Si la historia de Rubén y Mónica te ha hecho pensar y tú también quieres ayudar a esta causa para cambiar el mundo
Los prejuicios hay que dejarlos en la puerta cuando entras en el laboratorio de Basurama, una pequeña nave en un callejón oscuro del madrileño barrio de La Elipa. Uno viene pensando que es un almacén de basura y despojos del éxtasis consumista, un espacio de performance de cuatro locos universitarios con demasiado tiempo libre pero, después de la entrevista, uno sale de allí con la extraña sensación de haber estado en un taller de la Sorbona.
De eso trata la labor de este colectivo fundado en 2001 por estudiantes de Arquitectura, de aportar una nueva mirada a lo que siempre hemos visto con mayor desprecio en la puerta de otras casas. Esa bolsa negra, brillante y perfumada para esconder nuestros olores y no dejar ver nuestras miserias es, en realidad, un universo de información y posibilidades, un botín de prejuicios y hasta una potencial obra de arte: “Sabemos más de ti por lo que tiras que por lo que compras”, es la primera puya que te lanzan. Y tienen razón.
Rubén Lorenzo (Madrid, 37 años) nos recibe vestido con una chaqueta reflectante de basurero reciclada de alguna contrata del Ayuntamiento. Si te fijas, la chaqueta está rota y descatalogada, pero es perfecta para mandar un mensaje: soy la autoridad, mando aquí y en mi basura. Nuestro anfitrión husmea, esquiva y bucea entre el amasijo de enseres de este “caos organizado” que es Basurama. Pasear entre luminosos de restaurantes chinos, calaveras gigantes de cartón piedra o centenares de girasoles secos es una experiencia similar a hacerlo entre el trastero de Diógenes o el del atrecista de Almodóvar. “El orden convierte la basura de otro en algo útil”, interrumpe Rubén en un momento de la visita. Lo dejas reposar hasta que luego recuerdas los tapones que va rescatando y ordenando con mimo tu hija para una buena causa benéfica. Su esfuerzo aporta un valor infinito y nuevo a lo que otros desprecian. Eso es la basura, no solo un montón de sobras.
Mónica Gutiérrez (Madrid, 36 años) es medioambientalista y lleva nueve años colaborando con el colectivo. Se unió tras trabajar como gestora cultural en la embajada de España en Vietnam. También le gusta reflexionar sobre los residuos para retorcerte la mente: “Ahora mismo los puntos limpios son un lugar donde llevas la basura y desaparece”, lugares mágicos que te hacen perder la responsabilidad sobre ella para poder desentenderte. Eso es pernicioso. “¿Por qué el ciudadano no puede llevarse las cosas de ahí? Una vez que tiras una cosa a la papelera eso pertenece al Estado. ¿Por qué la ciudadanía no puede recuperar lo que le interese y volver al círculo y no al vertedero? Los vertederos se hace cada vez más grandes y la idea es convertirlos en algo cada vez más pequeños”, puntualiza Rubén.
Pero, ¿qué hace Basurama?
Basurama empezó como una fiesta, un espacio de ocio y rescate emocional de los estudiantes de Arquitectura alienados por la rigidez del sistema: entregas de trabajos normalizadas, esnobismo creativo, maquetas de materiales caros... Decidieron rescatar la basura que encontraban en la calle y almacenarla en la escuela para luego liberar la expresión artística en un proceso catártico. Aquella manera de sentirse más eficaces con sus manos, más libres con los materiales, de divertirse hackeando el sistema mientras creaban y reflexionaban sobre un recurso gratuito con infinitas posibilidades fue la génesis de un proyecto con gran potencial de transformación social. ¿Y si trasladamos esta potente idea a la sociedad? La basura funciona como un termómetro del grado de desarrollo y su análisis nos puede llevar a mejorar como comunidad. Después de más de cien proyectos artísticos, de información o investigación en cuatro continentes distintos, el desafío sigue en marcha.
Hoy, Basurama es lo que quieras que sea. Puede ser un colectivo artístico que cuelga 7.000 girasoles boca abajo para que las pipas caigan e inviten al debate, a la charla vecinal que recupere un espacio residual del barrio. Puede ser un grupo que se asoma a los colegios para dar talleres sobre la desconocida regla de las tres erres: reducir, reutilizar, reciclar; o puede ser una consultoría de servicio público que hace una auditoría a tu Ayuntamiento para dar una segunda oportunidad a los bártulos y enseres perdidos en sus almacenes. Ellos mismos vacilan al definirse según quién se lo pregunte. ¿Qué es la basura? ¿Si un solar está infrautilizado y rechazado por el planeamiento es basura urbana? ¿Un aeropuerto sin aviones es basura? ¿Un neumático abandonado es basura o solo es un columpio descolgado? La basura es siempre un prejuicio, una etiqueta para desconectarnos de una responsabilidad que nos afecta a todos. Ser más eficientes en el consumo de cualquier tipo de bien o recurso.
Después de tanto tiempo, Mónica y Rubén son ya basureros vocacionales: “Vas por la calle y ves un apilamiento de cajas y dices: ‘¡Qué bonito!’. O en un contenedor de obra cubierto por una alfombra ves una intervención artística no intencionada”. Han conseguido cambiar esa mirada de asco y desprecio por una oportunidad de expresión artística, de lección social, de aprendizaje colectivo.
Terminamos este viaje pedagógico con la sensación de haber lavado muchos prejuicios. Al recorrer por última vez el laboratorio de Basurama ya no sientes esa curiosidad o asombro inicial, lo que sientes por toda aquella basura, por toda esa acumulación de capas de memoria colectiva, es respeto. A diferencia de cualquier tienda o supermercado, de cualquier escaparate concebido para el consumo compulsivo anónimo, todos esos objetos tienen una o mil historias detrás: un restaurante chino cerrado por desalojo, un Hamlet que ya no se representa o mil botellas que algún día se llenaron de alcohol y fiesta. Todo es culpa de ese cambio de enfoque necesario, al final todo conduce hacia allí. El mejor punto de partida para llegar a ser más eficaces en el consumo y gestión de residuos es aportar ese valor diferencial, el respeto por la basura propia y ajena.
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Contenido adaptado del vídeo de Rubén y Mónica
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Rubén y Mónica pertenecen a Basurama, una comunidad internacional que transforma la basura gracias a la creatividad. Han desarrollado más de cien proyectos.
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(Rubén) La basura es algo íntimo que habla de nosotros.
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(Mónica) Si pienso cómo se conoce mejor a una persona, si por lo que compra o por lo que tira, diría que por lo que tira siempre y cuando te deje ver lo que tira de verdad. Las abuelas no tenían el concepto de basura, todo era utilizable, todo servía para otra cosa y tenía nuevos usos.
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(Rubén) En cambio, en la ciudad empiezan a aparecer contendores. ¿Qué pasa con esa basura? Ahora ya estamos llegando a unos límites que se están desbordando esos vertederos, esos mares.
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(Mónica) La sociedad de producción y consumo ha llegado a unos límites, donde o sea, donde compramos basura directamente.
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(Rubén) Basurama nació en 2001, hace 18 años ya, éramos estudiantes de Arquitectura y la basura nos generaba todo el rato preguntas. Muchos de nuestros proyectos son procesos que tienen que ver mucho con el cambio de mirada, con lo pedagógico. Cuando antes de la R de reciclaje está la R de reducir, es la clave, ¿no? El reciclaje tiene que estar como última, última opción.
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(Mónica) Basurama hoy en día es un colectivo de arte y arquitectura. Trabajamos con procesos de transformación social a través del arte y la educación. Desde Basurama estamos con un proyecto en colaboración con el Ayuntamiento de Madrid, y lo que estamos proponiendo son medidas para que, desde las instituciones públicas, en vez de fomentar el reciclaje empiece a fomentarse, por ejemplo, la reutilización.
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(Rubén) Basurama es nuestro trabajo, modo de vida.
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(Mónica) La basura es el marco donde sucede todo el proyecto.
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(Rubén) Nuestro objetivo es más abrir la mirada o cambiar la mirada.
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(Mónica) De manera directa a través del hacer con nuestra práctica, pero también una vocación transformadora a través del cuestionamiento. Durante estos 18 años hay más de cien proyectos y en los cuatro continentes. Nos queda la Antártida; aceptamos invitaciones.
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(Rubén) La opción más radical es comprar menos.
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(Mónica)
Pero la no producción de basura sería un avance considerable.
Este contenido ha sido elaborado por Yoigo.