Martha llegó a España hace tres años y medio. Recorrió más de 8.000 kilómetros para alejarse de las "cosas duras" que vivió en Honduras, su país de origen, una nación lastrada por la influencia de las mafias y la extorsión endémica. Con 40 años recién cumplidos, dejó en tierra a parte de su familia y cruzó el charco con su hija menor y otra que, en ese momento, estaba en camino. "Vine a la aventura total. No conocía a nadie", recuerda. Hoy se siente afortunada: aunque encadena periodos de seis meses de asilo temporal a la espera a una resolución definitiva, Martha se ha formado, ha conseguido un empleo que le da para vivir y tiene un techo para sus dos hijas. "No sabía qué me esperaba", resume la hondureña. "Desde que llegué, he ido de sorpresa en sorpresa".
La llegada: en busca de lo básico
De su vida anterior da pocos detalles. Su periplo comienza cuando cruza las fronteras en marzo de 2017. El caso de Martha fue estudiado por las autoridades y, por sus circunstancias y vivencias, le concedieron el asilo temporal, una condición otorgada a muchos refugiados que en pocos casos cristaliza en una estancia permanente en el país. España registra más de 100.000 solicitantes de asilo en lo que va de año, el doble que en 2018, según datos de la Oficina Europea de Apoyo al Asilo. A tan solo uno de cada cuatro se le asigna algún tipo de protección.
Martha se instaló en Sevilla. A través de una amiga, comenzó a trabajar en el servicio doméstico de una familia local. "Pero ella [la mujer] falleció cuando yo iba a dar a luz", cuenta. "Fui averiguando, preguntando. Me derivaron a la Cruz Roja. Y ellos me ayudaron con todo". Allí entró en contacto con Natividad Molero y Francisco Escandón, técnicos de empleo de la entidad y personas que la trataron de cerca. Ese "con todo" al que se refiere la hondureña consistió, según Escandón, en atender sus necesidades más básicas: "Lo primero que hicimos fue gestionarle la logística, los papeles. Informarle del funcionamiento y estilo de vida del país", enumera. "Martha tiene una historia brutal detrás. Y al ser una familia monomarental aún lo ha tenido más difícil. Pero puso muchísimo de su parte: siempre se dejó guiar y eso es de admirar, porque muchos tienen reticencias". En 2018, Cruz Roja atendió a cerca de 30.000 personas solicitantes de asilo y refugiadas, según su Memoria.
Allí le proveyeron de alojamiento para ella y sus dos hijas, la segunda a punto de nacer. Martha vivió en una de las casas que habilita la entidad para personas refugiadas. Y en la primavera de 2018, mientras seguía trabajando como doméstica, se apuntó a una capacitación impartida en el marco del proyecto Alianzas Empresariales, una colaboración de la empresa Clece y la Cruz Roja. Su objetivo: tener un empleo con el que vivir independientemente y prorrogar su estancia en el país.
Formación: la clave para la independencia
"Martha siguió un itinerario flexible a causa sus necesidades", señala Escandón. "Lo fundamental en estos casos es trabajar todas las áreas: psicológica, educativa, social y, sobre todo, laboral. Así se logra un camino satisfactorio". El programa ofrece formación para trabajar como auxiliar en el servicio de ayuda a domicilio, una prestación adscrita a la ley de dependencia, que consiste, en general, en atender las demandas de aseo, alimentación y acompañamiento de ciudadanos con un grado de dependencia reconocido. De unos seis meses de duración, el curso consta de 70 horas de clases, en las que se aprenden las normas y límites del servicio, habilidades psicosociales y técnicas de alimentación, aseo y movilidad, entre otros, más 100 horas de prácticas reales.
"Martha tiene una historia brutal detrás. Siendo una familia monomarental aún es más difícil"
Toma el testigo de la narración Sergio Valero, técnico de selección de Clece, que dice tener con Martha una relación especial. La recuerda como una alumna modélica: "Fue magnífica. Los usuarios hablaban muy bien de ella durante las prácticas. Tienen vocación de servicio para trabajar con personas mayores y empatiza con circunstancias particulares", detalla. "En las prácticas evolucionó con rapidez e intensidad". Cuando se graduó, Martha se llevó una sorpresa: "Reunimos a esa promoción en el Pabellón Real de Sevilla y, con el diploma, les dimos un contrato", afirma Valero. Según datos de Cruz Roja, en torno al 70% de las personas que pasan por itinerarios similares consiguen alguna clase de contrato.
Hoy: empleo y estabilidad, pero un futuro incierto
Desde el pasado enero, Martha recorre hogares ajenos, en Sevilla ciudad, atendiendo a personas que demandan cuidados, en su mayoría gente mayor. "Les apoyo con el aseo, la alimentación, la limpieza. Les acompaño a la calle", enumera. Una ristra de tareas que a muchos les parecerían tediosas pero que ella, de algún modo, disfruta. "Me gusta brindar mi ayuda a otros", afirma con franqueza. Al tiempo, cada seis meses, renueva puntualmente su permiso de asilo temporal mientras aguarda el dictado definitivo.
Tras foguearse un año en el turno de fin de semana, la hondureña pasó al horario de lunes a viernes con un contrato fijo, cosa que le permitió conciliar su vida familiar, monopolizada por la nueva criatura. Rosa Navarro, coordinadora de Clece de esta prestación en la zona de Sevilla, fue una especie de tutora para Martha a lo largo de 2019. "Al inicio es normal tener dudas, o hacer más de lo que debes. Le pasa a muchas auxiliares", cuenta. "Pero Martha no era de las que preguntaba constantemente (que para eso estamos). Era bastante resolutiva y ha salido airosa de situaciones difíciles".
Martha extraña a su familia, a la que ve "unos 15 días" cuando viaja a su Honduras natal. Pero siempre quiere volver pronto a España. "Aunque tengo a mi madrecita en mi país, con 85 años, no quiero regresar", afirma. "Aquí me siento a salvo". Nada le garantiza, eso sí, su permanencia en el país. "Después de lo invertido, del esfuerzo, no está garantizado que se quede", lamenta Francisco Escandón, de Cruz Roja. "Pero uno de los factores obligatorios para conseguir el arraigo social es tener un contrato fijo o de un año. Y eso por suerte lo tiene". Tras estos años sevillanos, a Martha se le ha pegado el acento. "Es que trato con muchísima gente", explica. Sus expectativas son sencillas: "Quiero seguir adelante con mi trabajo y que mis hijas estudien y se superen. Eso es".
La colaboración, clave para la inclusión
Como con Cruz Roja, Clece colabora con más de 300 asociaciones, fundaciones, entidades sociales y organismos públicos para impulsar la inclusión de colectivos como personas con discapacidad, víctimas de violencia de género, personas en riesgo de exclusión y víctimas de terrorismo. "El tercer sector nos ayuda realizando una labor de intermediación imprescindible", explica Íñigo Camilleri, responsable del área de selección de Clece. "Es una relación en la que ganamos todos. Las asociaciones cumplen sus objetivos de integración, los trabajadores obtienen el medio más eficaz para su autonomía y participación social y nosotros logramos un entorno laboral cada vez más solidario". Bajo esta forma de colaboración se contrataron a más de 7.000 personas en 2018.