha servido de inspiración para muchas instituciones de educación superior, y que se posiciona entre las mejores universidades del mundo, podríamos decir que el Tecnológico de Monterrey es una obra que representa “El triunfo de la Educación” y una prueba contundente de lo que Don Eugenio afirmó y comprobó durante toda su vida: “La educación lo puede todo”.

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