Crítica:

Grande, 'Gran Macabro'

En estado de gracia: no de otro modo cabe calificar este Gran macabro de Ligeti que se ofrece en el Liceo hasta el 1 de diciembre. Cuadra rotundamente todo y el resultado es espléndido. Es un acierto teatral de primer orden esa escultural mujerona, retrato de la cantante Claudia Schneider, colocada en medio de la escena que sirve absolutamente para todo, desde crear un paisaje antropomórfico surrealista hasta montar en su interior -vaciado previamente de mu...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

En estado de gracia: no de otro modo cabe calificar este Gran macabro de Ligeti que se ofrece en el Liceo hasta el 1 de diciembre. Cuadra rotundamente todo y el resultado es espléndido. Es un acierto teatral de primer orden esa escultural mujerona, retrato de la cantante Claudia Schneider, colocada en medio de la escena que sirve absolutamente para todo, desde crear un paisaje antropomórfico surrealista hasta montar en su interior -vaciado previamente de muy fureras vísceras- una discoteca de los años setenta (con su bola de espejitos incluida), pasando por el libérrimo uso de todos sus orificios -los confesables tanto como los que no- por los que van entrando y saliendo los personajes de esta gran farsa que Ligeti calificó como una "antiantiópera", desmarcándose así de los grandes profetas de los años sesenta que habían vaticinado la muerte del género. El compositor húngaro, al contrario, convierte su propuesta en un gran homenaje que va de Monteverdi, Rossini y Beethoven a Wagner, Verdi, Stravinski, Schönberg y Berg, con un ojo puesto también en el teatro de Brecht y Jarry.

Más información

Pero no perdamos aún de vista a Claudia. Su imponente figura poco nos sugeriría sin el milimétrico trabajo videográfico de Franc Aleu, que le va confiriendo rostros cambiantes ?para personalizar no ya una impersonal muerte colectiva, sino la de cada uno de los individuos llamados a medirse con el destino? y a la vez texturas o pieles superpuestas, ora escultóricas, ora pictóricas, ora animadas, ora impresionantes naturalezas muertas. Es apabullante la sabiduría escénica que destila el conjunto, sin perder de vista el humor imprescindible de esta obra: otros montajes, como el de Peter Sellars para Salzburgo, naufragaron justamente ahí, en querer insuflar una trascendencia que el propio compositor había negado en favor del carácter de farsa pop o de collage posmoderno.

Cuadra, además, en este montaje superior, la interpretación. Empecemos por el foso y procedamos en altura. Michael Boder dirige con una seriedad, una transparencia y una atención al detalle de primer orden: a poco que uno ponga la oreja va descubriendo los estilos mezclados, nunca revueltos, de la partitura. , de la passacaglia al rag-time, del aria de coloratura al recitativo secco, del concertante a los interludios musicales que sirven para introducir las atmósferas (un término muy ligetiano) de los diferentes cuadros. Brillante igualmente el reparto de voces. Werner Van Mechelen da vida a un Nekrozat bien equilibrado entre el amenazante ser diabólico del inicio y el patético sujeto en que se convierte. equivocándose en todas sus preducciones y extraviando a cada momento la hoz, la clepsidra y el caballo. Acertadísimo en su parte bufa el gran Chris Merritt (Piet de Pot), increíblemente debutante en el Liceo ya en el último tramo de su carrera. Impresionante Barbara Hannigan superando el doble escollo de sus dos papeles, el de Venus y el de jefe de Gepopo, la policía secreta de Brueghelland. Bien planteados también el príncipe de Brian Asawa, la Mescalina de Ning Lang y el Astradamors de Frode Olsen, así como los dos amantes (Ana Puche e Inés Moraleda).

Noche de ópera a lo grande, sin duda. Es raro que todo cuadre tan bien.

Alfons Flores, Valentina Carrasco y Àlex Ollé, ante la escultura de la cantante Claudia Schneider.CONSUELO BAUTISTA
Un momento de la ópera 'El gran macabro', en el Teatro del El Liceo de Barcelona.

Archivado En